El rey de Cataluña
El discurso defiende que los diputados elegidos el 21-D deben dedicarse a los problemas reales, no a los ficticios; pensar en todos los catalanes, no solo en una parte
Formalmente son solo tres párrafos para subrayar las obligaciones de los diputados elegidos el 21-D. Que deben dedicarse a los problemas reales, no a los ficticios; pensar en todos los catalanes, no exclusivamente en una parte; respetar la pluralidad y actuar con responsabilidad.
En los hechos, el entero discurso está dedicado a Cataluña. No podía ser de otra forma en unas vísperas navideñas llenas de furia y de ruido, en las que un presidente catalán huido y destituido ha declarado la victoria electoral de su "república catalana" sobre "la monarquía del artículo 155".
El discurso hace tres cosas. Primero, dar respuesta a quienes impugnan la democracia española, su modernidad, su papel internacional y, naturalmente, sus instituciones, hasta sembrar la duda sobre el sistema de libertades. Segundo, destacar los gravísimos problemas de los que a veces distrae la centralidad de la crisis catalana: el desempleo, las desigualdades, la corrupción, el medio ambiente, el compromiso con Europa o la violencia y abusos contra las mujeres.
Y, en tercer y destacado lugar, señala que los catalanes han elegido a sus representantes y estos y nadie más son los que deberán tener el protagonismo. Ni una mención a la presidencia de la Generalitat o al Gobierno suspendidos; a la república nonata, que ahora se pretende reanimar; a los procedimientos judiciales en curso ni, por supuesto, a las reclamaciones de Carles Puigdemont desde su destierro autoimpuesto. No podía ser de otra forma, si se lee como continuación del discurso del 3 de octubre, cuando señaló "la deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado" por parte de las autoridades destituidas.
Con pocas y moderadas palabras se pueden transmitir mensajes contundentes. Queda claro que ha habido enfrentamiento, exclusión, discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico y económico. Queda clara la esperanza de recuperación: de la serenidad, la estabilidad y el respeto mutuo; de la confianza, el prestigio y la buena imagen de Cataluña. Y, sobre todo, que las instituciones y la Constitución, el artículo 155 también, han funcionado y ahora los parlamentarios deben ponerse a trabajar dentro de la legalidad.
Felipe VI empezó su reinado en 2014, el año escogido por el independentismo para llegar a la autodeterminación, coincidiendo con el tricentenario de la caída de Barcelona en la guerra de sucesión, el referéndum escocés y la oportunidad que ofrecían las crisis económica, política e incluso institucional. En este persistente envite se lo juega todo, su reinado y su corona, identificada como nunca en la historia con la democracia y la Constitución. Al final de la partida, será rey de Cataluña o no será.
Sobre la firma

Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).