El narco gallego muta a bandas pequeñas y flexibles
Organizaciones sin un solo líder buscan rentabilizar el mercado de cocaína cuya oferta está en máximos históricos
En un negocio al que no le afectan las crisis económicas y con los mayores índices de reincidencia de sus peones, los viejos narcos han resurgido lentamente de entre las rejas sin ningún propósito de enmienda. No conocen otro modo de vida y ahora aprovechan un momento en el que la producción de cocaína en Sudamérica y su consumo, dentro y fuera de Europa, se encuentra en máximos históricos.
La reciente detención de Manuel Charlín Gama, de 85 años, el más anciano de la primera de las tres generaciones de narcos gallegos que operan en Galicia, junto a otros traficantes históricos que trabajaron para él y aprendieron de su experiencia, confirma que los grandes capos ya no mandan como antes en las nuevas bandas donde solo se respeta al dinero y todos compiten por ganarlo a cualquier precio.
La aprehensión el pasado lunes de un alijo de unas 2,5 toneladas de cocaína en alta mar, cuyo valor supera los 80 millones de euros, también constata que se han recuperado los viejos métodos del transporte marítimo, aunque las organizaciones gallegas han cambiado completamente su estructura.
En un informe judicial de la Brigada Central de Estupefacientes, se afirma que estos nuevos grupos “ya no responden a los parámetros clásicos de un solo líder y a una jerarquía claramente definida”. Las viejas bandas tenían “un centro de mando y diversos niveles verticales, con posibilidades de sustitución mediante una red de reemplazos que aseguraban el transporte de la droga, con cierta independencia de sus integrantes”, se incide en las diligencias de investigación.
Por el contrario, dicen los expertos que ahora se enfrentan a unas bandas “sin apenas estructura jerárquica y con una pluralidad de individuos que se organizan según las necesidades del momento o las oportunidades del mercado de estupefacientes, ofreciendo sus servicios a otros grupos para acabar tejiendo una red más compleja de intereses”. Los investigadores añaden que se encuentran ante “estructuras pequeñas y especializadas, menos formales que las clásicas y altamente adaptables”. Así, aseguran, “minimizan los riesgos y consiguen multiplicar al máximo los beneficios del narcotráfico”.
Manuel Charlín, el patrón del clan familiar que arrastró a todos sus vástagos a la cárcel (por narcotráfico y blanqueo de dinero), cayó en esta operación con el mayor de sus tres hijos varones, Melchor, de 57 años. Ambos están imputados, pero han quedado en libertad pese a que la investigación, que arrancó en 2015, confirma la vuelta a las andadas del clan. Los Charlines están afanados todavía en recuperar parte del patrimonio que les embargó el Estado y que trataron de comprar pujando en las subastas públicas a través de testaferros.
De los 28 detenidos del grupo implicado en el transporte del alijo, solo 12 ingresaron en prisión aunque todos están imputados por pertenencia a organización criminal. La Policía esperaba pillarlos con las manos en la masa, pero una avería mecánica en el remolcador Titán III, que cargó el alijo en la Guayana francesa, precipitó el abordaje y las planeadoras ya no salieron a recogerlo. El plan era detener en plena faena a los lancheros y a los que iban a ocultar la droga en A Coruña.
Una reunión en el tanatorio para cerrar la descarga
Los teléfonos móviles que tanta información han proporcionado a la Policía han dejado de ser un medio seguro para los narcos. Ahora se usan otras tecnologías en las investigaciones, como los micrófonos que permiten escuchar conversaciones en los coches y naves donde se reúnen los traficantes, o las balizas en los barcos para controlar todos sus movimientos.
Así, la Policía ha podido seguir durante casi un año a los actores de esta operación y no perder el rastro del cargamento de cocaína para capturarlo. El 13 de mayo, dos meses antes del abordaje del Titán III con el alijo a bordo, el barco atracó en el puerto pesquero de Vigo para ultimar los preparativos del transporte. Tras su llegada, "las reuniones, viajes y comunicaciones entre los investigados fueron incesantes, tanto en Galicia como en diferentes puntos de la geografía española", según se recoge en las diligencias judiciales.
Durante esos días, los gallegos Jacinto Santos, Luis Miguel Parada, Rafael Díez, Mario Otero y su hijo Daniel se reunieron con el dueño del barco, Pedro Rodríguez, y Eloy Trigo, el que supuestamente iba a encargarse de la descarga de la droga en lanchas, la fase final que frustró la Policía. Se cerró la fase del transporte y se dieron las últimas consignas. El 4 de junio, nada más salir el Titán para recoger el alijo, se interceptó una reunión en León entre Díez y Trigo con los hermanos Marcos y Enrique Echevarría, los presuntos dueños de la droga.
Días después, la Policía confirmó que los cuatro vuelven a verse, esta vez en Segovia, con un sudamericano que no ha sido identificado, mientras el hostelero Mario Otero se desplaza con su BMW X6 a Marbella para reunirse con Paul Wouter.
Comienza la cuenta atrás para la descarga, con los equipos de navegación recién comprados, terminales de comunicación y prismáticos. En Galicia todo estaba preparado, según la última reunión que Mario Otero tiene en el tanatorio de la localidad de Catoira (Pontevedra) con dos de los marineros que iban a pilotar las planeadoras.
La Policía registra entonces una última comunicación con el barco, que tiene Mario Otero desde Ribeira (A Coruña) con el armador Pedro Rodríguez. En ella concretan el día y la hora previstas para la llegada del buque. Fue el 6 de agosto, a las once de la mañana, antes de averiarse el Titán, quedando a la deriva, y 15 horas antes de producirse el abordaje del barco por el patrullero del Servicio de Vigilancia Aduanera y una dotación de los GEO.
Así, la operación que fue un éxito por la captura del alijo, también lo fue para algunos de los implicados que, al menos por ahora, pudieron zafarse de la cárcel. Con los micrófonos de algunos coches y lugares donde se producían las citas y el balizado del remolcador desde hace meses, los agentes hicieron el seguimiento de la droga y elaboraron el organigrama del grupo.
Los Charlines, que prepararon dos envíos de cocaína previos a esta operación, según el sumario, tuvieron reuniones para entrar en el reparto de los beneficios de este cargamento, pero al parecer fueron relegados por la falta de liquidez y el grupo buscó otros inversores más potentes. El esquema policial sitúa como los presuntos dueños de la droga a los hermanos de Toledo Marcos y Enrique Echevarría, dos fuertes empresarios que venden coches de alta gama y que tenían los contactos con los carteles de la cocaína en Colombia, junto al holandés Paul Wouter, afincado en Marbella. Una vez que los gallegos cobrasen su comisión, se cree que la droga se iba a trasladar a Castilla-La Mancha y Andalucía.
Contacto holandés
Dos gallegos históricos, Jacinto Santos Viñas, que estaba en libertad condicional por otra condena anterior, y José Andrés Bóveda, Charly, un famoso lanchero dueño de un astillero, quedaron esta vez en segundo plano frente a otro potente hostelero de A Coruña, sin antecedentes en el narcotráfico, Mario Otero Díaz, exvicepresidente del club Boiro de su pueblo. Este último contactó con el holandés y preparó toda la infraestructura marítima junto a su hijo Daniel Otero Tubío.
Otras piezas principales del grupo son los gallegos Rafael Díez Martínez, Luis Miguel Rodríguez Parada y Victor Manuel Santos Pérez, que aparecen en todos los preparativos de la operación con Los Charlines. El transporte lo ejecutó el armador de Huelva, Pedro Rodríguez García, que alquiló al grupo el Titán III, un barco con caletas para ocultar la droga que hacía portes de hachís o cocaína y que estaba pinchado por la Policía. Serafín Pego Vidal puso el pesquero que iba a alijar la droga en alta mar para luego descargarla por el norte de la Ría de Arousa, en la provincia de A Coruña.
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