Así se negoció la entrega del hombre que descuartizó a una familia en Pioz
El brasileño Patrick Nogueira mató a su primo, a la mujer de este y a los dos hijos de la pareja, de uno y cuatro años, en una casa de Guadalajara en 2016
Hanna Nogueira, la hermana de Patrick Nogueira, volvió a llamar al policía a las 3.00 de la madrugada desde la habitación de su hotel en Madrid. No llevaba ni 24 horas en España. Corrían los primeros días de octubre de 2016, había volado desde Brasil el día anterior y, aparte de sufrir las consecuencias del jet lag, le dijo que no podía dormir porque estaba muy preocupada. Quedaron en la cafetería y pidieron dos cafés. Allí, casi a oscuras, el investigador de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil volvió a explicarle que su hermano pequeño (20 años), que en aquel momento se encontraba en casa de sus padres en Joao Pessoa (Estado de Paraíba), era el asesino de su primo Marcos Campos, de la mujer de éste, Janaina Santos, y de los dos hijos pequeños de ambos, de uno y cuatro años. De eso no había ninguna duda.
Los había degollado, descuartizado y se había fotografiado con los cuerpos en aquel chalé de Pioz (Guadalajara) hacia mes y medio. Todo de acuerdo a un plan previo y todo compartido en tiempo real, a golpe de mensajes de WhatsApp, con su mejor amigo, el brasileño Marvin Henriques, con quien algunos de sus familiares aseguran mantenía una velada relación sentimental.
Los cuerpos llevaban un mes en la vivienda cuando fueron descubiertos por la policía el 20 de septiembre de 2016, tras las denuncias de los vecinos por el hedor. “Podíamos no haberlos encontrado nunca”, le dijo el investigador. Pero en el plan de Patrick algo falló: “Sus dos compañeras de piso en Alcalá de Henares regresaron de sus vacaciones en Tailandia antes de lo previsto, justo al día siguiente de que cometiera el cuádruple crimen, el 18 de agosto, cuando él trataba de lavar sus ropas ensangrentadas en la lavadora”, recordó. “No pudo usar el coche de ellas como había pensado para deshacerse de los cuerpos que metió en las bolsas de plástico industriales que había comprado. Y no podía alquilar un coche porque su permiso de conducir no era válido en España”.
Hanna, que le buscó un abogado a su hermano y que había dejado también a sus hijos y a su marido en Brasil, había emprendido un angustioso viaje a España, y escuchaba atentamente al investigador tratando de convencerse a duras penas de que el agente hablaba de su hermano.
Para terminar de persuadirla, primero de lo ocurrido y después de lo pertinente de que su hermano regresara a España, el agente le recordó que no era la primera vez que Patrick tenía una reacción agresiva de ese calibre y por similares motivos. Unos años antes de venirse a España e instalarse con la familia de su tío Marcos, había acuchillado a uno de sus profesores de manera casi mortal. “Aquel hombre se salvó de milagro”, le dijo el policía. “Él era aún menor pero estuvo acusado de tentativa de asesinato”. Y la razón, le recordó el agente, fue la misma: “Dijo que le había llamado maricón”.
Patrick, un niño de papá, guapo, con dinero pese a no dar palo al agua, habitual de los gimnasios y con pretensiones de hacerse futbolista profesional en España, tenía —aparte de un trastorno mental— una gran debilidad: su sexualidad. A esa conclusión han llegado quienes le han tratado.
En el entorno familiar se sabía que había tenido ya varios altercados con su primo. Pero en contra de lo que se dijo inicialmente, no fue por escarceos con Janaina. Muy al contrario. Fue, según declaró el mismo, porque sus tíos, cansados de que no hiciera nada, cuestionaron —bien con insultos vulgares o con comentarios— su sexualidad: “Eres un maricón, ponte a trabajar y a ganarte la vida”, “compórtate como un hombre”, aseguró en su confesión.
Aquellas palabras provocaban incendios en la trastornada mente de Patrick. Y, cuando le dijeron que no querían seguir viviendo con él, “solo pensaba en matarlos”, declaró.
Sus compañeras de piso, dos enfermeras, contaron también que cuando hacían fiestas en la casa, a las que venían muchas chicas, él se alejaba de la reunión, se iba a beber solo al cuarto de baño e incluso llegó a evitar el acercamiento de alguna de ellas.
Sus testimonios, la ubicación de su teléfono móvil en la casa de Pioz el día del crimen, sus huellas en las bolsas de los cadáveres, sus restos de sudor en la cocina... Para cuando todo apuntaba a Patrick —y no a un crimen de sicarios como se creyó al principio—, él ya estaba de nuevo protegido por sus padres en Brasil.
Su hermana, a la vista de los acontecimientos, había llegado a España para tratar de aclarar lo ocurrido. O eso creía ella. Los investigadores, conocedores de los insondables senderos que debían recorrer por la justicia brasileña (aún esperan las llegada de las zapatillas, la tarjeta del móvil de Patrick y su ordenador), habían optado por convencerla para que ella a su vez convenciera a sus padres, y estos a hermano, de que se entregase en España. Nadie daba un duro por esa estrategia. Y los escenarios posibles, mientras los familiares de las víctimas trataban de repatriar sus cuerpos, eran que Patrick acabase muerto (como tantos otros) en una cárcel brasileña o que huyera de su país.
Cuando terminaron el café estaba amaneciendo y comenzaban los desayunos en el hotel. Para entonces la hermana de Patrick empezaba a pensar que tendría que llevarse a su hermano a vivir con ella y con sus hijos y comenzó a sentir un pellizco en el estómago. Esa sensación fue la que le transmitió a sus padres cuando regresó a Brasil días más tarde. Y esa fue la razón por la que decidieron que su padre le acompañaría a España para entregarse.
Saldrían desde Bogotá a Madrid. Bueno, no. Lo harían desde Asunción (Paraguay), cambiaron de opinión a mitad de camino porque no se fiaban. Finalmente Patrick voló solo desde Sao Paolo porque a su padre le dio una angina de pecho: “Has matado a cuatro personas, tienes que asumir tu responsabilidad”, le dijo al despedirse. Le sentaron en los últimos asientos de aquel avión monitorizado por la Guardia Civil. Y esperó a que lo recogiera en Barajas y le pusiera las esposas el agente con el que habló por teléfono antes de embarcar. El mismo que días antes tomaba un café de madrugada con su hermana en el hotel.
Patrick se encuentra, desde entonces, en una celda de la prisión de Estremera, pendiente de que se celebre su juicio —aún sin fecha— en el que se enfrentará a la prisión permanente revisable.
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