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Independencia de Cataluña
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La calle no es suya

La manifestación de Barcelona no enfrenta un nacionalismo excluyente contra otro nacionalismo excluyente. El mensaje de unidad y convivencia se ha impuesto

Mario Vargas Llosa interviene este domingo al término de la manifestación en Barcelona.Foto: atlas | Vídeo: GONZALO FUENTES (REUTERS)
Teodoro León Gross

Antes de que un algoritmo resuelva las cifras de asistentes, la convocatoria de Societat Civil Catalana de esta mañana en Barcelona con el lema ‘Basta, recuperemos el seny’ ya ha sido un éxito. Esta cita era necesaria porque, desde el asesinato de Ernest Lluch, el secesionismo de hechuras nacionalpopulistas había patrimonializado el espacio público, con diadas espectaculares y movilizaciones masivas, incluso hasta pervertir la manifestación de agosto contra el atentado yihadista. Desde el 1-O, se ha percutido allí en la idea de que "Las calles serán siempre nuestras", y ayer SCC replicó saludablemente “Las calles son de todos los ciudadanos”. Prevaleció la imagen alegre y plural.

Ya es una paradoja que el independentismo trate de mantener vigente la referencia del franquismo para desacreditar a España, como ha hecho Forcadell hoy demolida por Borrell, y a la vez practiquen la lógica de la calle es mía, lema muy franquista acuñado por Fraga en la pre-democracia siendo ministro de Gobernación de Arias Carnicerito de Málaga Navarro, en aquel 1976 desgarrador de una represión policial agónica. Esa idea de la calle es mía sí que representa el franquismo sociológico, pero la mayoría silenciosa -¿o mejor las mayorías silenciosas?- ha acabado con eso rompiendo el silencio. Borrell liquidó en su discurso el mensaje de Forcadell que excluye .

Lo ocurrido hoy en Barcelona es relevante porque no enfrenta un nacionalismo excluyente contra otro nacionalismo excluyente, por más que esa sea la lógica ventajista de los indepes para nutrir el discurso polarizado victimista. Por el contrario, ha prevalecido el “Visca Espanya y Visca Catalunya” o “Som Catalunya, Somos España”, muy por encima del coro de “Puigdemont a prisión”. Salvo algún grupúsculo del falangismo residual como ayer en la Plaza de Colón, tan ridículos como anecdóticos, el mensaje de unidad y convivencia se ha impuesto. O al menos la conllevancia, ese mínimo común denominador acuñado por Ortega. Muchos eslóganes podían ser un efluvio de "las democracias sentimentales", inclinadas a la emoción antes que la razón, pero estimulante en este momento contra la crispación.

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Esta manifestación, sumada a las mareas blancas del diálogo, quiebra la idea de un sol poble, mantra desafortunado tanto por lo de sol como por lo de poble. No hay una sola Cataluña, y ese era el espejismo que debía romperse. En las elecciones plebiscitarias no alcanzaron el 50% con JxSí y las CUP por debajo de dos millones de votos, y el 9-N sumaron 2,3 millones con todo a favor, como el 1-O. Cataluña no es pobremente uniforme sino plural, y por tanto rica. Y además de ser cuestionable lo de sol, también poble es un anacronismo en un momento en que ante todo hay que apelar a la condición de ciudadanos antes que pueblo. Los catalanes son ciudadanos de un Estado de Derecho en una democracia saludable, y por tanto conflictiva.

Esta mañana Vargas Llosa ha apuntado en Barcelona al golpe de Estado. Esta imagen no tiene la potencia de las cargas policiales para ser portada en la prensa continental, pero el discurso del Nobel con prestigio en todo el planeta proporciona una fotografía necesaria. Vargas Llosa y Borrell alertan contra el virus del nacionalismo, como hace hoy mismo Slavenka Drakuliç, la gran cronista de la descomposición de los Balcanes, en El Confidencial. Europa ha reaccionado tarde ante ese virus contagioso aquí en su peor mutación: no el afán de autodeterminación de una comunidad un desfavorecida y sojuzgada, sino próspera y con más autogobierno que cualquier otro territorio europeo, con una lengua dominante sobre la lengua del Estado en la escuela y los medios. Ese es un virus inquietante.

Más allá de los discursos, con la imagen plural de Vargas Llosa y Josep Borrell apelando en español y catalán a la grandeza de Cataluña en España y Europa, ahora se trata del impacto que esta convocatoria masiva tenga en la hoja de ruta de la DUI, como las salidas de bancos y empresas a los que Borrell ha afeado que hayan callado demasiado tiempo. Todavía, a pesar del estropicio, no se ha dado el salto al vacío. Eso deja un margen. Claro que ese margen tiene un límite fijado por Rajoy hoy en EL PAÍS: “mientras no se vuelva a la legalidad yo desde luego no voy a negociar”. Renunciar a la declaración unilateral de independencia –incluso una blanda, diferida, o simbólica- requiere audacia. Pero la alternativa es el precipicio. Y desde hoy Puigdemont ya no tiene la coartada de la burbuja del ‘sol poble’. Enfrentarse a la evidencia de que ‘la calle no es suya’ envía un mensaje mucho más importante: Cataluña es de todos.

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Sobre la firma

Teodoro León Gross
Málaga, 1966. Columnista en El País desde 2017, también Joly, antes El Mundo y Vocento; comentarista en Cadena SER; director de Mesa de Análisis en Canal Sur. Profesor Titular de Comunicación (UMA), licenciado en Filología, doctor en Periodismo. Libros como El artículo de opinión o El periodismo débil... Investigador en el sistema de medios.

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