La historia de Zulema (o así reconvierte Burgos una de las mayores fábricas de champús del mundo en productora de geles hidroalcohólicos)
¿Sabía usted que en Burgos se produce buena parte de los productos que abastecen a las peluquerías del mundo? Ahora se vuelcan en la lucha contra la pandemia
En el mundo pre-Coronavirus, cuando veíamos a una celebrity, pongamos Emily Ratajkowski, agitando su brillante, sedosa y célebre cabellera sobre una alfombra roja en, imaginemos, Los Angeles, quizá nos preguntábamos qué peluquero había trabajado ese pelo o qué productos habría usado dicho estilista para conseguir un resultado tan fabuloso. Lo que jamás se nos hubiese ocurrido es trazar el camino de esa cabellera magnífica hacia atrás para acabar aterrizando desde California en el polígono industrial de Villalonquéjar, en Burgos, donde Zulema Villalaín, 31 años, diplomada en magisterio, envasaba hasta hace un mes los fluidos responsables del brillo del fantástico cabello de la mundialmente conocida influencer.
Villalaín trabaja en una de las plantas de L’Oreal más grandes de Europa, desde donde se distribuyen a 52 países de todo el mundo los 254 millones productos de peluquería repartidos en cinco mil referencias diferentes que fabrican al año. Muy poca gente sabe que, desde 1971, en la ciudad castellano leonesa está una de las 41 fábricas que el gigante francés tiene en el mundo. Esta es la más compleja del grupo por la cantidad de formatos que produce (fue la primera en ser neutra en emisiones y en ser fábrica seca, es decir, que reutiliza su agua). Tampoco es muy conocido el dato de que un champú que compra en su país un japonés o un belga, por ejemplo, sale de Burgos. Esta factoría da empleo a 500 personas.
Desde el 20 de marzo Zulema Villalaín, sin embargo, tiene una tarea diferente a la habitual: el lineal en el que trabajaba, donde se procesaban sérums y aceites de la firma Kerastáse (una de las líneas de peluquería profesional más vendidas del mundo, de las que Emily Ratakojski ha sido imagen), ha reajustado todas sus características técnicas para para envasar el gel hidroalcohólico con el que desinfectan sus manos el personal médico de, por ejemplo, el hospita infanta Elena, el universitario Severo Ochoa o el universitario de Burgos. En total más de 120 entidades en comunidades como Madrid, el País Vasco o Castilla y León. Los frascos que se usan son los de otra marca de la casa, La Roche-Posay.
“Cuando me dijeron que iba a a participar en este proyecto vi una cierta luz al final del túnel laboral”, dice la operaria, que se levanta a las seis de la mañana cuando le toca el turno de mañana, que se incorpora a las tres de la tarde cuando le toca el turno vespertino y que trasnocha cuando le toca el nocturno. Villalaín vive con sus padres y con su hermano, más joven que ella. Todos trabajan en compañías industriales. En España, un país donde ocho de cada diez empleados pertenece al sector servicios y el sector secundario representa solo un 12% del PIB, Burgos es una de esas ciudades raras donde las fábricas son la principal fuente de riqueza. De hecho, si pudiésemos contemplar la urbe desde un helicóptero, veríamos que la mitad de su suelo es industrial.
La reconversión las actividades de esta fábrica responde en parte a eso que Jacques Attali, el fundador del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo ha llamado en estos días “economía de guerra”: la decisión estratégica de reorientar parte de la actividad productiva a combatir el virus.
La iniciativa de la fábrica de L’Oréal de destinar tres lineales de la factoría a la fabricación de geles hidroalcohólicos se produjo muy al inicio de la pandemia en España. Nos lo explica el francés Benoît Mocquant sentado en su despacho de Villalonquéjar, desde donde dirige la fábrica desde 2014. “Yo me considero ya burgalés”, dice completamente en serio pero con un acento completamente francés.
Todo empezó cuando la Agencia Española del Medicamento y el Ministerio de Sanidad lanzaron un llamamiento a todas las empresas afincadas en España que pudieran tener material sanitario útil para esta emergencia, desde guantes a mascarillas pasando por geles sanitarios. “Nosotros en una de nuestras fábricas de Francia, donde se hacen los productos de Vichy, ya fabricábamos este tipo de geles, así que contábamos con los conocimientos técnicos y químicos necesarios para hacerlos. Buscamos lo que teníamos en nuestros almacenes y muy rápidamente transmitimos al Gobierno que teníamos ese know how, además de los materiales y pedimos la autorización para hacerlo”. Cuando la obtuvieron, el 20 de marzo, se adaptaron rápidamente tres lineales de los 43 que tienen en marcha. La fórmula del gel hidroalcohólico es solo una de las 1.722 que son capaces de producir. “Trabajamos día y noche para suministrar gratis a hospitales, residencias de mayores, centros de atención primaria y fuerzas de seguridad del Estado”. Anoche ya habían producido 183.700 litros de gel y habían envasado 753.600 botes. 150.000 de ellos no han sido enviados todavía porque los guardan para el Ministerio de Sanidad. 600.000 han sido donaciones directas.
Si en algo es especialista la industria de la belleza es en crear universos simbólicos llenos de (valga la redundancia) belleza y perfección en los que solo vemos el resultado final del largo proceso que lleva hasta su creación. ¿A quién le interesa cuantos polímeros hay que ponerle a un champú para que deje el cabello sedoso? Una industria que gira en torno a la evocadora imagen que llega al consumidor final normalmente no muestra sus bambalinas. Pero al mismo tiempo, si algo ha puesto al descubierto la crisis del Covid es que los procesos que nadie ve importan y que los países que son capaces de ponerlos en marcha y reorientarlos a otro usos, los que tiene un tejido industrial en su propio suelo, puede responder a necesidades de este tipo de crisis sin depender de otras economías en general y en ese caso concreto, de la industria china, que ha demostrado ser la productora casi única de elementos tan esenciales como las mascarillas. Los operarios que forman parte del sector secundario, son parte de la legión de trabajadores anónimos que nos están sacando de este aprieto. Zulema Villalaín forma parte de ese colectivo.
“No te puedes imaginar la cantidad de correos electrónicos y Whatsapps por parte de todo el personal de la fábrica que recibí cuando comunicamos a los empleados que íbamos a intentar fabricar geles para los hospitales. Gente de la propia planta, de todos los departamentos, que se ofrecía a ayudar como fuese, ampliando sus horarios, poniendo sus manos al servicio de esto”, cuenta Mocquant, quien después de explicarnos esto nos propone hacer un recorrido por la fábrica a través de videollamada.
Una primera zona es en la que almacenan las materias primas; desde esos almacenes llevan los materiales embalados a una zona de pesaje, donde se decide lo que se necesita para cada fórmula. Luego está el área de mezclas donde se elaboran los jugos en enormes cubas movibles. Esas cubas se transportan después hasta la línea de llenado, que es donde nos lleva directamente, para encontrarnos con Zulema, ahora separada por de sus compañeras por una distancia seguridad que evita contagios. Por último está el edificio administrativo, donde se recibe a las visitas en una sala que emula un impresionante salón de peluquería, ese lugar donde las clientes llegan con fotos de celebrities diciendo: ‘Hágame lo mismo que a ella’.
“Yo en el trabajo realizo prácticamente la misma labor que antes: me encargo de acondicionar el producto, de vigilar que lleve la etiqueta, de que el peso sea el correcto, de que no le falte ninguno de sus elementos, de ponerle la válvula”, nos explica en tiempo real y en persona la operaria Villalaín, ella en su puesto en la factoría de Burgos, nosotros en nuestra casa en Madrid, y una pantalla de móvil con imagen partida de por el medio, como dictan los nuevo cánones de comunicación pandémica. “Aunque, claro, el olor es muy diferente a los champús”, dice risueña, con una rejilla cubriéndole el pelo, las gafas de seguridad protegiéndole los ojos y una mascarilla reposando bajo su barbilla mientras habla. “Ahora siempre hay ese tufillo a alcohol, que es muy refrescante”, comenta con ironía.
En la actualidad hay 50 personas más trabajando directamente en la fabricación de estos productos pero la empresa planea crear líneas de geles hidroalcohólicos en otras de sus marcas como Garnier, Vichy, L’Oréal Paris, L’Oréal Professionnel, con una línea dirigida solo a los peluqueros. Con los geles hidroalcohólicos se abre un nuevo nicho de mercado: es un producto que formará parte de nuestra lista de la compra básica igual que la leche, el aceite, la pasta de dientes o los huevos y que ahora están distribuyendo gratis, pero que cuando pase el momento álgido de la crisis comenzarán a comercializar.
En el hogar de cuatro miembros de Zulema solo siguen trabajando en estos momentos difíciles su padre y ella: “Mi madre y mi hermano nos vacilan porque, a diferencia de ellos, nosotros podemos salir, dar una vuelta aunque sea para ir hasta la fábrica y así escapar del agobio del confinamiento. Yo me considero afortunada de poder ir allí. Es un momento de estar con otra gente, de hablar de vez en cuando y hacer bromas, aunque sea guardando las distancias de seguridad. Ya ves, lo que en otros momentos quizá daba pereza ahora lo veo como una alegría”.
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