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La nueva edad dorada de la conspiranoia alimenta al cine y la televisión

Los documentales sobre siniestras confabulaciones reales o que intentan desmentir algunas fantasías que han llegado a hacerse colectivas están en auge

En la imagen, seis fotogramas de la filmación de Abraham Zapruder del asesinato de John Kennedy el 22 de noviembre de 1963.
En la imagen, seis fotogramas de la filmación de Abraham Zapruder del asesinato de John Kennedy el 22 de noviembre de 1963.

Dos chicas abordan a un desconocido en un aeropuerto. Le tapan los ojos, le frotan la cara y se largan. En una hora el hombre está muerto. Ha sido envenenado con una toxina letal. Las chicas son detenidas y dicen no tener constancia de haber matado a nadie y que creían estar participando de una broma con cámara oculta. Alegan ser los chivos expiatorios de un complot para perpetrar un asesinato político.

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El argumento es digno de Hitchcock, pero corresponde a una historia real, la del asesinato en 2017 en Malasia de Kim Jong-nam, hermano de Kim Jong-un, exiliado y crítico con el régimen norcoreano. Hay película, sí, pero es un documental, Asesinas, de Ryan White (en Movistar desde junio). En la era de la posverdad, las conspiraciones, reales o imaginadas, ya no solo alimentan oscuras ficciones conspiranoicas en pantalla grande, como en los setenta, sino documentales con sabor a thriller o, incluso, a película de terror.

Asesinas podría conformar una perturbadora sesión doble con El infiltrado, miniserie estrenada en Filmin en febrero en la que el documentalista Mads Brügger condensa las grabaciones efectuadas con cámara oculta por un chef danés durante la década que ejerció de topo en las redes de amigos de Corea del Norte con intención de desenmarañar los tejemanejes de la dictadura y su principal proselitista en Europa, el español Alejandro Cao de Benós.

Son dos muestras de una corriente en aumento. En marzo se estrenaron El disidente, de Bryan Fogel (en Filmin), que disecciona el asesinato del periodista Jamal Kashoggi en el consulado de Arabia Saudí en Estambul y cómo el régimen saudí incrustó el programa espía Pegasus en el móvil de Jeff Bezos, y Q: En el ojo del huracán, de Cullen Hoback (en HBO), que explica el origen y el funcionamiento de QAnon, el movimiento populista engendrado en internet que a base de absurdas teorías conspirativas acabó instigando el asalto al Capitolio. Y desde septiembre, poco antes de las elecciones estadounidenses y de ese espeluznante epílogo a la era Trump, en HBO también se puede ver Agentes del caos, de Alex Gibney, que escruta las maniobras rusas para influir en los comicios que proyectaron al magnate a la Casa Blanca.

Un momento del documental 'Asesinas'. En vídeo, trailer del documental.

La presidencia de Donald Trump ha marcado la que Noel Ceballos, autor de El pensamiento conspiranoico (Arpa), considera la era dorada de la conspiranoia. En su libro afirma que “nunca un porcentaje tan alto de la población había sido expuesto, durante tanto tiempo, a un número tan grande y normalizado de teorías de la conspiración como en la segunda mitad de la década pasada”. Y el fenómeno crece, añade en conversación con EL PAÍS. “Las teorías de la conspiración ahora están en el centro del discurso social, abren informativos”, advierte, “pueden llevar a la gente a no vacunarse y a montar manifestaciones negacionistas de la covid, y a una muchedumbre enfurecida a asaltar el Capitolio”.

Es fácil trazar un paralelismo con el final de los sesenta y la década de los setenta. Entonces, los magnicidios de John y Robert Kennedy, Malcolm X y Martin Luther King llevaron a la población estadounidense a creer que todo era posible, y los papeles del Pentágono y el Watergate, a desconfiar del Gobierno. Ahora, la convicción de que todo puede pasar y la suspicacia respecto del establishment son un fenómeno global, magnificado y acelerado por internet. Para Ceballos, “a finales de los sesenta, hubo un cambio de paradigma tecnológico, el escrutinio sobre el poder fue mayor y se descubrieron más escándalos. Cada vez tenemos más herramientas para vigilar al poder, y eso conlleva un aumento de la desconfianza. El problema es cuando eso se convierte en algo patológico”.

Aquellos años aún alimentan a creadores como Oliver Stone, que, 30 años después de JFK: Caso abierto, cumbre del thriller conspiranoico, estrenó hace un mes en el festival de Cannes JFK Revisited: Through The Looking Glass, dos horas de documental sobre el asesinato del presidente Kennedy basadas en 2.800 informes secretos desclasificados en 2017 (aún quedan otros 200, considerados clave por los historiadores). Puede que nunca se sepa quién estaba en realidad detrás de aquel magnicidio el 22 de noviembre de 1963, pero Stone, documentos en mano, señala al FBI y a la CIA como manipuladores de todas las investigaciones posteriores. Como decía el cineasta a El PAÍS en el certamen francés: “Kennedy tenía demasiados enemigos. En realidad, no sé qué pasó, pero sí lo que no pasó”. El filme se estrenará en salas en España, aunque aún no hay fecha fija.

Un instante de la serie documental 'Q: en el ojo del huracán'. En vídeo, trailer del documental.

Hace medio siglo el cine tradujo ese malestar en thrillers como Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975), pero ahora es el documental el que mayoritariamente aborda estos asuntos. En 1976, Alan J. Pakula dramatizaba en Todos los hombres del presidente el hito periodístico que le costó la presidencia a Nixon. Cuatro décadas después, en 2015, ganaba el Oscar al mejor documental Citizenfour (Laura Poitras), making of de una de las exclusivas de la década, la filtración de Edward Snowden que desveló que la NSA estadounidenses espiaba de manera ilegal a los ciudadanos.

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Cada vez hay también más medios para desvelar conspiraciones reales y para combatir las teorías conspirativas, opina Ceballos. “Por eso tantos documentalistas están centrando su interés en ello. Es un tema fascinante, pero además nos va la vida en ello”. Lo primero, explicar complots veraces, es lo que hacen El disidente o Asesinas. Lo segundo es lo que hace Q: En el ojo del huracán (aunque también explica cómo los conspiranoicos derivan a su vez en conspiradores). O El caso Alcàsser (2019), donde Elías León Siminiani desarma las disparatadas hipótesis sobre aquel triple asesinato diseminadas durante años en horario de máxima audiencia televisiva.

Para León Siminiani, el propio sistema judicial consagra la idea de la construcción de un relato, en su caso, el de hechos probados en la sentencia. “La justicia entronca con la necesidad de la sociedad de construir y consumir relatos”, explica. “Por eso entre otras cosas ha habido tanto auge del true crime [los documentales que narran crímenes reales]”, del que los docuthrillers de conspiración son una variante más.

“Desactivar una teoría de la conspiración es complicado porque se suman el paso del tiempo y la incomodidad que puede causar la verdad”, explica el director. Incomodidad porque admitir que uno ha estado creyendo y diseminando falsedades durante mucho tiempo “no es fácil” y porque puede que la realidad resulte más perturbadora que cualquier fantasía. El también documentalista Justin Webster cree que “el problema es que la gente siempre, y ahora más que nunca, quiere certezas. Y no hay certezas”. Y añade: “Si algo confirma tus prejuicios no tienes que pensar, y pensar exige, es doloroso. Y lo más cómodo es echarle la culpa al otro”. Webster pone como ejemplo las hipótesis sobre el origen de la covid. “No sabemos qué ha pasado, pero la historia de que ha escapado del laboratorio y los chinos son los culpables es tan atractiva...”. Y la alternativa, la de que pasara de animales a humanos de forma espontánea, “es mucho más aterradora”.

Una imagen del documental 'El fiscal, la presidenta y el espía'. En vídeo, el tráiler de la cinta.

Varias películas de Webster, más interesado en “encontrar la verdad tras las conspiraciones que en reproducirlas”, desactivan teorías conspirativas. En Seré asesinado (2013) se ocupó del caso de un abogado guatemalteco que encargó su propio asesinato y dejó un vídeo culpando al Gobierno. El misterio ya llevaba tiempo resuelto cuando empezó a rodar el filme, pero “la jungla había crecido otra vez, y la mayoría de la gente creía que había sido asesinado”. En El fiscal, la presidenta y el espía (2019), que aborda la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman días después de presentar una denuncia contra Cristina Fernández de Kirchner, se encara, en cambio, con un caso abierto, en el que se confrontan las hipótesis del suicidio y del asesinato. Webster expone los hechos en una estructura en forma de “diálogo socrático” para que el espectador llegue por sí mismo a la conclusión, que es clara aunque la serie no la explicita porque “aleccionar tampoco ayudaría”.

Siminiani y Webster admiten que hay muchos espectadores a quienes sus documentales no han sacado de su error. Tras El caso Alcàsser, cuenta su director, “hubo un poco de todo, pero el documental abrió una puerta”. Para Webster, “lo bueno es que la gente sí conecta con esta forma de trabajar para intentar entender cosas a nuestro alrededor que no entendemos bien”.

Vladímir Putin y Donald Trump, en el documental 'Agentes del caos'. En vídeo, trailer de la serie documental.

Otra serie de no ficción reciente ofrece un ejemplo de lo espinoso que resulta intentar desactivar según qué delirios colectivos: en su último trabajo, Can’t Get You Out of My Head, estrenado en la BBC en febrero, Adam Curtis —a veces acusado él mismo de conspiranoico por sus eclécticas lecturas geopolíticas— explora precisamente el peso creciente de esas quimeras en la sociedad occidental, y explica cómo a finales de los sesenta un grupo que pretendía parodiar la creciente ola conspiranoica difundió la teoría de que tras todos los magnicidios en EE UU estaban los Illuminati, una olvidada sociedad secreta crítica con la Iglesia católica que había tenido una vida efímera en la Baviera del siglo XVIII. Se trataba de plantear algo tan absurdo que nadie pudiera creerlo. Pero esos cuentos caricaturescos empezaron a ser tomados cada vez más en serio por cada vez más gente, mezclados con conspiraciones reales como el programa MK Ultra de control mental de la CIA. “La línea entre la realidad de la corrupción política y un mundo fantasioso de teorías de la conspiración comenzó a desdibujarse en EE UU”, dice Curtis en la serie.

Y en los últimos años, sometida la población a ese inabarcable y acelerado bombardeo de información, o de ruido, bajo el que a menudo puede costar distinguir verdad y ficción y por el que tratan de abrirse paso los documentalistas, los Illuminati ya no han dejado de comparecer en nuestras más paranoicas fantasías.

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