El último adiós a Diana Quer
Cientos de personas, entre los que había familiares, amigos, investigadores y políticos acompañan a los padres y a la hermana de la joven asesinada en un funeral público
Nadie conocía a los Quer hasta aquel 22 de agosto de 2016, el día en que desapareció Diana, la hija mayor de una familia acomodada. Vivían en Pozuelo (Madrid) y veraneaban en A Pobra de Caramiñal (A Coruña), donde la chica de 18 años fue vista por última vez, cuando regresaba a casa de las fiestas del pueblo. Este miércoles no cabía un alfiler en el funeral público oficiado por el arzobispo de Madrid y celebrado en la parroquia de Santa Maria De Caná, en Pozuelo de Alarcón, el pueblo madrileño en el que creció.
Los Quer, Juan Carlos y Diana, de los que para entonces todos los presentes en el templo y fuera del templo sabían que habían tenido un divorcio traumático en 2013 —y hasta la dosis de fármacos que tomaban a diario cada uno o el libro de cabecera que leían para sobrellevar el fracaso de su matrimonio—, entraron en la iglesia juntos, cogidos del brazo, como seguramente salieron el día de su boda, al filo de las 21.00.
Minutos más tarde llegó la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que se unió al resto de autoridades: la presidenta de la Asamblea regional, el director general de la Guardia Civil, la alcaldesa de Pozuelo... Y a otros conocidos padres de otros niños y jóvenes asesinados, como el de Marta del Castillo, o Mari Luz Cortés, la madre de los niños asesinados en Córdoba.
Un mensaje
"A Diana se la ha llevado Dios para mandar un mensaje", le dijo su madre al cura. "Ya lo ha hecho", le respondió él.
El caso de la desaparición de Diana Quer, ha sido quizá el más mediático de España junto con el de las niñas de Alcàsser. De ella, de sus padres y de su hermana Valeria, también presente ayer entre sus progenitores, se ha contado de todo y se ha exhibido su intimidad. Desde los chantajes emocionales que supuestamente le hacían a sus padres en una difícil separación, hasta sus trastornos alimenticios, pasando por la clase de amistades con las que compartían su tiempo libre o sus salidas e ingresos en el hospital. Todo.
Durante casi año y medio, los Quer, una familia normal, han vendido más revistas y periódicos y han subido más audiencias de televisiones y radios que muchos de los escándalos de los famosos de la prensa del Corazón. Sin cobrar un duro, los padres y la hermana de Diana, han vivido el tremendo impacto de la desaparición de una hija dentro de un circo mediático, con cámaras de televisión y periodistas apostados en la puerta de su casa. Ayer decenas de cámaras esperaban a la entrada del templo.
Casi 500 días. Una familia doblemente rota. Un caso archivado por un juez en abril "por falta de pruebas"... Pero Diana estaba ahí, presente pero ausente, como en la fotografía ampliada que ayer presidía el púlpito de una iglesia de ladrillo visto, su rostro, de perfil, con su preciosa melena negra cayéndole sobre los hombros.
Su cuerpo flotó durante todo ese tiempo en el agua de un depósito de una antigua nave de muebles de Asados (Rianxo), donde la abandonó su (todavía) presunto asesino, José Enrique Abuín, alias El Chicle. Le detuvieron el pasado 29 de diciembre, le interrogaron hábilmente hasta lograr su confesión, y ya la prensa se encargó de exhibir todas sus vergüenzas y sus anteriores denuncias por agresión sexual. Caso resuelto.
El funeral de este miércoles era el punto final de un proceso demoledor para cualquier familia, de un dolor amplificado por los medios de comunicación. La manera en la que esos padres y esa hermana destrozados deseaban poner fin públicamente a un calvario, el último adiós a Diana Quer.
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