“Mi marido no llevaba chaleco porque no hay chalecos antibalas”
La viuda del guardia civil asesinado en Granada denuncia la falta de medios de los agentes
Raquel Pérez Palma es hija, nieta, sobrina, esposa y, desde el pasado 15 de octubre, también viuda de guardias civiles. Su vida está marcada por un cuerpo que define como "grande y ejemplar" y del que ahora habla con cariño pero, sobre todo, con pesadumbre: "Mi marido no llevaba chaleco porque no hay chalecos antibalas para los guardias", dice. "Se lo tienen que comprar, como la funda de seguridad del arma, y con un sueldo de 1.500 euros al mes, dos hijos y una hipoteca es muy complicado", justifica. Y añade indignada: "Además, no puede ser: tienen que dárselo a todos, no pueden dejar que salgan a la calle con el cuerpo al aire".
Aquella madrugada José Manuel Arcos estaba de patrulla con otra agente en periodo de aprendizaje. "Le llamaban 'maestro', todos los nuevos querían salir con él, porque vivía su profesión", recuerda un compañero de su mismo puesto, el de La Zubia (Granada). "Pero no deberíamos salir solos con uno de prácticas", remarca. Iban persiguiendo a un ladrón en la zona de Huétor Vega, un delincuente común que, al verse atrapado, le robó la pistola a Arcos, le disparó y se dio a la huida, aunque fue detenido posteriormente. Su acompañante, que tampoco llevaba chaleco, salió ilesa del tiroteo.
Coches agujereados y con 400.000 kilómetros
"Llevaban mucho tiempo reclamando los chalecos y les decían que en un año los tendrían", dice Raquel. Un chaleco antibalas cuesta entre 500 y 600 euros. "Ahora les han dado algunos a los de su puesto que salen habitualmente de patrulla, pero los que están en las oficinas y salen de vez en cuando a la calle porque hay mucha falta de efectivos y tienen que hacer turnos con guardias de otros puestos, esos siguen saliendo sin chaleco", asegura. "Van en coches que tienen más de 400.000 kilómetros, diez años, con agujeros, en algunos han puesto hasta ladrillos para que no se les cuelen los pies", recuerda. "Es una vergüenza, se dejan la piel por los demás, mi marido hacia pocos meses se había metido en un incendio para salvar a dos niños, encontró hace años a una niña perdida en un monte, se entregaba y estuvo propuesto muchas veces para una medalla que nunca llegaba... se la impusieron cuando estaba ya en la caja, no hay derecho", denuncia Raquel, que asegura que si hubiera estado bien aquel día no habría aceptado la condecoración (medalla roja al mérito de la Guardia Civil, pensionada).
"Que quede claro: yo no hablo por mi marido, hablo porque no quiero que lo que le ha pasado a él le vuelva a ocurrir a ningún otro compañero. Ahora, aparte de para que le caiga la máxima condena al asesino, yo voy a luchar por todos esos guardias que siguen trabajando en malas condiciones, porque mi marido ha muerto pero, hoy por hoy, todo sigue igual y eso no puede ser".
La última vez que vio a su marido fue la noche del 14 de octubre. Hacía un mes que habían celebrado en un crucero 25 años de casados. "Se despidió de mí con un beso, como siempre, y yo le dije: 'Ten cuidado', como siempre". Raquel se había acostumbrado a no dormir cuando Arcos trabajaba de noche. "Me levanté a las 4.30 a beber agua y pensé 'ya le queda poco', pero cuando sonó el teléfono supe que había pasado algo".
- ¿Es la mujer de Arcos?
- Sí, ¿qué ha pasado?
- ¿Está usted sola?
- No, con mis hijos.
- Pues vístase que vamos a pasar a recogerla para ir al hospital, que su marido ha resultado herido.
Cuando Raquel vio a todos aquellos mandos por los pasillos, a los médicos, a los psicólogos... "Ya supe", dice. Desde el día del entierro, al que acudió también el ministro del Interior Fernando Grande-Marlaska, no ha vuelto a saber nada de ninguno de esos mandos.
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