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Del 1 al 10, ¿cómo de extremista es usted?

Los candidatos les restan importancia y la gente se escabulle de contestarlas, pero las encuestas iluminan la campaña

Juan José Imbroda, presidente de Melilla, charla con Pablo Casado, el viernes en la ciudad autómona.
Juan José Imbroda, presidente de Melilla, charla con Pablo Casado, el viernes en la ciudad autómona.ANTONIO RUIZ
Patricia Gosálvez

Cada pareja es un mundo, el fútbol es así y la verdadera encuesta son las urnas. No hay como una perogrullada para zanjar un tema rapidito. El lugar común sobre las urnas y las encuestas lo han usado en esta campaña candidatos de todos los colores. "Cautela", piden, independientemente de si les va bien o mal en las encuestas. Este viernes salieron dos, de Murcia y el País Vasco. La primera daba un empate entre PP y PSOE; la segunda, una victoria al PNV en las tres capitales vascas. El partido se apresuró a movilizar a su electorado con un "nada está hecho", "no hay que relajarse", la urna es lo que cuenta.

"Los partidos tienen una relación amor odio con los sondeos", dice Paco Camas de Metroscopia, que publicará uno el lunes en los medios del grupo Henneo. "En público dicen que no les importan demasiado y, si los datos son malos, denigran al mensajero, pero en privado todos invierten en encuestas, las usan para testar candidatos y preparar las campañas, lo que pasa es que les gustaría verlas solo ellos". "Les influyen muchísimo, ya que generan un clima de ganadores y perdedores, independientemente de la confianza que les tengan", añade Carolina Bescansa, socióloga y politóloga, exdiputada de Podemos. "¡Claro que las miran! Otra cosa es que miren las variables que deberían o tomen las decisiones adecuadas".

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Las reacciones de los políticos son tibias y siempre las mismas (o sea, un aburrimiento) y la mayoría de los sondeos se parecen, pero sus datos iluminan las campañas y ofrecen un tema distinto a las declaraciones mitineras de turno para colocar el mensaje del día. Este viernes, el de Pablo Casado, en Melilla, fue "hay que reforzar la frontera" porque según su candidato, Juan José Imbroda, "la ciudad se marroquiniza". Del PP a Izquierda Unida, todos los partidos tuvieron además su declaración de apoyo en el Día contra LGTBIfobia (bueno, todos menos uno, adivinen). Igualdad, tolerancia, libertad... repetían los políticos, raca, raca, mientras el colectivo apuntaba que hay cinco comunidades —Cantabria, Asturias, Castilla-La Mancha, Castilla y León y La Rioja— donde no hay legislación autonómica que garantice sus derechos. Y este viernes no hubo muchos mensajes más, la campaña pasó de puntillas por la jornada (estamos en el ecuador, hacía falta un respiro); las noticias políticas se lo comieron todo. Las importantes (Meritxell Batet y Manuel Cruz, presidentes de Congreso y Senado) y las no tanto (Santiago Abascal y Pablo Iglesias en el ascensor del Congreso, el primero iba con muletas, el segundo le recomendó ir al fisio, el de Vox le dijo que era vasco). Y Begoña Villacís tuvo su niña, felicidades.

Con tanta enjundia, normal que hablemos de los sondeos. "El problema es que a veces la competición se convierte en lo que importa de la campaña y se olvida la agenda ciudadana", dice Bescansa. Se llama "efecto carrera de caballos". Y es imposible no mirar.

La carrera hacia el 26-M arrancó con el barómetro del CIS, al que los candidatos pusieron pegas porque se había hecho antes del 28-A. A lo largo de la última semana han ido saliendo encuestas, unas 15, de distintos territorios, preparadas por una docena de empresas (Sigma Dos, GAD3, Gesop...) para medios de comunicación nacionales y locales. EL PAÍS publica este domingo una de 40dB. sobre siete grandes ciudades y el lunes, otra sobre la Comunidad de Madrid. Quince en total no son muchas, en las generales se publicaron decenas. La razón: dos campañas seguidas sale caro y, además, unas elecciones locales son un circo de muchas pistas.

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Para las empresas que hacen las entrevistas por teléfono (otras las hacen online), las municipales tienen una complejidad añadida: hay que llamar a fijos, en vez de a móviles para saber a dónde estás llamando. "Hay algunas desventajas, la gente no está siempre en casa y en los hogares cuesta mucho encontrar perfiles jóvenes", explica Camas en las oficinas de Metroscopia, sobre un bullicio de conversaciones. A su alrededor una treintena de personas, con auriculares y micros, charlan con los encuestados con paciencia infinita. "¿A quién votó en las generales?". "Uy, no, no, eso no te lo digo". "Esta conversación es confidencial, ¿a quién votará en las municipales?". "Es que están todos fatal, hija". "¿Alguno que le guste?". "Me gustaría que cambiasen". "Entiendo, ¿pero que cambiasen por quién?". "Por unos que no roben...".

Tras solo media hora metiendo antena en una docena de conversaciones, es fácil estar de acuerdo con Paco Camas: "El de encuestador es un trabajo que hay que poner en valor, requiere ser empático, saber dirigir bien, repreguntar...". En una pausa para comer Rosa, Lorena, Paz e Inés, todas de "edad mediana" (como se denomina en el sector la franja de 35 a 54 años) resumen la veintena de entrevistas que hacen al día: las señoras son las más pudorosas con su opinión, los hombres con estudios superiores, los más directos, la mayoría de la gente es amable, aunque siempre hay alguien que te manda "a freír espárragos". Las excusas favoritas para no responder son: "Me pillas saliendo" y "yo es que soy del servicio". La pregunta que más le cuesta entender a los encuestados, por abstracta, es la que pide que te coloques en una escala del 1 al 10, siendo el 1 la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha. En eso coinciden los votantes con los políticos.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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