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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un 30% de insensatez

«Las prendas sin miedo aguantan los vaivenes de las modas, no tienen que complacer».

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Uno de mis primeros trabajos fue como vestidora de Monica Bellucci y Carla Bruni. ¿A que apetece seguir leyendo? Mi labor consistía en ayudarlas a vestirse entre salida y salida de un desfile que se celebró, allá por los años noventa, en Sevilla. Ese empleo solo duró una jornada, pero esa noche tuve una epifanía: decidí que trabajaría en algo relacionado con el mundo de la moda. No pensaba alejarme de ese territorio de fantasía, belleza y oficio. Lo cumplí: la vida me llevó después a lugares interesantes. Hoy, sin ir más lejos, escribo en una revista con la palabra moda en el título.

En las fotos de ese día aparezco con una camisa blanca de mi padre y unos pantalones negros de cuero de Carnaby Street. Imagino que sentí presión para vestirme y aposté por lo que se defendía en los medios en los que aún no escribía: el fondo de armario. Miro con ternura la imagen y me veo sin querer molestar, pero queriendo contar cosas sobre mí. No sé si alguien, en el caos de un desfile, las escuchó. Yo lo intenté.

Cuando somos pequeñas nos divertimos cantando, dibujando y vistiéndonos. Cuando crecemos dejamos de hacerlo. Todo va a peor. Hace muchos años (todo hace muchos años) leí una viñeta de Jordi Labanda que decía que el fondo de armario era de cobardes. Me hizo gracia, pero lo desoí y seguí construyendo el mío: yo era una cobarde. Buscaba la americana negra bien cortada, la camisa blanca, el zapato de salón… El canon de la supuesta elegancia. Era soporífero. En paralelo, desafiando la sensatez, me compré unos zapatos de Prada. Eran, son, altos, morados y amarillos; el anti fondo de armario. Observé algo: en su locura combinaban con todo, porque no combinaban con nada. Suele pasar igual con las personas. El zapato que más he usado en los últimos cuatro años es una bailarina de animal print de Rothy’s. También he observado que las prendas sin miedo aguantan bien los vaivenes de las modas porque no tienen que complacer a todo el mundo. De nuevo, ocurre de la misma manera con la gente. Los zapatos de Prada están impecables y parecen de pasado mañana.

El fondo de armario que-hay-que-tener me parece un término, nunca mejor dicho, demodé. No hay un patrón. Cada cual tiene armario y puede apuntalarse en Birkenstock brillantes y pantalones anchos de colores. El mundo del que yo me enamoré cuando vestía a la Bruni y a la Bellucci me elevaba del suelo, no me acercaba a él. Hay que tener un 30% de ropa poco razonable en el armario: así es la que te hace feliz. Cada año que pasa soy más silvestre y menos domesticada. Acabo de comprar en Le Bon Marché unos calcetines azules y naranjas de Dries Van Noten y me urge que llegue el frío para estrenarlos; no habría ocurrido con unos negros. Nadie siente mariposas en el estómago con un pantalón de pinza gris, igual que nadie recuerda un hotel porque tenga bien colocados los enchufes. Creo en el “compra poco y con intención” y también en la ilusión de estrenar ropa. Son compatibles. Con el maquillaje ocurre algo similar: el fondo de armario cosmético es buena idea, pero probemos a aplicarle la regla del 30%. Sombras de ojos de colores metálicos, labiales que no usaríamos para ir a testificar a un juicio… Septiembre es buen momento para hacerlo. Elijamos sin ansiedad, quizá se conviertan en básicos. No sería la primera vez. Cuántos romances que comenzaron siendo experimentos terminaron durando años. Así ocurrió aquella noche que me cambió la vida.

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