La ‘yihad’ es mucho más que ‘guerra santa’
El concepto, usado y tergiversado por los terroristas islamistas, está relacionado con la idea de 'esfuerzo' en su origen
Yihad no significa solo ‘guerra santa’, pero no debe de resultar fácil traducir el concepto en español cuando la RAE se decidió en incluirlo tal cual como palabra castellana. Ese añadido al diccionario fue “un acierto” para Alejandro García Sanjuán, autor de Yihad. La regulación de la guerra en la doctrina islámica clásica (Marcial Pons Historia, 2020), un trabajo de investigación en el que rastrea las interpretaciones del concepto, trágicamente de actualidad por culpa de grupos terroristas islamistas.
“Hasta qué punto es pertinente definir ‘yihad’ como ‘guerra santa’ es algo controvertido, también en lo académico”, señala García Sanjuán, refiriéndose a la única acepción que recoge el diccionario de la Academia. Yendo a sus raíces en árabe, el término significa “esfuerzo” y es gramaticalmente masculino (“el yihad”). ¿A qué tipo de esfuerzo se refiere? La asociación con lo bélico no es gratuita, porque parece arraigarse en la tradición doctrinal musulmana. “Es cierto que ha servido fundamentalmente para definir normas y regulaciones que se refieren a la práctica de la guerra”, explica García Sanjuán. Y también es verdad que la época en la que el término se caracteriza, en la Edad Media, la forma de entender la guerra está “muy imbuida” de la tradición coránica, ilustra el experto.
Como sinónimo de “guerra santa” se ha asentado también en otras tradiciones occidentales, como la anglosajona y la francesa. “No es algo completamente incorrecto, porque ha servido para definir regulaciones y prácticas de la guerra”. A un arabohablante del siglo XXI, la palabra le traerá “una fuerte resonancia coránica y religiosa, y le sonará a algo bélico”. Una connotación, la de la guerra, que aunque haya sido la predominante en el tiempo, no agrada a amplios sectores religiosos islámicos porque “a veces sirve para acuñar una visión belicista del islam que a muchos musulmanes no les gusta”, precisa el investigador.
Y eso es así porque el concepto se expande mucho más allá de su acepción bélica. Recoge García Sanjuán que hay una yihad que se practica con el corazón, “el esfuerzo que se hace por perfeccionarse a sí mismo”, un camino de perfeccionamiento místico desarrollado, por ejemplo, por los sufíes. También hay otra yihad, que se practica con la lengua, “que trata de corregir en otros creyentes la realización de prácticas incorrectas del punto de vista islámico”. Por último, la que se practica con la mano. “Es el yihad más violento: es un castigo que se impone”.
Esta no se ha ejercido solo contra los infieles, sino también entre unos musulmanes y otros, como ocurrió con los almohades, que declaran el takfir, una suerte de excomunión, a los emires de Marrakech, los almorávides. También, “de forma entrecruzada” a lo largo de la historia, entre suníes y chiíes.
¿En qué se parece a lascruzadas?
“Hay similitud entre los conceptos, porque se trata de una guerra legitimada en preceptos religiosos. [Francisco] García Fitz lo define diciendo que la Biblia y el Nuevo Testamento son los ‘arsenales ideológicos’ de la guerra santa cristiana, y en este sentido, el Corán y la tradición islámica es el arsenal ideológico de la guerra santa islámica”. Pero la práctica bélica religiosa en el islam se distingue de la cristiana, cree el investigador, por la precisión en que se desarrolla la regulación de la práctica. “El islam es uno de los sistemas que desarrolla una regulación normativa muy exhaustiva de las normas que deben aplicarse en el campo de batalla”.
En una religión sin una autoridad dogmáticamente aceptada por el conjunto de los fieles —a diferencia de la Iglesia Católica—, la doctrina se va a asentando a partir de la discusión de los sabios, los ulemas. Recoge García Sanjuán que uno de los puntos que mayor atención les ocupa son las limitaciones del daño que los combatientes pueden causar a los no combatientes. Las mujeres, los niños, las personas enfermas o incapacitadas físicamente, a los ancianos, aparecen “muy recurrentemente” entre los colectivos a los que hay que evitar infligir daño en las reflexiones de los ulemas, aunque no todos están de acuerdo en todos los casos. También se regula la destrucción indiscriminada: hasta qué punto es lícito destruir los bienes y propiedades del enemigo, aunque en ese punto hay más disenso entre los autores.
Al igual que a los más débiles, se plantean los sabios cómo debe obrar el guerrero musulmán con las gentes del libro: judíos y cristianos. “Son las comunidades que han recibido la revelación divina antes que los musulmanes, y se les considera más próximos y, por tanto, se les da un trato más considerado”, ilustra el experto. Se les concede el derecho a permanecer en un territorio dominado por los musulmantes con un estatus legal específico, se les permite mantener sus lugares de culto, y sus oficios, pero los varones tienen que pagar un impuesto de capitación, la yizia, que “ya aparece en el Corán e implica el reconocimiento de esas comunidades de la autoridad del Estado islámico”. Por cierto, ni cristianos ni judíos están obligados a participar en la yihad, pero sí a ser tienen derecho a que el ejército musulmán los defienda frente a un ataque exterior.
Su empleo propagandístico por organizaciones terroristas supone una identificación “muy controvertida”. “La práctica totalidad de las autoridades islámicas se han pronunciado en contra del terrorismo yihadista, condenándolo de manera prácticamente unánime. En la Universidad de al-Azhar, en El Cairo (Egipto), que por su antigüedad y prestigio a veces ejerce como una especie de ‘Vaticano’ islámico, y donde se forman las élites de casi todo el mundo musulmán se han pronunciado explícitamente en contra del terrorismo”, aclara García Sanjuán.
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