Tensión electoral no resuelta
Nerviositos vivos, los candidatos queman sus últimos cartuchos y meten la pata, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se vota
Desayuno a diario en un bar de barrio cualquiera si no fuera porque no es cualquier barrio. Se trata de una antigua colonia de viviendas militares liberadas pero ocupadas aún en su mayoría por oficiales y suboficiales del Ejército jubilados. Entre las ocho y las diez de la mañana, la habitual parroquia de sargentos y brigadas retirados se diversifica con grupitos de barrenderos, policías y operarios de ambos sexos en la pausa del cafelito. Un universo variado, digamos. En el plasmazo de ese bar, en los informativos matutinos, y en los comentarios que suscitan las noticias entre la peña tiene una vista y oída la evolución política y social de España en los últimos 20 años. Desde algún parroquiano llamando “machorra” a la ministra Carme Chacón pasando revista a las tropas, al día que exhumaron a Franco del Valle, en el que, pese a haber algún cartel ajado fuera con la leyenda “el Valle no se toca”, dentro no se oyó una voz más alta que otra. En las pasadas generales de abril, sin embargo, en el colegio electoral del barrio ganó Vox con un 28%. Una cosa es lo que se dice, o no se dice, y otra la que se vota. Por eso, porque el enigma no lo desvelan más que las urnas, están todos tan nerviosos en todos los partidos. Unos, por si aciertan las encuestas. Otros, por si fallan.
Que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió ya lo dijo Alfonso Guerra en 1982, cuando el PSOE arrasó con 10 millones de votos en su primera mayoría absoluta. Lo que no alcanzó a augurar ni el profeta Guerra es que, ayer mismo, fuera la revista ¡Hola!, y no Shangay, la que anunciara en rigurosa exclusiva la boda de José Bono, hijo del que fuera ministro socialista de Defensa, con su novio de hace cuatro años, con el que desea tener niños. Ni que la agenda LGTBI entrara de tal forma en campaña que los gurús de Ciudadanos decidieran contratar anuncios en Grindr, una aplicación de contactos gays, para estupefacción —y envidia— de algunos miembros de la fontanería del PSOE, que se sepa.
Que no sobra un voto, vamos. Para pescarlos, Pablo Iglesias se marcó un tuerqueo con una presentadora de radio milenial con la que se había apostado decir “buenismo” en el debate, y fue el tío y lo dijo. El ciudadano Girauta publicó un vídeo, arrancándose a la guitarra por el Mediterráneo de Serrat en el mismo Toledo donde peligra su escaño. Y Pedro en Funciones metió su metro íntegro de pierna en tremendo jardín a cuenta de la independencia de la Fiscalía en Radio Nacional de España Así andaban todos ayer, echando el resto. Gastando los últimos cartuchos. Nerviositos vivos.
Lo demás, poca cosa. Rajoy arropando a Feijóo en Galicia. Rosa Díez, a Casado en Barcelona. Julio Anguita, a Alberto Garzón en Twitter. Y Rivera, a sí mismo. Antes de irse de crucero fluvial a Sevilla, se dejó colgado el cartelón del día: un Albert infante luciendo una camiseta con el logo de Citizen en el pecho que daban ganas de comérselo. Aprovechando su ausencia, el pérfido Casado anunció su mitin de fin de campaña en Las Ventas, a tiro de urna de la sede de Cs. Si eso no es mobbing electoral entre las derechas que venga Abascal y lo diga.
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