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Cuando quien abusa de ti es tu tío

Cuatro mujeres, entre los 22 y 60 años, cuentan cómo ha sido vivir en silencio durante años después de haber sido abusadas sexualmente cuando eran niñas por un familiar o alguien de su entorno cercano

Belén Hernández

Uno de cada cinco niños y niñas ha sufrido algún tipo de abuso durante su infancia, según datos del Consejo de Europa. Se estima que entre el 70% y el 85% de estas agresiones proceden de un familiar y del entorno cercano. El tabú, la culpa, la incomprensión y el miedo a romper los lazos familiares son algunos de los fantasmas que llevan a que estas agresiones no se denuncien o expresen hasta la edad adulta en un 90% de los casos. Mayuli, Carmen, Laia y Paula, cuatro mujeres entre los 22 y 60 años, cuentan cómo ha sido vivir en silencio durante años después de haber sido abusadas sexualmente cuando eran menores de edad. 

Mayuli A. Ahumada Herrera, de 41 años, y Carmen, de espaldas, de 60 años, en un parque de Barcelona.
Mayuli A. Ahumada Herrera, de 41 años, y Carmen, de espaldas, de 60 años, en un parque de Barcelona.CONSUELO BAUTISTA

A Mayuli A. Ahumada Herrera, con tan solo seis años, su tío Enrique la sacó de la bañera para darle, según él, “un beso de película”. Sería la primera vez que esta chilena de 41 años, afincada en Barcelona desde bebé, fuera víctima de los abusos sexuales a los que se vio sometida siendo menor por alguien de su entorno más cercano. Este familiar, al que ella llama “el hermano de mi madre”, ejercía de canguro de ella y su hermano. Mayuli se convirtió en su sobrina preferida. Las vejaciones se repitieron hasta los 12 años, aunque ella alertó a su familia antes: “Mi primer intento de contarlo fue a los 9, que le dije a mi madre: ‘Mamá, el tío me toca el culo’. Y su respuesta fue: ‘Son cariños de tu tío’. Pero yo siempre supe lo que me había pasado”, explica tranquila Ahumada, sentada en una de las salas de reuniones de Vicki Bernadet, en su sede en Barcelona, que trabaja desde 1997 en la atención integral, prevención, formación y sensibilización de los abusos sexuales infantiles.

Mi primer intento de contarlo fue a los 9, que dije: ‘Mamá, el tío me toca el culo’. Y su respuesta fue: ‘Son cariños de tu tío’

A pesar de que las cifras de denuncias por abusos sexuales han aumentado en España - de 3.502 casos denunciados en 2015 a 4.056 en 2016, según el Anuario del Ministerio del Interior -, la mayoría siguen ocultos. El tabú, la culpa, la incomprensión y el miedo a romper los lazos familiares son algunos de los fantasmas que llevan a que estas agresiones no se denuncien o expresen hasta la edad adulta en un 90% de los casos. De estos, el 60% no recibirá ningún tipo de ayuda psicológica. Mayuli es una de las miles de personas que engrosan las dramáticas cifras que manejan las instituciones europeas y varias ONG dedicadas a la infancia, como Unicef y Save the Children: uno de cada cinco niños y niñas son víctimas de violencia sexual, es decir, un 20% de la población ha sufrido algún tipo de abuso durante su infancia, según el Consejo de Europa. Se estima que entre el 70% y el 85% proceden de un familiar y del entorno cercano a los menores.

“Hace tres semanas fui capaz de decirle a una de mis primas que venía a terapia. Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre”. Carmen, que prefiere no decir sus apellidos, nació en un pequeño pueblo de Navarra. Su primer agresor fue el capellán que se encargaba de la catequesis, que ella recibía individualmente para la primera comunión desde los cinco años, cuando la muerte de un familiar la obligó a separarse de su grupo de amigos. Las agresiones sexuales continuaron en el orfelinato al que su familia la mandó a vivir, hasta que saliera a los 15 años, para trabajar y posteriormente casarse. “No tengo el recuerdo de la penetración, porque aquel dolor lo recordaría, pero si del cura desabrochándose la sotana y frotando su pene en mi cuerpo y pidiéndome que lo masturbara”, explica Carmen con lágrimas. También recuerda el continuo abuso de poder que ejercían los religiosos en niñas como ella de 8, 9 y 10 años y cómo las sobaban mientras les decían “tú tienes las mamellas molt grossas [tú tienes las tetas muy grandes, en catalán]”.

Ahora, a sus 60 años, Carmen es capaz de hablar. Los recuerdos de aquellos días oscuros rebrotaron, “como un golpe en el estómago”, una noche viendo un documental junto a su marido, décadas después de haberlo vivido, cuando ya era madre de su primer hijo. “Aquel día sentí terror porque le pasara lo mismo a él [a su hijo]. Mi vida sexual ha sido una verdadera mierda, a pesar de que he tenido un marido al que agradecerle muchísimo, pero esto me sigue condicionando. Ojalá acabe algún día”, anhela Carmen.

Las secuelas a largo plazo del abuso infantil

El 60% de los casos que llegan a las consultas de la Fundación Vicki Bernadet es de adultos que no lo contaron cuando eran niños y ahora buscan asesoría psicológica y judicial. “Se les hace una visita de acogida, una primera valoración psicosocial a la víctima y a su familia; preguntamos si ha denunciado el caso o si lo quiere hacer; y después se le ofrece terapia individual o de grupo”, explica Laura Rodríguez Jiménez, psicóloga de la organización desde hace 18 años.

El primer agresor de Carmen fue el capellán que le daba catequesis. Las agresiones sexuales continuaron en el orfelinato al que su familia la mandó a vivir, hasta  los 15 

“No siento vergüenza, me atrevo a hablar con más libertad, tengo más confianza en mí misma”, explica Carmen, que desde hace 15 meses es una de las usuarias que recibe terapia individual. Ahora es abuela y siente miedo a que a sus dos nietas les pudiera ocurrir lo mismo. Ahí fue cuando decidió contarle su experiencia a uno de sus hijos. “Nos encontramos con muchos adultos que vienen cuando quieren ser madres o cuando encuentran una nueva pareja. Suele ser durante cambios cruciales de la vida. La persona conecta con ese sentimiento de silencio arrastrado después de mucho tiempo”, asegura Rodríguez Jiménez.

Solo uno de cada 10 menores cuenta los abusos cuando están ocurriendo

“El abuso es una pieza del puzle. Hasta que no se encajan todas no hay un dibujo completo. Por eso no lo trabajamos aislado, sino cómo se relacionan todas las piezas”, explica Laura Rodríguez Jiménez. “Soy consciente de que psicológicamente soy un poco más débil que los demás. Para mi divorcio volví a hacer terapia”, explica Mayuli Ahumada, madre de dos hijas de siete y cuatro años. “A pesar de ser una persona que hablo muchísimo, no podía llorar y exteriorizar mis sentimientos. Necesitaba que alguien me dijera que no había sido mi culpa, que no había hecho nada malo y quien tenía que avergonzarse era él”, añade esta teleoperadora, que a los 16 años volvió a enfrentarse a su familia para recordarles la verdad. “Me negaba a irme con él cuando venía a buscarme. Quizás fue lo más rebelde que hice en mi adolescencia y todo era para evitar ir con la persona que abusaba de mí”, dice Ahumada, que recuerda la traumática llamada de su madre a su tía para explicarle lo ocurrido y esta hacer oídos sordos: “A Mayuli lo que le pasa es que su tío Enrique ya no le hace regalos porque no es su sobrina preferida, y por eso se ha enfadado”, le dijo. “Ella creía que me lo había inventado todo”, asegura Ahumada.

Cuando tú ya estás preparada y fuerte para denunciar, el delito ha prescrito
Mayuli Ahumada, 41 años

La incredulidad y el miedo a romper los lazos familiares son algunos de los factores por los que solo uno de cada 10 niños cuenta los abusos cuando están ocurriendo. “El tabú victimiza y empeora los síntomas y el trauma. Si un niño lo explica y la respuesta es el “no te creo”, es muy posible que no lo vuelva a explicar o que tarde muchísimos años. Muchos adultos hablan de un abandono que duele tanto como el abuso y es cuando no lo han creído o no han querido hacer nada y el abuso ha continuado”, argumenta la psicóloga de Vicki Bernadet. “Aunque en mi casa lo hubiera contado me hubieran acusado de habérmelo inventado”, lamenta Carmen de aquellos años de vejaciones en el orfelinato. “Mi madre ahora tiene Alzheimer y ya no vale la pena decir nada. Mis hermanos lo saben pero no lo quieren hablar, a pesar de que mi marido les ha dicho que tengo motivos para estar así”, zanja Carmen.

Procesos judiciales irregulares y prescripción del delito

El informe Ojos que no quieren ver de Save the Children denuncia que tan solo un 15% de los casos de violencia sexual contra un menor es denunciado. Una de las razones del incremento de denuncias es la modificación de la Ley Orgánica del menor en 2015 que elevó la edad de consentimiento sexual de los 13 a los 16 años, según explica Carmela del Moral, analista jurídica de derechos de la infancia de Save the Children.

Paula Pérez García, de 22 años, fue abusada hasta los 8 años por un familiar.
Paula Pérez García, de 22 años, fue abusada hasta los 8 años por un familiar.CONSUELO BAUTISTA

Paula Pérez García, de 22 años, fue abusada por alguien de su entorno familiar hasta los ocho años. En 2016, antes de irse de Erasmus a Hamburgo, decidió denunciar. Si no lo hacía antes de cumplir los 21 años, el delito prescribía. El Código Penal establece que los abusos sexuales, como tocamientos o masturbación a menores prescriben entre cinco y 10 años a partir de la mayoría de edad de la víctima y dependiendo la fecha de los hechos. Las agresiones sexuales con penetración o felación a menores prescriben entre los 10 y 15 años, también a partir de que la víctima cumple 18 años. Esto conlleva que un agresor queda libre de responsabilidad penal cuando su víctima haya cumplido los 33 años y no haya denunciado. “Las leyes son una puta mierda y cuando tú ya estás preparada y fuerte para denunciar, el delito ha prescrito”, exclama Mayuli Ahumada, que su caso no lo pudo denunciar, aunque sí pudo ser testigo en otro juicio contra su agresor, del que salió condenado a 15 años de prisión.

El Código Penal establece que los abusos sexuales prescriben entre cinco y 10 años a partir de la mayoría de edad de la víctima 

Pérez García, estudiante de trabajo social, recuerda además lo incómodo que fue contar su experiencia una vez tras otra a distintas personas implicadas. “El día que puse la denuncia había muchas personas que entraban y salían de ese despacho. Y luego volví a declarar con el fiscal. También se lo tuve que contar a la abogada de oficio, que no leyó mi testimonio y confundió todos los datos que le había dado. Si no me hubiera preparado psicológicamente, no me hubiera sentido bien al contárselo a tantos desconocidos”. La importancia de una preparación específica de jueces, fiscales, abogados y psicólogos forenses que llevan casos de abusos a menores es una de las demandas que se hace desde Save the Children. “Los psicólogos forenses que interrogan a menores en los juzgados no tienen obligación de tener formación específica, por lo que muchos no saben cómo interrogar de forma efectiva. La comunidad científica internacional recomienda un método muy específico dotado de una serie de preguntas hecha por dos psicólogos independientes. En España es muy raro que se utilice esta metodología y cuando se hace, se hace mal”, explica Carmela del Moral.

Laia, de 24 años, que prefiere utilizar un nombre ficticio, fue abusada desde los cinco hasta los 12 por un amigo de su padre. Vivía con ansiedad, tristeza, fases depresivas y a los 18 no pudo más y se lo contó a su madrina. “Al principio creía que yo tenía la culpa. Pero luego pensé que esa persona tenía que pagar por lo que había hecho”. Laia se armó de valor y denunció al que había sido alguien muy importante para su familia, de origen nigeriano. “Recordé momentos muy incómodos. Mis padres tuvieron que saber detalles que les afectaron mucho. Es un proceso lento en que tendrás que contar intimidades a desconocidos”, explica esta estudiante de atención sociosanitaria de grado medio. Laia escribió siete folios para preparar su declaración ante el juez.

Al principio creía que yo tenía la culpa. Pero luego pensé que esa persona tenía que pagar por lo que había hecho” Laia, 24 años

Otro de los aspectos que Save the Children explica en su informe es que el 70% de las denuncias no llega a juicio oral después de la instrucción porque se considera que no hay suficientes pruebas. “Es el testimonio del menor contra el acusado, y si no se recoge bien, no se continúa el proceso”, asegura Carmela del Moral. “La medida que evitaría que la víctima cuente de media cuatros veces sus agresiones es preconstituir la prueba. El primer interrogatorio es grabado en un circuito cerrado, y para que a través de un psicólogo especializado se le haga las preguntas al menor que consideren juez, fiscal, y los distintos abogados”.

“Un efecto perverso es que en el 38% de las sentencias estudiadas, a la hora de imponer la pena el juez la reduce la pena por dilación indebida, cuando el juzgado admite que el proceso debía haber sido más rápido, lo que supone la rebaja de la condena”, explica la analista jurídica de derechos de la infancia de Save the Children, que afirma que la media de la duración de un juicio es de tres años. Ahora Laia, a la espera de juicio oral, tiene claro cuál es el objetivo de todo este tiempo de incertidumbre. “Cuando explico mi caso de abuso es como si contara la historia de otra niña, pero tengo claro que quiero darle justicia a esa niña”.

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Sobre la firma

Belén Hernández
Redactora de Estilo de Vida, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde escribe sobre cultura y tendencias, pero también sobre infancia, medio ambiente y pobreza en países en desarrollo. Antes trabajó en El Mundo y Granada Hoy. Es granadina, licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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