Alla Verber, la mujer que llevó Chanel y Gucci a la Rusia post-soviética, muere por una reacción alérgica al marisco
Un choque anafiláctico ha acabado con la vida de la gran promotora de la industria del lujo en la Perestroika y magnate de la moda en la Rusia actual, que se encontraba de vacaciones en Italia.
“Alla Verber. Grandes y rotundísimas joyas. Grandes abrigos de piel rusos. Gran sentido de la diversión. Incansable trabajadora. Icono del comprador poderoso. Absoluta genia en el arte de hacer “cantar” a una tienda. Irremplazable. El mundo de la moda la echará de menos. Mis condolencias a su familia”. Estas fueron las líneas que una de las voces más autorizadas de la industria, la crítica Suzy Menkes, le dedicó en su Instagram a una mujer de la que hasta esta semana, cuando se supo que había fallecido, muy poca gente, ni siquiera los más avezados lectores de revistas de tendencias, había escuchado hablar antes. A pesar de que tenía casi medio millón de seguidores en Instagram, Verber era una desconocida para Occidente. ¿De dónde salía esta dama con los dedos cuajados de pavés de diamantes, mirada penetrante enmarcada en litros de kohl y bolsos de más de 50.000 euros siempre colgados del brazo?
Nacida en San Petersburgo en 1958, Verber jugó un papel fundamental en el florecimiento la industrial del lujo en Rusia durante esos años noventa en los que los moscovitas hacían colas kilométricas para entrar en el primer McDonalds de la ciudad. La Perestroika había llegado para reestructurar la economía interna de la Unión Soviética pero también para revolucionar los hábitos de consumo de una nueva clase social: los oligarcas y sus familias. A estos antiguos grises altos funcionarios del régimen, que de la noche a la mañana se convertían en empresarios multimillonarios, había que ofrecerles nuevos productos que les permitieran proyectar hacia el mundo su nuevo estatus. Y es donde Alla Verber estuvo particularmente avispada: ella fue la primera en llevarle vaqueros de Wrangler y Levi’s a un mercado que estaba deseoso de empezar a consumir lo mismo que los americanos.
Muy pronto Verber se dio cuenta de que ese enorme nuevo flujo de dinero podía convertirse en algo mucho más aspiracional: bolsos de Chanel, zapatos de Prada, vestidos de Dolce & Gabbana, trajes de Brioni y mocasines de Gucci. Aquel mundo lleno aún de trajes de franela grises y chándales de táctel de colores chillones necesitaba de su criterio. Y por eso hizo todos los esfuerzos necesarios para introducir en aquel mercado que tímidamente empezaba a abrazar las conquistas del mundo occidental las firmas de lujo más obvias. “Llamó a todas las puertas y nunca aceptó un no por respuesta”, ha dicho Menkes.
Verber conocía muy bien las pulsiones que mueven al comprador de grandes firmas. Ella nació en el seno de una familia opositora al régimen comunista que se vio obligada a huir del país a mediados de los años setenta. Como destino final escogieron Canadá pero la joven Katia no consiguió el permiso de residencia así que se vio obligada a quedarse en Europa. Más concretamente en Italia, donde estudió medicina. Cuando por fin consiguió mudarse a Canadá con su familia, coqueteó por primera vez con la industria de la moda abriendo una tienda llamada Katia of Italy en Toronto. Gracias a ese negocio entró en contacto con los relaciones públicas de las firmas que luego acabaría llevándose a la Unión Soviética, a donde regresó en 1989. La joven, que entonces tenía 33 años, recibió una oferta laboral de una multinacional canadiense para que fuese su representante en Rusia. Tres años después de su llegada a la capital, la misma compañía abrió Trading House Moscow en Kutuzovsky. En 2002, se convirtió en vicepresidenta del grupo de lujo Mercury Distribution, el equivalente ruso a conglomerados como LVMH o Kering.
Verber recibió el nuevo milenio como como directora del centro comercial TSUM, que transformó en una mezcla de Harrods y Bloomindale’s. Una meca de consumo capitalista reformada justo a tiempo para darle la bienvenida a los años de la explosión bling bling, aquel lujo ostentoso y enloquecido que quemaba billetes por deporte.
Aquella nueva Rusia consideraba el summum del buen gusto tener un teléfono móvil recubierto de brillantes de muchos quilates con un botón pensado exclusivamente para llamar al mayordomo. De hecho, la hija de Verber, Katia, tenía uno de esos móviles, llamados Vertu. Conocida en su día como “la Paris Hilton rusa”, Katia Verber era íntima amiga de Dasha Zukhova, la mujer que convirtió en arte el dinero de Abramovich. Esta amistad no era desinteresada: si uno se gana la vida vendiendo lujo, ¿hay acaso una estrategia comercial más inteligente pasarse el día rodeada de esposas de oligarcas?
Alla Verber y su hija eran celebridades en la Rusia de los 2000. Formaban parte de una élite que representaba hasta qué punto había cambiado una nación que unos pocos años atrás no podía comprar en libertad y que ahora tenía una población de 136.000 millonarios. Solo una década atrás, las familias tenían que tramitar permisos draconianos para conseguir un pequeño utilitario. La familia Verber tenía un Bentley, que conducían por las calles de Moscú tanto la hija como la madre. Ambas en colaboración se encargaron de poner en marcha un poblado de lujo a las afueras de Moscú, ubicado en el medio de un bucólico bosque, donde había tiendas de Yves Saint Laurent, Tiffany e incluso un concesionario Lamborghini.
Las circunstancias en las que ha fallecido la empresaria no podían ser más adecuadas a su estilo de vida: se le produjo un choque anafiláctico después de que una cena compuesta esencialmente de mariscos le generase una reacción alérgica. Estuvo luchando cuatro días por su vida, pero su sistema inmune, debilitado por una neumonía previa, no pudo resistir. Aún así, la noticia cogió por sorpresa a todos ya que hace solo cinco días subió esta foto a Instagram, en la que se la podía ver disfrutando de la dolce vita en Forte dei Marmi, en Italia.
Según Suzy Menkes, esta empresaria tenía tres talentos fundamentales: 1. Podía convencer a gente con mucho poder y con mucho, mucho dinero de que necesitaban adquirir productos carísimos que realmente no necesitaban. 2. Podía hacer que una tienda generase grandes beneficios. 3. Y sobre todo podía celebrar sus éxitos brindando con buen champán y bailando hasta el amanecer. La última vez aún fue la semana pasada.
Alla Verber no tenía el aura de un director creativo como Karl Lagerld, ni la presencia pública de una modelo como Linda Evangelista. Ni siquiera tenía el nombre prestigioso de una periodista como la propia Menkes, y sin embargo, ella fue la que consiguió que los diseños de Lagerfeld, el rostro de Evangelista y los textos de Menkes entrasen la Rusia de la Perestroika.
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