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La metamorfosis de Cataluña

El intenso ciclo electoral que han vivido los catalanes desde 2010 retrata la progresiva polarización de una sociedad marcada por la crisis económica y la independencia

FOTO: Imagen de una manifestación en Barcelona. / VÍDEO: Últimas encuestas.Foto: atlas | Vídeo: Enric Fontcuberta (EFE) / ATLAS

Los catalanes culminarán el 21 de diciembre un increíble ciclo electoral. En los últimos siete años han sido llamados a las urnas en cuatro elecciones autonómicas (2010, 2012, 2015 y 2017), tres generales (2011, 2015, 2016), unas europeas (2014) y dos municipales (2011 y 2015). Ese calendario electoral ha estado marcado por el proceso independentista y por los destructivos efectos de la crisis económica. Justo cuando los catalanes afrontan la cita del 21-D —en día laborable, con el Govern cesado y la Autonomía intervenida en aplicación del artículo 155—, EL PAÍS reúne datos clave para explicar una transformación radical. Las elecciones son la mejor prueba: ERC y Ciudadanos, dos partidos que en 2010 apenas sumaron el 10% de los votos, pelean ahora por la victoria.

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Una sociedad hipermovilizada. El 60% de los catalanes declara mucho o bastante interés por la política, según el Centro de Estudios de Opinión (CEO); y el 70% dice estar bastante informado. Eso se ha reflejado en un aumento constante de la participación: 59% en las elecciones autonómicas de 2010; 68% en las de 2012; y 77% en las de 2015. Ahora los pronósticos apuntan a que podría superarse el 80%, lo que supondrían un récord. Hay países donde el voto es obligatorio y la participación no supera por mucho el 90%.

“Esta movilización excepcional ya se produjo en las autonómicas de 2015 y ahora pueden llegar a votar doscientas mil personas más y superar esta tasa el 80%”, fotografía Jaime Miquel, analista electoral. “La razón movilizadora fue y es la misma: la intención independentista de los partidos de identidad nacional catalana”, añade este especialista.

El desafío actúa como un doble resorte: empuja a votar a quienes sueñan con la independencia y a quienes la temen.

Sin casi espacio para los partidos tradicionales. En los últimos siete años, los partidos tradicionales catalanes han sufrido un terremoto que ha reducido su espacio electoral. CiU, que gobernaba con 62 escaños en 2010, ha sido disuelta. Desde 2014, la antigua Convergencia ha concurrido a las elecciones con seis marcas electorales diferentes. El PSC, que logró 52 escaños en 1999, consideraría un éxito volver a los 28 que logró en 2010. El PP sumó once escaños en 2015, su peor resultado desde 1992, y todas las encuestas apuntan a que bajará aún más en los comicios de la próxima semana.

“En estos tres casos hay una tendencia de fondo basada en datos demográficos: generalizando, en 2010 eran partidos con un electorado muy envejecido, de gente mayor… y el simple movimiento natural de la población, la renovación del censo, ya indicaba que podían ir teniendo problemas a lo largo del tiempo”, argumenta Jordi Pacheco i Canals, decano del colegio de politólogos y sociólogos de Cataluña. “A eso se unen las tensiones entorno al estatus de Cataluña”, apunta. “En 2010, la sentencia del Tribunal Constitucional [recortando 14 artículos del Estatut] rompió el consenso y les provocó problemas y trasvases de votantes”, sigue. “En el caso del PP está su vinculación al Gobierno”, especifica sobre una formación a la que el 73% de los encuestados del último CIS dice que no votaría nunca. Y advierte: “Puede que el PDeCAT [la antigua Convergencia] y el PSC ahora recuperen parte de lo que habían perdido”.

A la búsqueda de soluciones en nuevas formaciones. Ciudadanos, que nació en 2006 con un discurso radicalmente antiindependentista, lidera la oposición desde 2015.

Carles Puigdemont, cesado como president en aplicación del artículo 155, prefiere buscar la vuelta al Govern sin las siglas de su partido y apostando por la Llista del president (Junts per Catalunya).

La gobernabilidad, además, podría depender de dos formaciones relativamente jóvenes: la CUP (que hasta 2012 nunca se presentó a unas autonómicas) y Catalunya en Comú Podem.

Polarizada electoralmente. La unión de esas dos tendencias ha catapultado el ascenso en paralelo de ERC (de los 10 escaños de 2010 pasa a aspirar a gobernar) y Ciudadanos (de tres escaños pasa a poder ganar). Representan proyectos opuestos de Cataluña: la independencia y la permanencia.

Su éxito refleja la polarización de la sociedad catalana. El nacionalismo ha centrifugado al electorado. Los dos partidos más votados en 2010 fueron CiU y el PSC, cuyos votantes se ubicaban en el 4 y el 6 de nacionalismo catalán (en una escala de 1 a 10). Desde entonces, como muestra el gráfico, se han producido dos dinámicas. Los votantes de todos los partidos se han polarizado: los de ERC y Convergencia se declaran ahora más nacionalistas (catalanes), y los de Ciudadanos, PP y PSC se han hecho menos nacionalistas (catalanes). Al mismo tiempo pasó otra cosa: los partidos en el centro menguaron —PSC y Convergencia—, mientras crecían las fuerzas de ambos extremos, Ciudadanos y ERC.

“Hasta que no se resuelve el estatus constitucional de Cataluña, este va a ser el problema central”, apunta Pacheco i Canals. “Como no ha habido un referéndum aceptado por todas las partes, las elecciones acaban sustituyendo al referéndum y las fuerzas que representan a las dos opciones salen propulsadas”, argumenta. “ERC representa claramente al polo del sí y Ciudadanos al polo del no, pero desvinculado del Gobierno, no como el PP, por lo que es un no más autónomo, más de Cataluña”. Y subraya: “En Cataluña no hay un conflicto étnico, porque los dos polos tienen voluntad de ser inclusivos”.

Dividida hasta por la televisión. En Cataluña hay dos grupos antagónicos separados por el origen de su familia y el deseo de independizarse. En un extremo están el 37% de catalanes hijos de catalanes e independentistas. En el otro hay un 37% de catalanes que son inmigrantes, o hijos de inmigrantes, y no quieren la independencia. A esos dos grupos los separan diferencias económicas. Los catalanes de origen inmigrante y no independentistas son más pobres y es más probable que estén desempleados, que no hayan estudiado y que se consideren clase baja.

La brecha también es cultural. Unos eligen TV3 para informarse (65%) y otros no (11%). El 82% de los catalanes hijos de catalanes e independentistas habla catalán habitualmente, mientras que el 72% de inmigrantes no independentistas habla castellano.

“Desde 2010 hemos visto un nacionalismo más movilizado, polarizado y radicalizado que en ningún otro momento de nuestra historia democrática”, asegura Ángel Valencia, catedrático de ciencia política de la Universidad de Málaga. “Independentistas y constitucionalistas son la clave de la política en Cataluña. Parece que las elecciones van a ser el reflejo de esta fractura”, sigue. Y recalca: “Eso nos conducen a una gobernabilidad difícil e inestable”.

Dos cifras resumen la división en la que se ha instalado la sociedad catalana: Ciudadanos puede ganar las elecciones del 21-D con el 25% de los votos, según Metroscopia, pese a que el 39% de los votantes dice que jamás votaría por el partido de Inés Arrimadas.

Afectada por la crisis económica. Entre 2006 y 2012 el porcentaje de catalanes que decían que su situación económica era peor que un año antes pasó del 30% al 79%. El paro, los recortes y los desahucios han marcado la situación social. Los partidos independentistas han puesto en el corazón de su propuesta el argumento de que una Cataluña independiente estaría en una mejor situación. Ese mensaje caló en una importantísima parte del electorado.

“El contexto de la crisis económica ha sido un elemento importante del malestar democrático y de la desafección hacia el Estado Autonómico y hacia el gobierno central”, opina Valencia.

Ahora el miedo a la crisis económica opera en sentido contrario: parece estar activando a los votantes no independentistas. Tras ver cómo la crisis catalana hacía descender el turismo y provocaba la salida de miles de empresas, el 35% de los catalanes cree que la economía catalana empeorará. Los más preocupados son los votantes de Ciudadanos (55%), PSC (51%) o PP (48%); pero solo el 23% de los de ERC y PDeCat son pesimistas.

Insatisfecha con la democracia. En 2009 la mitad de los catalanes estaba bastante satisfecho con el funcionamiento de su democracia, pero esa cifra colapsó entre 2010 y 2012. Hoy apenas el 21% de los catalanes está satisfecho. El 67% cree que la situación política es mala. Son síntomas de desafección o de conflicto.

“En el sector del, la percepción de la gente es que, por ejemplo, no está bien representada en las instituciones europeas, hay una sensación de que se toman decisiones en las que la sociedad catalana no está presente”, razona Pacheco i Canals. “Lo que se da en el sector del no es que se encuentran infrarepresentados en la vida pública en Cataluña”, añade sobre los votantes de las opciones constitucionalistas. “La suma de una parte y de la otra da esa insatisfacción tan elevada”.

En 2010 solo un 5% de los catalanes pensaba que uno de los tres problemas más importantes de Cataluña era su relación con España. Esa cifra se ha disparado. En octubre alcanzó el 40% y se convirtió en el principal problema. El segundo problema es la “insatisfacción con la política”.

Y, por supuesto, con la independencia de fondo. La metamorfosis vivida por la sociedad catalana en los últimos siete años tiene su origen o su consecuencia en una evidencia: se ha multiplicado el número de catalanes que son abiertamente independentistas. En 2010, poco más del 19% apostaba por esa opción. Por ejemplo, había el doble de personas partidarias de una solución federal para el encaje de Cataluña en España. Pero algo cambió entre 2010 y 2012. Hoy el porcentaje de catalanes que quieren que Cataluña sea un estado independiente roza el 40%, según el CEO. La opción de la ruptura ya no es tan minoritaria.

La evolución de esa cifra es el mejor termómetro del profundo cambio que está atravesando la sociedad catalana.

Los seis nombres distintos de la antigua Convergencia

El mejor reflejo del profundo desgaste que han sufrido en Cataluña los partidos tradicionales es la evolución de la antigua Convergencia Democrática de Cataluña. Esa formación, que sumada a Uniò fue hegemónica durante tres décadas, ha desaparecido. De hecho, los políticos que defendieron sus siglas han concurrido a las elecciones con hasta seis nombres distintos desde 2010.

El partido que encabezó Jordi Pujol acudió a las elecciones europeas de 2014 como Coalición por Europa. Solo un año después, se arriesgó a un doble cambio nominativo: se integró en Junts pel Sí para las elecciones autonómicas de 2015 y se presentó como Democràcia i Llibertat a las generales de aquel año. En 2016, cuando nuevamente hubo generales, el partido recuperó la nomenclatura de CDC.

Fue por poco tiempo. CDC rápidamente se refundó como PDeCAT —Partido demócrata de Cataluña—. Esas siglas aún no se han estrenado en una cita electoral. Así, Carles Puidemont se presenta a las elecciones del 21-D liderando la lista de Junts per Catalunya.

Los especialistas en comunicación del partido advirtieron a sus líderes del riesgo de tantos cambios, que no han evitado el declive electoral de la marca, que ha sido imparable y paralelo al crecimiento de ERC.

El cambio de cabezas de cartel tampoco ha funcionado para atraer a nuevos electores. En los últimos siete años, todos los grandes partidos catalanes han cambiado al menos una vez de candidato para afrontar las cuatro elecciones autonómicas que se han celebrado.

Artur Mas, que es el político que tuvo más continuidad en ese periodo de tiempo, acabó teniendo que renunciar en enero de 2016 para evitar una repetición electoral y lograr que su partido gobernara cediendo la presidencia a Puigdemont. Ese fue el precio que impuso la CUP por aportar sus votos a la investidura.

No es un caso único. ERC ha pasado de presentarse con Joan Puigcercós —2010— a optar por Oriol Junqueras en las siguientes citas electorales. El PSC apostó por José Montilla —2010— y Pere Navarro —2012— antes de hacerlo por Miquel Iceta. Albert Rivera fue reemplazado por Inés Arrimadas en la candidatura de Ciudadanos de 2015. Y en el PP, Xavier García Albiol sustituyó a Alicia Sánchez Camacho en esos mismos comicios.

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