Necesitamos que las piezas encajen: las razones por las que los puzles triunfan en cuarentena
El puzle, muy utilizado en terapia, es capaz de mejorar nuestra autoestima y relajarnos. Además, buen método para abstraerse de la realidad.
En la película Rompecabezas, (Natalia Smirnoff, 2010), un puzle es el desencadenante de que la protagonista, María Onetto, una desdibujada y entregada ama de casa, viva una auténtica revolución. Una verdadera catarsis provocada por el simple hecho de descubrirse un talento insospechado: el de encajar piezas.
Algo parecido está sucediendo en nuestro país si nos atenemos a las cifras. Las búsquedas de “comprar puzles” en Google España se han disparado a unos niveles que si observamos la gráfica es muy similar a la que se ha producido en Estados Unidos con la tasa del desempleo (una inquietante y prolongadísima línea vertical). A partir del 22 de marzo (fecha en la que fue decretado el estado de alarma por el coronavirus) la demanda de información sobre este milenario pasatiempo se dispara.
En La Casa del Puzle (Sevilla), una tienda de puzles online, llevan más de dos semanas desbordados con los pedidos. Aseguran que en doce años no habían conocido nada igual. Ni siquiera en la campaña de Navidad. La media de pedidos diarios está en torno a los 400 o 500. De hecho, la cosa se empieza a poner peliaguda. La producción se ha detenido: dos de los mayores fabricantes –Clementoni en Italia y Educa en España– han cerrado sus fábricas. Sigue en activo otra de las grandes: Ravensburger en Alemania. Pero aun así, las existencias empiezan a escasear, tanto que, según Alfonso Álvarez-Ossorio, presidente de la Asociación Española de Puzzles, “se están sacando puzles de hace años, remesas de catálogos anteriores. Es una locura. De pronto, es difícil conseguir puzzles y se han convertido en un objeto de deseo. Desde la Asociación, esperamos que toda esa gente que está ahora retomando esta actividad o descubriéndola, continúen con la afición cuando todo esto haya terminado”.
Si se piensa bien no debería resultar muy sorprendente que en un momento en el que absolutamente nada encaja, o más bien, todo se desarma, la paz se encuentre precisamente en encontrar una secuencia lógica, en conseguir ensamblar físicamente un conjunto de piezas según una hoja de ruta previamente marcada. Ahí está todo lo que ahora mismo brilla por su ausencia: un plan, una seguridad, un avance, una certeza. “Por primera vez en mucho tiempo, se disponen de horas y horas libres, sin otras actividades planeadas», explica MariPaz Chapinal Aceituno, terapeuta ocupacional, especialista en estimulación cognitiva y dificultades de aprendizaje en el Centro Tangram. «Buscamos alternativas dentro de casa y ¡todos tenemos puzzles en casa! El puzle además no necesita una base cognitiva, ni cultural. No entiende de idiomas porque no tiene una carga verbal”. Y, también nos aleja del gran foco de distracción en este confinamiento: las pantallas: “Uno se acaba cansando de las series, de estar tanto tiempo delante de pantallas», asegura Álvarez-Ossorio. «En un mundo en el que todo es digital -ordenadores, consolas, tabletas, smartphones-, el juego de mesa ha ido perdiendo su cuota y, ahora, el puzle está recuperando su lugar”.
Curiosamente la otra época dorada desde que se creara (en 1766 y fruto, como muchos de los mejores inventos de la historia, del azar: al cartógrafo John Spilsbury se le ocurrió pegar los mapas en tablillas de madera y cortarlas siguiendo la línea de las fronteras para que sus alumnos aprendieran geografía) fue durante la Gran Depresión. En ese momento el coste ya era bastante accesible y el uso del puzle había pasado de ser uso exclusivo de las clases aristocráticas a ser disfrutado de un modo transversal. La razón: en 1900, el troquelado empezaba a hacerse de forma industrial abaratándose costes y lográndose que las piezas encajasen mejor.
Pero, ¿por qué engancha tanto un puzle? Chapinal Aceituno lo explica de un modo muy gráfico: “Ves de una manera muy visual que estás consiguiendo tu logro, tu objetivo. El montón de piezas descolocadas va disminuyendo, a la vez que va aumentando la imagen que estás montando. A esto hay que unirle la increíble sensación de poner la última pieza y ver tu obra completada. Tu esfuerzo recompensado”. Álvarez-Ossorio enfatiza esa sensación triunfal: “Es un reto autoimpuesto cuya resolución produce muchísima satisfacción y placer”.
Todo esto por no hablar de los beneficios de una actividad como esta. Aparte de las obvias (mejora de la autoestima, relajación, abstraerse de la realidad –nunca fue tan necesario semejante objetivo–), el puzle encierra otras muchas ventajas, tanto que es una herramienta muy utilizada en terapias. “A nivel mental, favorece la orientación visoespacial, la percepción visual, la concentración, la paciencia y la atención mantenida en el tiempo, explica Chapinal Aceituno. Desde el punto de vista emocional, está la consecución de un logro. Y desde el lado relacional, potenciar los lazos sociales, de pareja o familiares. Se trabaja la creatividad, la planificación, el desarrollo de estrategias, la coordinación óculo manual, la motricidad fina, el trabajo cooperativo…”
Pero, ojo, igual que no es muy buena idea lanzarse a hacer yoga acrobático entre las cuatro paredes de casa si lo máximo que se hacía antes de la reclusión era salir a pasear, aquí también conviene ir con cautela. “Es importante», aconseja Álvarez-Ossorio, «escoger un puzle adecuado a las capacidades de cada cual. Lo contrario, puede provocar impotencia y frustración. Empezar con uno de 500 piezas de temática sencilla es lo más recomendable”. Y la terapeuta advierte que “lo que no tiene sentido ahora es entrar en la autoexigencia, forzarnos a hacer un puzle cuando es una tarea que nunca nos ha llamado la atención, o incluso, siempre nos ha puesto un poco nerviosos. El aprendizaje más exitoso es el alcanzado a través del deseo”.
En cualquier caso, el mundo de los puzles es lo suficientemente amplio para que cada cual encuentre uno a su gusto. Los hay de una sola pieza (una especie de madeja troquelada), de 42.000 piezas (el más grande del mundo que, una vez montado, mide 7,49 metros de largo por 1,57 metros de alto) o uno de 500 piezas de rosas que se vende como ‘imposible’. Pero quizás el más complicado del mundo, el más extraño y, probablemente el más desquiciante, sea el puzle blanco. Un puzle impoluto como un folio, disponible en varios tamaños. La versión de 2000 piezas se anuncia directamente como ‘Tortura. Sólo para masoquistas’. Y los que se atreven con él suelen llamarlo ‘tortura blanca’ o ‘infierno blanco’. Curiosamente, mucho antes de que se comercializara, cuarenta años para ser exactos, el diabólico juguete (para masoquistas siniestros, también en negro) aparecía en La Huella (1972), la perversa y magistral película dirigida por Joseph L. Mankiewicz, en la que Laurence Olivier y Michael Caine se marcaban eso tan manido, y tan ajustado en este caso, del duelo interpretativo.
Pero, dadas las circunstancias, mejor abstenerse de meterse berenjenales. “Me he encontrado con algunos pacientes a los que los puzles les generaban más ansiedad. En esos casos, no tiene ningún sentido recomendarlo, puntualiza Chapinal Aceituno. No creo que pueda ser una recomendación generalizada: habrá a quien le encante estar horas en una silla buscando la pieza correcta, clasificando; y otros que necesiten un refuerzo más inmediato, ver su logro de una forma más rápida. Lo importante es escoger una actividad de ocio que nos genere bienestar. Siempre desde la cero exigencia y desde el disfrute”.
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