Cómo sobrellevar a los parientes que no soportas
¿Por qué las familias se pelean en vacaciones? Analizamos el fenómeno que se repite año tras año sin remedio.
Es tiempo de paz, amor, buenos deseos, regalos, pero también de riñas y peleas familiares. De hecho, hace ya tiempo que Hollywood ha abandonado la ñoñería para empezar a reflejar las refriegas entre parientes en las películas navideñas, sin duda más realistas y taquilleras. En la gran pantalla ya no reina la armonía en las celebraciones de estas fechas, sino las broncas y hasta los puñetazos. En A casa por vacaciones (1995), por ejemplo, y aunque la película tienen por escenario el día de Acción de Gracias y no la Navidad, un simple accidente doméstico al trinchar el pavo, que lo catapulta al vestido de una de las comensales, sirve como detonante para que dos hermanos empiecen a sincerarse y a decir lo que realmente piensan uno del otro, sin ningún tipo de censura previa. Género que también cultivan cintas como Navidades, ¿bien o en familia? (2015) o Como en casa en ningún sitio (2008).
Las reuniones familiares de estas fechas generan un elevado grado de estrés, ya que como apunta Leonard Felder, un psicólogo de Los Ángeles, en un artículo de The Atlantic titulado Why families fight during holidays (Porque las familias pelean en vacaciones), tres cuartas partes de la gente reconoce tener un familiar al que no soportan, lo que convierte la cena de Nochebuena en un ring, una trinchera, un lugar hostil al que no se sabe si aparecer con una botella de champán o un chaleco antibalas.
Es difícil determinar si lo más irritante de todo esto lo constituye la familia, las navidades o la combinación explosiva de ambos factores, unido a la presión social de que hay que ser obligatoriamente felices. Pero lo cierto es que las peleas con parientes constituyen siempre los episodios más cruentos de nuestras desavenencias. Como señala Marisol Delgado, psicóloga con consulta en Avilés y especialista en psicoterapia por la European Federation of Psychologists Associations (EFPA), “la familia es un ente en sí misma y tiene sus propias reglas. Ahí nos hemos desarrollado y hemos aprendido la vinculación y el apego. Hay todo un poso de vivencias, experiencias, emociones y expectativas. Comportamientos que no toleramos en la familia pasan desapercibidos si ocurren con amigos o compañeros de trabajo, pero entre personas que comparten los mismos genes adquieren una carga dramática y personalizada. La familia es donde construimos nuestra identidad y es la responsable de que esta sea saludable y madura o inestable y frágil”.
Freud explicaba esta tendencia a sobredimensionar y dramatizar los hechos entre parientes, y por lo tanto acabar como el rosario de la aurora, con la teoría del “narcisismo de las pequeñas diferencias”, que responde también a la pregunta de por qué las guerras civiles son siempre más sangrientas. Según el padre del psicoanálisis, son las mínimas desigualdades, en personas parecidas o que comparten los mismos genes, las que sientan las bases de las disputas; ya que, generalmente, tendemos a buscar lo que nos diferencia y no lo que nos une.
Las rivalidades en la infancia suelen perdurar a lo largo de los años, especialmente entre hermanos y, sobre todo, si son del mismo sexo y no se llevan muchos años. En parte, como apunta el artículo de The Atlantic, porque son conflictos sobre los que nunca se ha hablado y no están resueltos. No es por tanto de extrañar que la rotura de una copa en la comida de navidad pueda desencadenar un tsunami y una vuelta a la infancia o a la adolescencia, “cuando te chivaste a mamá de que había hecho pellas porque no quise dejarte mis Levis 501”.
Otra cosa que nos pone de los nervios es lo que el libro Annoying: The science of what bugs us (La ciencia de lo que nos fastidia) de Joe Palca y Flora Lichtman, llama ‘alérgenos sociales’, “pequeñas cosas, insignificantes, que no son ningún problema al principio, pero que generan respuestas emocionales si se repiten muchas veces”. Por ejemplo, el anual comentario del padre que exclama, ¡estos anuncios valen una pasta! cuando se espera la retrasmisión de las doce campanadas; la discusión entre cuñados sobre la diferencia entre champán y cava o la obligatoria rememoración de aquella nochevieja en la que al llegar a las doce uvas uno ya estaba muy mamado y acabó vomitando. Estos autores apuntan también que “cuando tenemos la dependencia de estar alojados en casa de alguien y no en la nuestra, nuestro anfitrión puede verse con más libertad y poder para enojarse por cualquier detalle insignificante”.
Como evitar las broncas y esquivar a los troublemakers
La tensión de verse cara a cara con algunos miembros de la familia puede empezar semanas antes del ‘feliz acontecimiento’. Según Delgado, “hay familias que no tienen una buena relación pero se obligan a verse por Navidad y a estar todos juntos. Es normal que este tipo de parientes, que solo se reúnen en estas fechas, aprovechen para discutir asuntos sobre papeles, herencias y demás. Pero éste no es el mejor momento para hacerlo. Por otro lado, ¿si los modelos de familias han cambiado tanto en los últimos tiempos, no va ya siendo hora de que cambien también las formas de celebrar estas fiestas? Antes las casas eran muy grandes, había sitio de sobra y las madres, que generalmente no trabajaban fuera de casa, se ocupaban de todo. Pero hoy los pisos son pequeños y las mujeres trabajan tanto o más que los hombres. Puede haber hijos de diferentes parejas y, probablemente, haya que repartirse entre dos o más familias. Deberíamos adaptar la navidad a nosotros y no tener que adaptarnos a un modelo de celebración de la Navidad tradicional, que se ajusta muy poco a nuestras necesidades. Y esto a lo mejor pasa por ir todos juntos a un restaurante, montar la cena en plan buffet o cualquier cosa que se nos ocurra y sea más fácil y agradable para todos”.
Es deseable también acudir a la cita con un cierto grado de buena disposición. Y no solo me refiero a izar la bandera blanca, sino a ir lo más relajado posible. “Aconsejo a la gente a la que le estresa verse con la familia que se coja antes un día libre para relajarse, pasear por la ciudad, irse a un spa, quedar con un amigo o hacer algo divertido”, apunta Delgado, “así estarán en una mejor disposición y se evitarán roces”.
“Ajustar los tiempos de exposición es otra estrategia para evitar disputas, sobre todo si sabemos de antemano que el ambiente va a estar enrarecido. E, incluso, evitar convidar a determinadas personas excesivamente conflictivas o que van a coincidir con enemigos naturales; explicándole, si es posible, la razón de esta decisión”, sugiere Delgado.
La familia política suscita, a veces, más animadversión que la propia –que ya es decir- pero, como cuenta esta psicóloga, “no tendría que tener tanta importancia. Si la tiene es porque comparamos y con esto ya estamos generando un conflicto. Los suegros son también figuras que nos ponen a la defensiva porque no sabemos si vamos a satisfacer sus expectativas. En vez de toda esta ingeniería de la anticipación, deberíamos tratar a la familia política como amigos o compañeros de trabajo. Son personas que no hemos elegido pero que son importantes para alguien a quien queremos”.
Sobrevivir en el campo de batalla
Cuando una simple chispa puede desatar un incendio, la mejor estrategia es la prevención. Se puede pactar no hablar de determinados temas o no hacer regalos, si estos van a ser motivo de disgusto, comparación o queja. Ante los que buscan pelea, la mejor estrategia es, según Delgado, “la técnica de la extinción, que consiste en no reforzar, ni negativamente ni positivamente, aquellos comportamientos que no queremos que se produzcan. Lo mejor es ignorarlos, no hacerles caso”. No hay que olvidar que el mensaje de paz y amor que a veces esgrimimos ante caracteres iracundos, puede obrar como si echásemos gasolina al fuego.
Una técnica que algunas personas desarrollan para evitar conflictos es la de la ‘agresión pasiva’, en la que el individuo se posiciona como un cactus. No ataca, ni participa, permanece algo apartado pero hostil. En realidad ese esfuerzo por adaptarse puede ser más irritante que la discusión misma, pero los expertos recomiendan la regla anterior y esperar a que se relaje y cambie de actitud.
Para acabar con la guerra fría, Delgado propone “no convertir el tener razón en una necesidad y efectuar rituales positivos para que todo empiece a fluir. Juegos de mesa, sacar álbumes de fotos y empezar a comentarlos, jugar o dar más protagonismo a los niños, salir a dar un paseo o a tomar una copa en terreno neutral. Si aún así se produce una trifulca entre dos o más personas, nunca hay que tomar partido. Se les puede dejar a solas para que limen sus diferencias –si aún no han legado a las manos- o separarlos y tratar de que se relajen”.
Otra opción es pasar la nochebuena al estilo islandés, es decir sin turrón, ni grandes comilonas, ni discurso del rey. La noche del 24 de diciembre los islandeses se dan sus regalos –casi siempre libros-, se meten en la cama y se ponen a leer. La tradición viene de la Segunda Guerra Mundial. Entonces, la importación de productos extranjeros se volvió muy complicada por la contienda. Islandia es una pequeña isla en la que casi todo viene de fuera, y comprar algo era casi imposible. Excepto por los libros, ya que la fabricación de papel siguió su curso y era relativamente barata, por lo que los islandeses pasaron a regalar exclusivamente literatura. Tradición que continúa y que goza de muy buena salud.
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