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Cuando la política termina... empieza la vida

Rubalcaba y Gallardón reflexionan sobre su retirada la semana en la que se han ido Domènech y Santamaría

Rubalcaba, en la facultad de Química de la Universidad Complutense de Madrid.
Rubalcaba, en la facultad de Química de la Universidad Complutense de Madrid.Samuel Sánchez

Las discrepancias ideológicas entre Alfredo Pérez Rubalcaba (67 años) y Alberto Ruiz-Gallardón (59) se desdibujan en el trance de “psicoanalizar” su retirada de la política. Escogieron el mismo año (2014) para cortarse la coleta. No la extrañan. Agradecen haber recuperado la intimidad y haberse sustraído al clima de encarnizamiento predominante. La agenda la diseñan ellos. Y tienen la sensación de que el fin de la política ha predispuesto el inicio de la vida, acaso añorando de vez en cuando el poder mágico de hacer cosas y de resolver problemas.

Adquiere sentido el proceso de “desintoxicación” ahora que acaban de emprenderlo en las antípodas tanto Xavier Domènech (Catalunya en Comú) como la ex vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría. Son bastante más jóvenes que Gallardón y Rubalcaba en sus respectivos adioses, pero también se ha extremado y enrarecido el hábitat de la política contemporánea en la última década: escrutada como nunca, expuesta a un feroz desprestigio y remunerada con limitaciones.

La penalización del regreso profesional

Reconvertirse de político a civil no resulta tan sencillo como pudiera imaginarse. Y no tanto por los problemas de adaptación a la normalidad como porque los cargos públicos están expuestos a un proceso de barbecho de dos años, si es que su reintegración profesional entra en colisión con un conflicto de intereses en función de la actividad política desarrollada. Se trata de “purificar” al político y de impedir el mecanismo de la puerta giratoria, pero es cierto que el escrúpulo y la pureza que implican el proceso de “reeducación” complica en muchas ocasiones el porvenir al regresar al mercado laboral.

“La política es más hostil de cuanto lo ha sido jamás”, explica Rubalcaba, “pero no tanto por los agentes o circunstancias exteriores como por su propia endogamia y sus mecanismos autodestructivos. Perro muerde a perro. Hay un peaje que resulta el más difícil de todos: el desgaste personal y de tu entorno, tu gente, tu familia. Cuando me despedí en el último mitin de Solares, mi primo, ajeno por completo a la actividad política, me dijo: no sabes lo difícil que ha sido llevar todos estos años el apellido Rubalcaba”.

Años han sido muchos, toda vez que el exvicepresidente del Gobierno se inició en 1982 y decidió retirarse hace cuatro, consciente de que “no tenía nada que aportar” y después de haber ocupado “sin quererlo nunca” la posición de candidato a las generales y la secretaría general del PSOE. Parecida ha sido la implicación de Gallardón. Una trayectoria de tres décadas que aloja mucha sobreexposición en las tareas de Gobierno —alcalde de Madrid, presidente de la Comunidad— y de la que se ha distanciado hasta sentir que los compatriotas empiezan a olvidarse de él.

“Cuando dejas de salir en televisión, la gente ya comienza a dejar de acordarse. Y resulta enormemente liberador el ejercicio de coger el metro, pasear tu perro, salir a la calle sin escolta. No es que haya vida después de la política, la vida comienza después de la política. La descubres, te liberas de la tensión y del escrutinio, te desquitas de una presión gigantesca, aprecias el horario rutinario. Y, digámoslo, obtienes unos niveles retributivos en el sector privado que la política nunca te permite, dejando claro que no te dedicas a ella por dinero. No es una profesión, sino una dedicación. Un ejercicio de entrega absoluto”.

Alberto Ruiz-Gallardón abrió su propio despacho de abogados en un barrio postinero de Madrid, mientras que Alfredo Pérez Rubalcaba se reincorporó como profesor de Químicas en la Universidad Complutense. “La mayor satisfacción es la agenda”, explica el exlíder socialista.

“Decidir con quién no comes, a quién no quieres ver y dónde no vas a ir. Te liberas de la ansiedad, del estado de agobio, del continuo sobresalto. Antes no vivía, ahora sí, pero este cambio no significa que anteriormente me dedicara a la política obligado. Qué va. Nadie lo hace. Ni hay que creer a los que dicen sacrificarse por España. Es más, la política exige una implicación absoluta porque es un privilegio. Ni hay horas ni hay domingos. Se te da la oportunidad de mejorar tu país. Y lo que más echo de menos, además de la vida parlamentaria, que me gustaba mucho, es tener el poder no de mandar por mandar sino de contribuir a convertir en realidad las cosas que crees que pueden hacerse. Materializar una idea, concretar un proyecto”.

Presión insoportable

Ruiz-Gallardón lo llama magia. Y admite extrañar en cierto sentido los “superpoderes” que consienten levantar un teatro, arreglar un socavón, construir un túnel o aprobar una ley cuya energía puede transformar la vida de las personas. “Pero nunca he llegado a arrepentirme de la decisión de retirarme”, puntualiza. “He recuperado la autonomía. Y respondo únicamente ante mí mismo de las decisiones. La responsabilidad de gobernar crea una presión que muchas veces es insoportable. Lo veo con más claridad ahora, cuando he dejado de sentirla, y cuando percibo hasta qué extremo mi vida y la de mi gente estaba asfixiada por las intromisiones en el ámbito personal. El político debe asumir la transparencia, el control, el escrutinio público, pero la persona debe preservarse. Y eso no ocurre porque es el político el que destroza al otro político”.

Alfredo Pérez Rubalcaba todavía se desplaza con escolta. Y conserva ciertos tics de la antigua vida, cuando lee los periódicos con la sugestión de un “desintoxicado”. O cuando siente el impulso de intervenir desde su experiencia, pero nunca hasta el punto de haber puesto en duda la decisión de marcharse. “En la política no se está para estar, se está para hacer. Me sentía atorado, había perdido mi capacidad. Y es mejor darse cuenta, asumirlo, que aferrarte a tu propia agonía. Ahora que la he dejado, siempre hablo bien de ella, defiendo la importancia del servicio público. Y agradezco el cariño de la gente. Que se te acerca, y que te hace sentir más o menos orgulloso”.

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