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“Sin ella, ahora estaría muerto o en la cárcel”

Hace 21 años, una azafata de Iberia montó una casa de acogida para gente sin techo. Hoy son su familia

Natalia Junquera
Gloria Iglesias con Pedro Sarabia (izquierda) y Federico Viejo, el pasado 13 de julio en Madrid.
Gloria Iglesias con Pedro Sarabia (izquierda) y Federico Viejo, el pasado 13 de julio en Madrid.Álvaro García

—“Ven, te invito a un bocata”.

“Me engañó totalmente”, recuerda Federico Viejo, Fede, 20 años después. “Y menos mal, porque si ella no se hubiera cruzado en mi camino ahora estaría muerto o en la cárcel”. Llevaba cuatro años durmiendo en la calle cuando se conocieron. Desde los 15 estaba enganchado a las drogas y al alcohol y había pasado tres años en prisión por una estafa. El bocata era un pretexto para llevarle a una casa de acogida. Cuando atravesó la puerta pesaba 50 kilos. Era un hombre destruido, por dentro y por fuera. “Ella me lo devolvió todo”. Lo primero, la autoestima.

Dos años después llegó Pedro Sarabia. Había sido yóquey. Había ganado mucho dinero. “Pero el hipódromo de Madrid cerró. Se me vino el mundo abajo y empecé a beber. Me lo fundí todo y acabé en la calle, a gatas. Estaba asqueado de mí mismo. El mundo no valía nada y yo no podía más. Llevaba tres años así cuando me hablaron de ella”.

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Ella es Gloria Iglesias. Tiene 70 años. Fue azafata de tierra en Iberia y tuvo lo que se llama “una vida normal y corriente” hasta que hizo algo que muchas amistades no entendieron. “Había viajado mucho y hacía mis voluntariados, que siempre me han gustado: con ancianos, niños, prostitutas... Una vez, en el tren de Lourdes, me puse en el vagón en el que nadie quiere ir, el de los sin techo. Estuve conviviendo con ellos cinco días, y cuando volvimos vi que esa misma noche se quedaban en la calle. Porque la gente subía al tren, se bajaba y seguía con su vida. Y empecé a pensar en montar mi propia casa de acogida”. Entonces todavía creía que solo para ayudarles a ellos. “Creé una ONG para intentar que esas personas no murieran solas y ahora son mi familia. Ellos son los que no permitirán que yo muera sola. Ellos son todo lo que dejaré detrás de mí cuando me vaya”.

La historia de Gloria, Fede y Pedro es un tratado sobre la lealtad. El relato de sus peripecias —similares las de ellos, de 54 y 53 años, y muy diferente la de ella— hasta el desenlace común es un ejemplo del poder extraordinario, transformador, de las relaciones humanas cuando se supera el umbral de los prejuicios. Por no defraudar a la primera mujer que los vio cuando ya se habían vuelto invisibles, Fede y Pedro se desintoxicaron, conscientes de que aquella era la última oportunidad tras arrasar con todo lo demás. Y por evitar recaídas, para estar en ese momento en el que los voluntarios ya se han ido a casa y el adicto tiene la tentación de consumir para que vivir deje de doler, Gloria se convirtió en su compañera de piso primero, y en algo muy parecido a una madre después. Pero no fue fácil.

Le costó un año de burocracia y decepciones, sobre todo con la Iglesia —es creyente—, montar la casa y la ONG, Proyecto Gloria, y el rastrillo de muebles con el que se financian. “Nadie quería tenernos de vecinos. Me llegaron a decir que preferían un prostíbulo”. Tuvo que llamar a 36 puertas antes de que le dijeran que sí. Cuando por fin lo logró, decidió que la casa de acogida sería también la suya. “Las adicciones son una guerra sin cuartel hasta que consigues enderezarlos. Me ha tocado ir a buscarlos muchas veces a las cinco de la mañana, verlos drogados, convencerlos... Si te sale es una pasada, pero tienes que estar siempre pendiente”.

Fede admite que ha sido de los más “guerreros”. “Mi madre murió cuando nací. Mi padre, un día antes de que yo cumpliera los 15. Era antinormas. Gloria tuvo que venir a buscarme y castigarme muchas veces. He fregado platos en esa casa para aburrir. Pero todo lo he aprendido de ella: el cariño, la voluntad... Es mi madre, mi amiga, mi hermana. Sigo en la casa porque ella es mi vida”.

Pedro fue todo lo contrario. “No se me olvidará jamás el día que entró”, relata Gloria. “Traía una bolsita en la que solo había un calzoncillo y unos calcetines. Hemos hecho siempre teatro para niños en hospitales y cuando llegó estábamos ensayando. Le dije: ‘Vete mirando porque vas a tener que participar’. De repente se pone a llorar y dice que se marcha, que él no sabe hacer nada. Le dije: ‘¿Abrir y cerrar las cortinas no sabes?’. Al final se quedó. Era muy tímido y fue un regalo, lo mejor que ha entrado por esa puerta. En 18 años no ha dado un positivo. Solo necesitaba una mano a la que agarrarse y cuando se la dieron, no la soltó”.

Pedro le quita importancia a su desintoxicación para dársela toda a Gloria. “No todo el mundo dice: ‘Vente a mi casa’. Si hacen eso por ti tienes que ser agradecido. Ese día decidí que era todo o nada”.

Durante muchos años, Pedro siguió en la casa porque los test de drogas y alcohol, ese “examen diario”, le daba sensación de seguridad y porque si había algún momento de bajón más allá de la jornada laboral, “Gloria siempre estaba”. Ahora, como Fede, sigue allí porque ese es su hogar. “Cuando lo has perdido todo y lo recuperas, no quieres volver a perderlo. Y esto funciona como un espejo: si recibes amor, das amor. A mis padres también los entiendo: él era labriego, mi madre ama de casa, tuvieron muchos hijos, no estaban pendientes... Ahora mi familia es esta”.

Por la casa han pasado 200 personas en 21 años. Gloria no pudo “enderezarlos” a todos. Dos intentaron matarla. Pero al menos tres morirían hoy por ella. Son Pedro, Fede y Antonio, un hombre de 35 años y 40 kilos que le dejaron un día en la puerta “con unas semanas de vida”. De eso hace dos décadas. Gloria se empeñó tanto en que viviera, que Antonio, por no defraudarla, vivió.

“Cuando les acogí nunca pensé que pasaría esto. Mi madre, que ya murió, decía al principio que le iba a dar un infarto por el miedo que pasaba conmigo, pero al final los conoció y creo que lo entendió. Somos una familia como a mí me la enseñaron de pequeña. Con sus navidades, sus cumpleaños, sus peleas, sus visitas al hospital, sus despedidas. Si no hubiera puesto la ONG a lo mejor ahora estaba sola. Pero he tenido la suerte de que sin buscarla, cuando perdí a la de sangre, apareció otra familia”.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.

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