El bolsillo secreto
De camino a una cita con Juanjo, Andrea descubre que la maleta que cogió por error en el aeropuerto puede contener algo más de lo que parecía a simple vista
Vale, ha pasado algo, pero déjame que te lo cuente por orden.
Anoche quedé con Juanjo para cenar, esto ya lo sabes. Quedamos en un restaurante que me costó un poco encontrar porque, según sus indicaciones, me dijo que subiera por la calle en la que está la relojería del pueblo, pero no encontré ninguna relojería porque en su lugar acaban de abrir otro Niela, uno idéntico a los del paseo. El resto de las tiendas de la calle sí parecían ser las de siempre, y justo al lado del Niela había una muy pequeñita de artículos de viaje con un montón de maletas en la entrada. Y no unas maletas cualquiera, no: exactamente el mismo modelo de maleta que tú me regalaste, la misma con la que viajó Francisco, el farero.
Me quedé allí parada, pensando en que quizás fue esa la tienda donde él compró la suya, y aunque solo me detuve un par de segundos, fue tiempo más que suficiente como para que el dueño de la tienda se me acercara a explicarme lo buenas maletas que son. Resistentes y ligeras, fáciles de transportar, con buen fondo y un bolsillo secreto.
—¿Perdón?
—Que tienen un bolsillo secreto. Mira, está aquí, bajo el asa del lateral, disimulado bajo la costura.
Un bolsillo secreto. ¿Cómo te quedas? Me conoces lo suficiente como para imaginarte lo que pasó a continuación: al entrar al restaurante y encontrarme con Juanjo, yo en lo único en lo que podía pensar era en ese bolsillo secreto. ¿Habría algo allí, escondido bajo esa costura de la maleta de Francisco? Juanjo me hablaba y me contaba cosas, pero yo solo podía pensar en el bolsillo secreto. ¿Qué tal estás? Bolsillo secreto. ¿Qué te apetece cenar? Bolsillo secreto. ¿Hasta cuándo me dijiste que te quedabas por la isla?
—Bolsillo secreto.
—¿Qué?
—Perdona, creo que me voy a tener que ir. ¿Nos vemos mejor otro día?
No sé por qué no le conté a Juanjo por qué me iba. Seguramente porque levantarme de allí así, en mitad de la cita, sin dar más explicaciones, me parecía más normal que decirle que me marchaba para abrir un bolsillo secreto de una maleta, que era muy urgente hacerlo aunque el bolsillo no se fuera a mover de su sitio y que cabía la posibilidad de que no hubiera nada dentro. ¿Pero sabes qué? Sí que lo había.
Había una libreta. Estaba allí, bajo el asa del lateral, donde me indicó el dueño de la tienda, tras una pequeña cremallera. La tengo aquí conmigo. Es una libreta de bolsillo, con todas sus páginas atiborradas de una letra diminuta y prácticamente garabateada que llevo leyendo y tratando de descifrar desde anoche. En cuanto termine de hacerlo te cuento. Vas a flipar.
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