Iglesias rebaja sus exigencias pero el PSOE ya no ve la coalición
El líder de Podemos admite que bastaría con una posición "modesta" en el Gobierno pero los socialistas se concentran ahora en presionar a Rivera para que se abstenga
El 26-M ha dado un vuelco a la situación política. Pablo Iglesias, el gran perdedor de la noche, se aferra al resultado de las generales de abril y trata de mantener viva la idea de un Gobierno de coalición con el PSOE en el que haya ministros de Podemos, incluido él mismo. Iglesias rebajó sus exigencias este lunes y admitió que su peso es “modesto”, pero insistió en entrar en el Ejecutivo. El PSOE, que antes del domingo contemplaba esta fórmula, este lunes la enfrió con rotundidad y se centró en presionar a Albert Rivera para que se aleje de Vox y se acerque a los socialistas. Ciudadanos se abrió por primera vez a pactos locales con el PSOE.
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Pedro Sánchez, vencedor de las cuatro elecciones que se han producido en menos de un mes, algo impensable hace solo un año, es el gran protagonista de la situación política española, que domina con comodidad desde La Moncloa. Como centro de todas las jugadas, parece decidido a utilizar el tiempo a su favor y presionar a rivales y aliados para que poco a poco se plieguen a sus intereses.
De momento, Sánchez envió este lunes a su hombre fuerte, José Luis Ábalos —que dirigirá el comité negociador—, a enfriar la idea de la coalición, aunque sin descartarla por completo, porque es Sánchez quien negociará con Iglesias. “Hay que resetear nuestras estrategias tras las elecciones. Todos los partidos debemos entender dónde nos han colocado los ciudadanos. Estamos dispuestos a dialogar pero nuestra posición no ha cambiado: queremos un Gobierno de orientación socialista, abierto a independientes, a progresistas, pero un Gobierno socialista”, dejó claro. Eso sí, dijo que aún no está en condiciones de descartar que Iglesias pueda llegar a estar en ese Ejecutivo, algo que varios dirigentes socialistas consultados ven como mucho más improbable. Mientras, Podemos mantiene el pulso.
La clave, una vez más, pasa por la presión sobre Ciudadanos (Cs) para que cambie su estrategia y se replantee una posible abstención. La formación de Rivera insiste en que no hay nada que hacer ahí —“en el Congreso estamos preparados para liderar la oposición, no hay ningún cambio”, aseguró Inés Arrimadas— pero los socialistas aún confían en que la presión será muy fuerte. Para Ciudadanos, piensan en el PSOE, no será gratis pactar en autonomías como Madrid con Vox, que ya no se conforma con dar apoyo externo, como en Andalucía, y exige entrar en el Gobierno.
Rivera acudirá este martes a Bruselas para asistir a la reunión de los liberales europeos previa a la cumbre en la que se hablará del reparto de cargos en la UE. Y ahí sufrirá la presión de sus aliados, que no entienden que en España se pacte con la extrema derecha que todos los liberales aíslan en los grandes países europeos, como le recordó su candidato en Barcelona, Manuel Valls. Precisamente este lunes Sánchez ha cenado en París con el presidente francés, Emmanuel Macron, aliado de Rivera, que podría presionarle para que no se coaligue con la extrema derecha. Decidido a elevar el perfil europeo de España, Sánchez también se reunirá este martes con la canciller alemana Angela Merkel en Bruselas.
En clave interna, todo sigue igual: el PSOE no pierde la esperanza y confía en que el fracaso de Cs en su intento de sorpasso le haga rectificar. Sin embargo, los socialistas ya confiaron una vez en esa presión para impedir que la derecha gobernara en Andalucía, y fracasaron. Cs dio este lunes un pequeño giro, y ya no se cierra por completo a pactos con los socialistas en comunidades como Castilla y León —en Madrid parece inviable ese pacto; se da por hecho que gobernará la derecha—, pero en la investidura de Sánchez no hay nada que hacer: su voto será “no”.
Eso convierte los 42 escaños de Unidas Podemos en imprescindibles. Pero Iglesias ya no tiene la misma fuerza que hace una semana para negociar, según admiten en privado incluso los dirigentes de su partido. La formación, a sus cinco años de vida y después de durísimas guerras internas —“la maldición de La Vida de Brian”, la llamó este lunes en La Sexta el propio Iglesias, recordando la mítica escena de los Monty Python sobre el alma cainita de la izquierda con esa pelea entre el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea— perdió la noche del domingo casi la totalidad del poder institucional que había acumulado hace cuatro años. Unidas Podemos ha perdido 860.000 votos el 26-M y más de un millón el 28-A.
Iglesias contaba con ser llave en el mayor número de autonomías posible (con la derrota en Madrid, lo será pero con poco peso en Asturias, Baleares, Comunidad Valenciana, La Rioja, tal vez Canarias y Aragón) y revalidar los llamados Ayuntamientos del cambio. Ahora asume la debilidad de su posición en la mesa y adelanta que no habrá grandes exigencias. Pero no se rinde. De hecho, tras el fracaso del domingo, entrar en el Gobierno se ha convertido en un elemento aún más importante para Podemos, que ve en esa posición estratégica la única tabla de salvación en su momento más difícil desde su fundación.
Podemos confía en que al PSOE tampoco le interesa tener a su socio natural herido de muerte y con ganas de venganza, y por eso creen que Sánchez sabrá encontrar una salida. Iglesias trató de ponerlo fácil, pero insistió en que él tiene que estar. “Toca transigir y ceder. Si hay vetos, estudiaremos nuestra respuesta, pero creo que Sánchez no va a plantear vetos”. Ambos hablan con mucha frecuencia, la última vez el fin de semana, antes de las elecciones. Y creen que habrá acuerdo. La negociación ahora debería ser más fácil, por la debilidad de Iglesias. Pero va a alargarse.
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La disidencia interna a Iglesias se concentra en el sur
Iglesias no va a dimitir. Ni, por el momento, va a convocar Vistalegre III, la asamblea en la que Podemos elige a su secretario general. La disidencia que surgió en los territorios como consecuencia de la integración de Íñigo Errejón en la plataforma de Manuela Carmena se ha acallado. Los dirigentes territoriales que firmaron la denominada Declaración de Toledo apelando a la unidad —la primera llamada de atención interna que afrontó el líder en cinco años— han perdido fuerza política. José García Molina, secretario de Castilla-La Mancha, artífice de aquella reunión en la capital manchega —y hasta la noche del domingo el cargo institucional más alto del partido—, no ha conseguido representación y ha dejado su futuro en manos del partido.
La única oposición fuerte se mantiene en Andalucía. José María González Kichi ha revalidado la alcaldía de Cádiz rozando la mayoría absoluta sin la ayuda de Iglesias. La delegación andaluza no tardó ni 24 horas en recordarle a la dirección de su partido que, como sucedió en las generales, han resistido mejor al descalabro. Adelante Andalucía se erigió ayer como guía y modelo para reconducir la crisis en la formación.
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