Cómo aprendió el imán a ocultar su radicalización
El cerebro del atentado fue formado por un carnicero y siguió las pautas de un manual secreto de seguridad
Abdelbaki es Satty, el imán de la célula de Barcelona, radicalizado desde hace al menos una década, tuvo buenos maestros para pasar desapercibido y no despertar sospechas entre sus fieles y vecinos de Ripoll. Su mejor maestro fue Mohamed Mrabet, de 48 años, un carnicero barbudo de Vilanova i la Geltrú, casado con Kdadija Virginia Pood, una inglesa convertida al islam, una mujer de familia noble educada en la universidad de Londres, culta y refinada que en 2008 cubría su cabeza con un pañuelo y evitó estrechar la mano de este periodista porque se lo prohibían sus creencias.
Mrabet presidía de día la mezquita Al Furkan y de noche dirigía un grupo de Al Qaeda que se hacían llamar Los Sin Vicio de Occidente. La documentación de Es Satty, que pretendía suicidarse en Barcelona con un cinturón de explosivos antes de morir en la explosión del chalé de Alcanar, apareció en el domicilio de este carnicero marroquí que durante años y en absoluta impunidad envió a la muerte en Irak y Afganistán a un largo rosario de voluntarios que pasaron por su casa. Algunos lograron su objetivo. Como Belgacem Bellil, de 31 años, un argelino que al volante de un camión bomba asesinó en Nasiriya a 28 personas, entre ellos 19 soldados italianos. Otros regresaron heridos, como el turco Saffet Karakoc, de 40. Los frustrados fueron Hassan Mordoude, de 41, y Ahmed Said Hssisni, de 42, que fueron detenidos en Siria y expulsados a Marruecos. Todos viajaban hacia la muerte con una cartulina blanca del tamaño de una cuartilla donde se explicaba como unirse a la yihad: “Al aterrizar en Damasco coge un taxi y dile que te lleve a la zona de Al-Mayra…”.
Vuelta a España
Tras su regreso a España, los voluntarios frustrados Mordoude y Hssisni aparecieron vinculados al Grupo Islámico Combatiente Marroquí, grupo ligado a Al Qaeda, que en 2003 protagonizó los atentados de Casablanca. Y junto a ellos surgió como sospechoso el nombre del imán Es Satty. La policía pinchó su teléfono durante varios meses en 2005 con autorización del juez de la Audiencia Nacional Fernando Grande-Marlaska. “No encontramos nada relevante y se cancelaron las escuchas. De no ser así lo habríamos detenido”, afirma un alto mando policial.
¡Acuérdate de que puedes mentir!... Hay que ir cambiando de forma de vestir, de corte de pelo, lugar de residencia, coches, rutas diarias, reuniones, encuentros
La policía investigó a la célula que formaban, al menos, 22 personas, y escucharon con atención sus conversaciones. En el registro de la casa del carnicero, tras su detención, los agentes descubrieron un documento titulado La clandestinidad en la yihad es un deber legítimo. El manual de seguridad de 30 páginas escrito en árabe fue desvelado por EL PAÍS en 2008 y describe las pautas que un buen yihadista debe seguir para no ser descubierto en la sociedad occidental.
La lectura de sus recomendaciones demuestra que Es Satty, entonces discípulo de aquel grupo y ya radicalizado, siguió muchas de ellas al pie de la letra, lo que le sirvió para despistar a los servicios de información e inteligencia que ya se habían fijado en él y le habían investigado. El imán estuvo en el radar policial, pero no cometió error alguno que propiciara su arresto. “Tener relación con la gente de ese grupo no fue suficiente ni para nosotros ni para la Guardia Civil”, apunta un responsable de la Comisaría General de Información.
Las frases del manual de seguridad encontrado en Vilanova i la Geltrú siguen al pie de la letra la corriente Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio) que el imán impregnó años más tarde a los obedientes acólitos de su célula. Todo lo prohibido para un buen musulmán está permitido en favor del ocultamiento y la clandestinidad. Una táctica que permitió a los miembros del grupo creado por el imán pasar desapercibidos. “La clandestinidad en la yihad es un deber legítimo, en el nombre de Dios clemente y misericordioso. El secretismo es un factor clave en cualquier guerra. Es un error negar su uso para la yihad porque los infieles gobernantes reclutan a miles de agentes de inteligencia para obtener información de los muyahidines. Quien dice que no hay secretismo en las operaciones islámicas contradice la Sunna del profeta”, recoge el artículo primero. El segundo es todavía más claro: “El musulmán tiene que imitar a los infieles en su forma de vestirse si eso va en beneficio del islam. Como los judíos que habitaban la península árabe en el tiempo del profeta”.
Para el autor del manual que siguió Es Satty, el peor enemigo de la clandestinidad es la rutina. La mentira y el disfraz están autorizados si se persigue castigar a los infieles. “¡Acuérdate de que puedes mentir!... Hay que ir cambiando de forma de vestir, de corte de pelo, lugar de residencia, coches, rutas diarias, reuniones, encuentros”.
Pautas similares a las que adoptó el imán de Ripoll que en las fotografías de carné de su pasaporte evitó siempre la barba, otra exigencia obligada que aparece en el documento.
El testimonio de alguno de los detenidos ante el juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu, revela que los jóvenes de la célula cuando contactaban con el imán empleaban palabras clave o códigos idiota (denominación que se le da en los servicios de espionaje) para evitar ser detectados. Nadie descubrió que durante un año se reunían en una camioneta.
La escuela secreta de Los Sin Vicio de Occidente
El carnicero Mohamed Mrabet presidía de día la mezquita Al Furkan en Vilanova y de noche dirigía un grupo de Al Qaeda que se hacían llamar Los Sin Vicio de Occidente. La célula del carnicero no estaba aislada. Sus integrantes estaban unidos a otra cantera de yihadistas en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Esta tenía su sede en una vivienda bautizada como Al Kaala (La Fortaleza de los Guerreros). Por allí pasaban voluntarios en tránsito hacia Irak desde Marruecos, Argelia y Egipto. La dirigía el marroquí Omar Nakhcha, jefe de Al Qaeda en Europa, que iba a introducir a un experto en explosivos procedente de Irak para atentar en Francia, Italia y España. El grupo de Santa Coloma tenía también su cantera en Madrid a las órdenes del argelino Abdelrahman, vecino de Parla. “He hablado con uno para lo del noviazgo y está esperando. Quiere casarse [suicidarse] y hay problemas”, oyeron los policías en una charla de los aspirantes de esta cantera.
El maestro del imán Abdelbaki es Satty y otros 22 miembros del grupo fueron detenidos en 2006 e ingresaron en prisión. Varios testigos protegidos les señalaron. El carnicero denunció presuntas torturas en los calabozos. Su mujer y madre de sus tres hijos le defendía: “Mi esposo es una persona extraordinaria y buena. Todo es mentira. Le aseguro que se trata de un montaje. Mi padre es un caballero inglés y nos apoya. Le juro por la vida de mis hijos que mi marido no es un terrorista”.
Solo nueve miembros de la célula con la que coqueteó Es Satty fueron procesados y juzgados. En 2009 la Audiencia Nacional condenó por terrorismo al carnicero y a otros cuatro de sus discípulos. En 2011 el Tribunal Supremo aceptó sus recursos de casación y anuló la causa porque las acusaciones eran “vagas y especulativas” y algunas declaraciones de los acusados se lograron “bajo presión”.
Sin duda, Es Satty era el cerebro del grupo. La aparición de un único cinturón de explosivos reservado para él demuestra su condición de emir (jefe) de la célula. “Este hombre tenía la determinación de hacer un gran atentado y pasar a la historia desde hace mucho tiempo. Su primer contacto con la célula de Vilanova y su relación con varios voluntarios que pretendieron unirse a la yihad en Irak demuestra que estaba en esa órbita desde hace muchos años. Su viaje a Vilvoorne [cuna de yihadistas en Bélgica] también lo refrenda. Ha tardado en encontrar a este grupo de jóvenes y cumplir su sueño personal”, afirma uno de los mayores expertos policiales de la lucha contra el yihadismo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.