La jornada extrema de Roger, el ‘rogainer’
Torrent, aficionado a un nuevo deporte de riesgo, pasó el día en cárceles explorando el paisaje inhóspito de los márgenes del Estado y las afueras de Madrid
Roger Torrent ha pasado este jueves una jornada de excursión deprimente en una simbiosis temible de dos de los lugares más inhóspitos: los márgenes del Estado y las afueras de Madrid. La capital fue más que nunca el ente abstracto Madrid al que se alude en Cataluña. Concretamente Madrid 5 y Madrid 7, nombres técnicos de las prisiones de Soto del Real (donde están encarcelados Jordi Sànchez y Jordi Cuixart) y Estremera (Oriol Junqueras y Joaquim Forn). Como están cada una en una punta, a unos 120 kilómetros una de otra, el presidente del Parlamento catalán tuvo que echar el día de peregrinaje por parajes desolados y fuera de la realidad, un paisaje cada vez más familiar para el independentismo. Mirando por la ventanilla mientras decide si sigue por ahí o vuelve a la normalidad.
Las cárceles son la intemperie del Estado, lo que queda fuera de las reglas, y además ayer fue la mañana más fría del invierno. Pero Roger Torrent es un rogainer, practicante del rogaining, una modalidad deportiva en naturaleza que se ha puesto de moda en su pueblo, Sarriá de Ter (Girona). Es perfecta para la actual situación política catalana: se trata de hacer una ruta en lo desconocido, pasando por algunos puntos de control, y ver si llegas. Lo importante, dicen los que saben, y aquí está lo decisivo, no es tanto el sentido de la orientación como el trabajo en equipo. Con esta filosofía Torrent hizo pasar ayer su ronda de consultas por dos centros penitenciarios, para consultar con el equipo a ver cómo salen de esta. En un Seat Alhambra, un despiste de primerizo en lo simbólico.
Cuando llegó a Estremera, al amanecer, había menos seis grados. La cárcel está plantada en un páramo como un fuerte en territorio comanche. Un escenario más mesetario, imposible. Hasta había un toro de Osborne en el kilómetro 54 y el desvío de la autovía bajo las ruinas de un castillo. Las pantallas de los coches avisaban: precaución, formación de placas de hielo. Torrent sabe que cualquier día, si no se anda con ojo, va y patina. Para él ser president empieza a ser deporte de riesgo.
Pasó tres horas dentro con Junqueras, Forn y también con los senadores Josep Lluís Cleries y Joan Bagué y con Francesc Homs, que pasaban por allí. Una cita entre muros para inventar una vía de fuga del lío catalán. Al salir, Torrent se apeó del coche para atender a la prensa casi cabizbajo, demasiado bien vestido para el lugar, como un actor fuera de escena, porque estaba en el arcén de la verja de la prisión, al borde del barro. Cuando hablaba, las puntas de sus zapatos marrones de estilo italiano casi tocaban el fango mientras se balanceaba hacia delante y atrás. Hizo declaraciones de escasa empatía emocional, muy formal, de visita.
Es muy instructivo entrar en una cárcel. Una cosa es viajar a Bruselas, en medio de la pomada internacional, que te hablan en francés, y otra es Estremera, en medio de la nada y donde a la Guardia Civil le da igual quién eres. Debe de desorientar, o al revés, se ve todo más claro.
Torrent, casado y con dos hijos, está un poco fuera del tiempo y el espacio, medio desubicado: tiene parado el reloj de la investidura y una presidencia algo itinerante, que aunque le llene las tarjetas de puntos debe de descentrar. Un reto para un rogainer. En principio estaba previsto que de Estremera se fuera a Soto del Real, a ver a los Jordis, pero le debió de parecer que comer en una gasolinera de la M-40 ya era demasiado. Desapareció un par de horas, y no se sabe qué hizo por Madrid hasta las 15.24 horas, momento en que se presentó en la prisión de Soto del Real. Un paisaje igualmente gélido, dominado por las montañas nevadas de Guadarrama. Sobre el aparcamiento de la cárcel volaban buitres negros.
Qué lugares tan tristes. Niños jugando entre los coches para ver a papá. Madres jóvenes con bebés en brazos entrando de visita. Los carteles de la puerta con la lista de presos a los que se han retenido pertenencias y los horarios de entrega de paquetes. Las reglas del peculio de los presos (no se puede introducir más de 500 euros). La puerta del capellán. La arquitectura hostil del castigo. Una pintada en rotulador en un ladrillo: “Funcionarios vagos”.
Roger el rogainer, culminada la experiencia, salió con la caída del sol y un frío que pela, menos uno. Quién sabe si al final llegó a algún sitio. No hizo declaraciones. Se fue pitando con el coche. De allí solo se puede salir aliviado de no estar allí.
“Los defenderé hasta las últimas consecuencias”
El presidente del Parlament, Roger Torrent, que evitó pronunciarse sobre la investidura, solo hizo ayer unas breves declaraciones al terminar su visita a Oriol Junqueras y Joaquim Forn en la prisión de Estremera. Aseguró que tanto ellos como Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, a quienes visitó luego en Soto del Real, son víctimas de un “juicio político” y que “no se pueden encarcelar sus ideas ni su dignidad”.
En referencia a Junqueras y Sànchez, elegidos diputados en las últimas elecciones, prometió que luchará “para que puedan ejercer libremente aquello que les ha encargado el pueblo catalán”. “Les he dicho que defenderé hasta las últimas consecuencias sus derechos políticos como diputados”, afirmó. También dijo que hará “todo lo posible” para la libertad de los cuatro.
Describió su entrevista como “emotiva” y dijo que los reclusos son “hombres de paz, de profundas convicciones democráticas”. “Están serenos, bien, y envían un mensaje de tranquilidad, pero a la vez de firmeza”, concluyó.
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