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Vestir la mantilla como “reivindicación feminista”

Mujeres jóvenes defienden la recuperación del uso de la prenda tradicional como signo de identidad colectiva

Mari Carmen Cabello, de 23 años, lleva vistiéndose de mantilla desde los 18 años en Cádiz.
Mari Carmen Cabello, de 23 años, lleva vistiéndose de mantilla desde los 18 años en Cádiz.Juan Carlos Toro
Jesús A. Cañas

Molestas con la llegada al trono de España del extranjero Amadeo de Saboya, un grupo de mujeres madrileñas apostó por idear un plante. Se ataviaron con mantillas españolas, en lugar de sombreros, en su tradicional salida vespertina de carruajes en el Paseo del Prado. Ocurrió del 20 al 22 de marzo de 1871 y, aunque fue una manifestación pacífica, hoy se la conoce como la rebelión de las mantillas. Casi un siglo y medio después, la gaditana María del Carmen Cabello, tuvo también su particular y doméstica revolución de la mantilla cuando, a las vísperas de cumplir los 18 años pidió a sus padres la prenda como regalo de Reyes.

“Me gustaba desde pequeña. En casa somos cofrades, pero esta tradición la empecé yo porque ni mi madre ni me hermana se vestían”, reconoce esta joven gaditana. Cabello, ya con 23 años, quería una mantilla para experimentar justo el ritual que este Jueves Santo revive por cuarta vez. Mari Carmen —melena recogida en un roete bajo, traje de negro impoluto diseñado y cosido por ella misma y tacones de aguja del mismo color— menea la cabeza nerviosa en el salón de su casa, en Cádiz, mientras su amigo Juan Carlos Girón fija a su pelo la peineta y la mantilla.

Mari Carmen Cabello, junto a sus familiares.
Mari Carmen Cabello, junto a sus familiares.JUAN CARLOS TORO

Frunce de encaje, alfileres y broche: el atavío está listo. Cabello se pone de pie de un salto y se escudriña en el espejo de la entrada de su casa. Todo está correcto. Se pone los guantes de encaje, coge el bolso y el rosario. De cerca, sus padres no le quitan ojo. Esteban, su padre, no se reprime: “¡Vas a ser la mantilla más guapa de todo Cádiz!”. Cabello sonríe. Ahora sí, todo está listo para comenzar la visita a las iglesias de la ciudad, donde por la tarde saldrán las procesiones en el día grande de la Semana Santa.

Cabello, enfermera de quirófano de profesión, es una de las mujeres que en estos días de Jueves y Viernes Santo, mantiene viva una tradición propia sur y sureste de la Península, pero que año tras año languidece. En ciudades como Sevilla, Cádiz o Jerez, son minoría las mujeres que visten la mantilla negra para la visita de los Sagrarios. Menos son aún si son jóvenes. De hecho, en distintas localidades, han surgido asociaciones y entidades, como el Grupo Gaditano Mujer de Mantilla, que abogan por su supervivencia y recuperación. Es justo lo que Cabello defiende con orgullo: “Yo lo veo como una reivindicación feminista. Es una tradición que se está perdiendo entre las jóvenes y es una pena”.

Mujeres como Cabello sostienen una tradición que hunde sus raíces en el periodo musulmán de la Península. “De la mujer musulmana tomamos la costumbre de incluir una prensa que cubriese la cabeza. De ahí el origen de lo que conocemos como tapada”, reconoce Sofía Martínez, historiadora e investigadora de indumentaria y artes decorativas. La prenda devino en un encaje, prendido del pelo con una peina que, en los siglos XVIII y XIX se vinculó, además, al casticismo de las majas, contrarios a la influencia de la moda francesa. “Fue una respuesta de esa gente que vivía en los barrios más humildes y de clases más populares”, rememora la historiadora.

Con los años, el protocolo hizo que la prenda se quedase vinculada a la mayor etiqueta para ceremonias religiosas y civiles (de las bodas a las corridas de toros). Y en el sur cuajó gracias a su uso mayoritario durante la Semana Santa. Sin embargo, con el avance de las modas y los cambios sociales, la vestimenta de mantilla languideció. Así fue como la conoció Cabello cuando, con 17 años, pidió su primera mantilla, hace ya cinco años. “Desde chica le interesó y eso que en casa nunca yo la había usado. Aún recuerdo la cara de ilusión que le hizo cuando se la regalé”, rememora Mari Carmen, su madre.

Mari Carmen Cabello, se coloca la mantilla.
Mari Carmen Cabello, se coloca la mantilla.JUAN CARLOS TORO

En la siguiente Semana Santa salió ya vestida en la procesión del Cristo de la Expiración que, cada Viernes Santo sale a la calle con un tramo de su cortejo integrado por mujeres ataviadas con esta prenda. Desde entonces, no suele fallar a la cita, ya en la mañana de los jueves, aunque el entorno no le sea favorable como ella misma reconoce: “En una ocasión llegaron a preguntarme si iba disfrazada”. “Para mí siempre ha sido un sentimiento. No es como algunas jóvenes que se la ponen, pero solo por el ‘postureo”, añade Cabello. Tanto es así que la joven valora la mantilla más allá del evidente significado religioso que también para ella tiene: “En las mantillas no tiene porqué estar reñido que sean una tradición y que se vista una joven feminista, más bien justo lo contrario”.

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Es justo lo que lleva ya dos años defendiendo Mar Gallego, periodista y artífice del proyecto de feminismo andaluz Como vaya yo y lo encuentre, una iniciativa de recuperación de memoria sentida de la mujer en Andalucía. Frente al reduccionismo que puede considerar a la mantilla (u otras tradiciones asociadas tradicionalmente a la mujer) como opuestas al progreso, Gallego apuesta por valorarlas dentro de “realidades diversas y complejas”. “Hay distintos modos de ser mujer. El porqué hay feminismos que puedan estar en contra de esto lo achaco al control histórico que la Iglesia ha tenido para con el cuerpo de la mujer”, explica la activista.

Por ello, Gallego valora el ritual de la mantilla “como una práctica sentimental o incluso colectiva de la persona que lo lleva a cabo”. Es el caso de “costumbres genealógicas de mujeres que atesoran con cariño estas peinetas o mantillas de sus madres o abuelas”, como añade la periodista. “Tiene mucho de espiritualidad y de memoria de un pueblo precario que usa la Semana Santa como excusa para recordar a sus ancestras, volcar su cultura robada y españolizada y reivindicar también lo propio frente a otros discursos extranjeros”, incide Gallego. No es la primera vez que la mantilla ha sido usada por los feminismos andaluces como subversión en “una forma de protesta sin renunciar a los rasgos identitarios de la tierra”.

Rasgos que en la mañana de este Jueves Santo, la gaditana luce con orgullo, durante su periplo por las calles. “Ni es incómoda, mucho peor son los tacones con estos adoquines”, bromea la joven mientras deja atrás ya el templo de Santa María donde ha visitado su gran devoción, el Nazareno. Mari Carmen Cabello pisa fuerte y tiene claro lo que quiere. “Como con la mantilla, en mi vida soy una mujer independiente. Me gusta ser libre y no tener que depender de alguien, ni de mis padres ni de nadie”, zanja orgullosa mientras se despide de camino a la siguiente iglesia que visitará en la clara mañana de su Jueves Santo.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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