Seis días de horror y fuga
Tras el ataque en La Rambla comenzó la huida hacia delante de un grupo de terroristas muy jóvenes de los que nadie, ni sus familias, había sospechado antes
Su aspecto es desaliñado. Está sucio y deshidratado. Ha recorrido 34 kilómetros con las mismas zapatillas negras con las que condujo la furgoneta de La Rambla. Camina junto a la AP-7 por el Penedès, tierra de viñedos, cuna del cava catalán. Se protege la vista, y de la vista ajena, con unas Ray- Ban falsificadas. Y sigue caminando. Hacia el sur.
SUBIRATS, lunes 21 de agosto
Younes Abouyaaqoub tiene 22 años. Desde mediodía es, oficialmente, el hombre más buscado de España. Su imagen —huyendo por el mercado de la Boqueria con las Ray-Ban; entrando en un cajero; o posando para la foto de clase del instituto Abat Oliba— inundan las redes sociales.
En su casa, en la calle Santa Magdalena de Ripoll, el pueblo que le vio crecer, sus padres siguen cada minuto de la pesadilla por televisión. Hace cuatro días que saben que el terrorista de La Rambla es su hijo. “Nos enteramos por la tele”, explicará el padre. “Nada más verlo, le llamamos por teléfono, para contárselo, pero no respondió”.
Lo intentaron varias veces los días siguientes. Pero Younes no lleva el móvil encima: evita ser rastreado. Desesperada, Ghanno Gaanimi, la madre, se dirige a los medios: “Ven a verme, no hagas esto, no tengo la culpa. Ve a la policía, entrégate, prefiero que estés en la cárcel a muerto”, dice en árabe. No da resultado.
Younes llega a la parte trasera de una casa adosada en Subirats. El sol cae a plomo. Silba. Busca ayuda. Espera encontrar a un hombre marroquí, presunto traficante de drogas, que vive allí. O vivía. Porque el que asoma por la ventana no es Hasán, sino otro hombre, un argentino. Younes se marcha campo a través. Pero es tarde. Le han visto.
A las 15.30, tres jefes de la comisaría de Vilafranca regresan de una reunión: Younes es la prioridad absoluta. Y creen verle: las mismas zapatillas negras, una camisa azul y pantalones rojos. Una mujer confirma sus sospechas: dice al 112 que le ha reconocido “sin ninguna duda” cerca de la estación de tren, que es experta en fisonomía y que ese chico es Younes.
Dos agentes de Vilafranca lo encuentran en una zona de viñedos, junto a la depuradora. “Agachado”, subrayará el jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, al explicar su captura. Le dan el alto. Le apuntan con sus armas. Pero para Younes no es tiempo de entregarse. Es tiempo de morir. Se abre la camisa y exhibe un cinturón de explosivos. “¡Allahu akbar!”, proclama mientras se acerca a los mossos. El mismo grito que su hermano Houssaine, de 17 años, lanzó antes de ser abatido en Cambrils. No hay margen para comprobar que las bombas son, en realidad, botellas de agua envueltas en papel de aluminio. A diez metros, vacían sus cargadores. Más de veinte disparos lo derriban. Su cara queda desfigurada, como se ve en las imágenes que al poco circulan y que los Mossos piden no difundir.
El duodécimo integrante de la célula cae a las 16.05. No podrá saberse, por él, qué hizo durante los cuatro días que estuvo huido. Ni cómo consiguió cambiarse el polo de rayas con el que iba vestido cuando arrolló mortalmente a 13 personas. Ni quién le prestó ayuda. Ni por qué lo hizo. El final de Younes es tal vez el principio del mártir: al paraíso a través de la yihad, como les había enseñado su imán, un antiguo chatarrero y traficante.
ALCANAR, miércoles 16 de agosto
Abdelbaki es Satty ha desaparecido de Ripoll. Hace dos meses dejó de ser el imán de la comunidad Annour, que lamenta haberle contratado sin conocer su paso por la cárcel por tráfico de drogas. Aseguran que no vieron ni escucharon nada extraño. Hasta el día en que les pidió tres meses de vacaciones. “Le dijimos que era demasiado, que podía irse tres semanas”. Tras esa charla, desapareció. Atrás dejaba un exitoso lavado de cerebro a al menos ocho chicos de Ripoll, que conformarán la célula de los atentados. Se reúne con ellos en pisos secretos y en una furgoneta. Hablan durante horas, alejados del resto de musulmanes. Si se cruzan en la mezquita o en la calle, se saludan como si no se conociesen. Se acercó primero a Youssef Houli, muerto en la explosión de Alcanar, y a Mohamed Hichamy, abatido en Cambrils. Serán los líderes. Después vinieron sus hermanos y los demás. El hecho de que casi todos eran familiares facilitó la discreción. El imán se aproxima a otros, sin éxito: les habla de la maldad de la música.
Pero Es Satty no ha desaparecido ni está en Marruecos como dice. Se encuentra en Alcanar, un pueblo junto al mar, en el sur de Cataluña, a 300 kilómetros de Ripoll. En el chalet F9 de la urbanización Montecarlo se reúne con los chicos ya radicalizados. La célula prepara un gran atentado en Barcelona.
El grupo esconde 106 bombonas de butano que ha comprado con la venta de joyas robadas. Y ha preparado 500 litros de acetona, agua oxigenada y bicarbonato, necesarios para fabricar TAPT, un explosivo casero usado por Estado Islámico y conocido como la madre de Satán. También guardan clavos para usarlos como metralla. Y pulsadores para iniciar la explosión. La idea es provocar un nuevo 11-M.
El ataque es inminente. A las 20.25, uno de los terroristas compra en Sant Carles de la Ràpita 15 fundas de almohada y bridas. Servirán para contener los artefactos explosivos. Pero algo falla. Alguien manipula mal los explosivos y se produce una explosión que frustra los sueños del grupo de atentar contra monumentos e iglesias de Barcelona, como la Sagrada Familia. “Ese seguro que fue Youseff, era nervioso e impulsivo”, dirán sus amigos. Yousseff Aalla aparece muerto entre los escombros. Mohamed Houli, de 20 años, se salva porque estaba en el porche de la casa. “Estaba mirando el móvil, con una camiseta blanca de tirantes”. Lo vio segundos antes de la explosión Lorenzo, el vecino del chalé colindante. “Pasé enfrente, le saludé. Cuando entraba en casa, todo explotó”.
La casa de Alcanar es el agujero negro del caso. Las patrullas hallan esa noche acetona y veinte bombonas. Y piensan, en ese primer instante decisivo, que había saltado por los aires un laboratorio de drogas. Los bomberos hablan de un accidente por “acumulación de gas” en una casa ocupada. El desastre causado por la deflagración impide ver el tesoro oculto: un libro de color verde a nombre de Abdelbaki. Y en su interior, una nota manuscrita: “En nombre de Alá, El Misericordioso, el Compasivo. Breve carta de los Soldados del Estado Islámico en la tierra de Al Andalus para los cruzados, los odiosos, los pecadores, los injustos, los corruptores”.
El herido, Mohamed Houli, es trasladado al hospital de Tortosa como una víctima más. Está grave. Se investiga si de algún modo —y ante la ausencia de vigilancia sobre él— pudo ponerse en contacto desde el hospital con la célula, que aguardaba en Ripoll para cometer el gran ataque sobre Barcelona.
Cuando el resto de terroristas se enteran de lo ocurrido en Alcanar, trazan un plan alternativo. “Más rudimentario”, admitirán los Mossos, pero igualmente letal. Disponen de dos furgonetas de reparto de la empresa Telefurgo —dos Fiat Talento— que han alquilado, el día anterior, con la tarjeta de crédito de Younes en Sabadell. Iban a servir para trasladar los explosivos. Ahora servirán para arrollar a personas.
Están preparados. “En junio perdieron el miedo a morir”, dice un primo de los yihadistas. Fueron aleccionados, en la última fase, en la doctrina Takfir, que consiste en disimular su condición de fundamentalistas para no levantar sospechas.
Nadie en Ripoll sospechó. Cuando, tras los ataques, vecinos y amigos hablaron de los terroristas, los definieron como “buenos chicos, integrados”. Días después surgieron voces discrepantes: su integración no era tan perfecta como se había dado a entender.
BARCELONA Y CAMBRILS, jueves 17 de agosto
Al volante de la Fiat Talento con matrícula 7086 JWD, Younes accede al centro de Barcelona a través de la calle de Pelai. Pisa el acelerador y emboca La Rambla. Va tan rápido que las ruedas se levantan del suelo. Un guardia urbano alcanza a verle el rostro. “Iba con las ventanas subidas y gritando como un loco”. A más de 60 kilómetros por hora, Younes se incorpora a la zona central, reservada a peatones. Y arrolla todo lo que se le pone por delante. Después caos. Confusión. Estampidas. Y los primeros gritos de la Guardia Urbana que, sin saber, ya sabe: “¡Aléjense de la plaza de Catalunya, ataque terrorista!”. El balance será de 13 muertos y más de 100 heridos.
El airbag salva vidas. Pero no siempre son las de los conductores. Sobre el mosaico de Joan Miró, frente al teatro del Liceu y el mercado de la Boqueria, la furgoneta de Younes detiene su avance. ¿Había tenido suficiente? ¿Tal vez tenía marcada una vía de escape? Puede ser. Pero el caso es que el airbag del conductor salta y el sistema eléctrico queda bloqueado. El terrorista baja del vehículo y escapa. Las personas que pasean por la parte baja de La Rambla, hasta la estatua de Colón, salvan su vida.
Pese a consumar el atentado, la célula sufre un tercer contratiempo: tras la explosión fortuita de Alcanar y el airbag que detiene la carrera homicida, los terroristas tienen un accidente de tráfico. A las 15:25 horas, mientras Younes se dirige a Barcelona, Mohamed Hychami conduce una tercera furgoneta que había alquilado esa misma mañana. ¿Adónde iba? ¿Tenía planeado provocar una masacre simultánea? En la autopista AP-7, poco antes de llegar al peaje de Cambrils, Hychami choca contra un vehículo. Cuando el conductor le dice que va a llamar a la policía, salta la valla de la autopista y desaparece por un camino.
Mohamed Hychami llega hasta la estación de servicio de Cambrils poco antes de las 16.00. Ha caminado un trecho y tiene la camiseta gris empapada de sudor. Compra una botella de agua y la bebe casi de un trago. Paga. Y avisa a sus compañeros, que acuden a buscarle a la estación al volante de un Audi A3. Se van. Todo hace indicar que se refugian en un antiguo restaurante-masía abandonado de Riudecanyes, a 20 minutos en coche, y aguardan noticias. De algún modo conocen lo que ha hecho Younes. Regresan a la gasolinera entre las 18 y las 19 horas, cuando ya Barcelona está sumida en el caos, entre bulos y rumores de todo tipo: un tiroteo en El Corte Inglés de plaza de Cataluña, un terrorista con rehenes en un restaurante turco...
A Hychami le acompañan su hermano Omar; Said Aalla, Moussa Oukabir y Houssaine Abouyaaqoub, el hermano del terrorista de La Rambla. Houssaine aparece con una camiseta blanca del París Saint-Germain. Compra una recarga de teléfono móvil y abandona el local mientras escribe un mensaje. Se ignora si pretendía contactar con su hermano, que a esas horas está a punto de cometer un crimen con arma blanca.
Son las 18.20. Pau Pérez estaciona su Ford Focus de color blanco en el aparcamiento para estudiantes de la Zona Universitaria, junto a la avenida Diagonal de Barcelona y a escasos metros del Camp Nou. Tiene 35 años. Ha pasado la noche en casa de sus padres, en Vilafranca del Penedès, y ha llegado a Barcelona para visitar a un familiar. Ha sido cooperante en diversas ONG: viajó a Haití en 2010 para ayudar a las víctimas del terremoto. Es, además, un apasionado del fútbol.
Si Pau había escuchado, tal vez por la radio del coche, lo ocurrido en Barcelona, es también una incógnita. Quizás respira aliviado por encontrarse en un lugar apartado de los hechos, a casi seis kilómetros de La Rambla. Pero el peligro está allí mismo. Mientras acaba la maniobra de estacionamiento, Younes abre repentinamente la puerta del conductor. “Lo acuchilla, lo pone en la parte posterior del coche y emprende su huida”, dirá el comisario Trapero.
Pese a los intentos de algún ciudadano de detener sus pasos en La Rambla, justo cuando abandona la furgoneta, el terrorista ha logrado escapar a través de la Boqueria. Lleva un jersey a rayas blanco y azul. Recorre las calles de la ciudad —camina y corre, tal como se ve en los fotogramas— con un cuchillo. Hasta que topa con Pau.
Los Mossos tienen una posibilidad real de atraparlo. Han puesto en marcha dos dispositivos para encontrar al conductor: Gàbia (Jaula) y Cronos. Se fija un control policial en la Diagonal, una de las principales vías de entrada y salida. Younes ve a los dos agentes en el control y toma la misma decisión que en La Rambla: acelera y arrolla a una sargento de los Mossos d’Esquadra, que sufre una rotura de fémur. Su compañero dispara pero no logra detener el vehículo, que aparece 20 minutos más tarde en Sant Just Desvern, junto al edificio Walden. “Allí, y hacia las 7, le perdemos la pista”, admite Trapero.
Se pierde a Younes, pero se localiza a dos personas que van a permitir atar cabos. En la furgoneta de La Rambla aparece el pasaporte español de un melillense: Mohamed Houli. Es el herido en Alcanar. Las gestiones con la empresa Telefurgo llevan hasta Driss Oukabir, de 28 años, un vecino de Ripoll a cuyo nombre se ha alquilado el vehículo. Esa misma noche, ambos están ya detenidos. Y permiten a los Mossos conectar tres escenarios: Alcanar, Barcelona, Ripoll. La cacería está en marcha. Pero hay un escenario que se escapa. Y ni siquiera la declaración de Houli, que confiesa las intenciones del grupo (y el deseo del imán de inmolarse) permiten anticipar la nueva pesadilla.
El Estado Islámico acaba de reivindicar el atentado. El comisario Trapero pone orden informativo a la tragedia. Poco antes de las once de la noche, un periodista pregunta si los Mossos esperan un atentado “inminente”. El comisario responde que no.
Los terroristas parecen contentos. Así se les ve en la tercera visita a la gasolinera de Cambrils, a las 20:55. Buscan unos mecheros. En las imágenes de las cámaras de seguridad se observa cómo hablan distendidamente. Incluso bromean. Vuelven a subir al Audi. Acuden a un bazar chino a las afueras de Cambrils solo cinco minutos antes de que cierre. Allí compran cuatro cuchillos de cocina y un hacha con los que pretenden ejecutar una nueva matanza. Todo parece cada vez más improvisado.
La cuarta y última visita a la gasolinera es la más surrealista. A las 22.00, Omar Hychami —el hermano del chico accidentado en la autopista— compra unas barras de pan, una tortilla, queso, zumo y bebidas isotónicas. Es su última cena. Después, regresan a la masía de Riudecanyes, donde abandonan los tickets de compra e intentan quemar con los mecheros que han comprado algunos documentos: el pasaporte y carné de conducir de Mohamed Hychami y el pasaporte de Younes.
Desde la guarida de Riudecanyes, los terroristas ponen rumbo a Cambrils. El Audi A3 de color negro entra en el paseo marítimo, atropella a algunas personas y embiste a un coche de los Mossos d’Esquadra que realizaba un control frente al Club Náutico. Tras el impacto, cuatro de los terroristas abandonan el coche armados con los cuchillos y el hacha del bazar.
Un solo agente de los Mossos d’Esquadra logra abatir, con precisión, a cuatro de los terroristas. Uno de ellos, según los testigos, no llegó a salir del coche. El quinto —Omar Hichamy, el de la tortilla y las bebidas isotónicas— consigue huir a pie a través del paseo marítimo. Aún tiene tiempo de apuñalar en la cabeza a una mujer, que acabará muriendo y convirtiéndose en la víctima número 15 de los ataques.
Hichamy avanza por el paseo, frente a la playa. La policía le rodea. Se detiene de pronto y levanta hacia el cielo el dedo índice de la mano derecha. La mano izquierda la tiene sobre un supuesto cinturón de explosivos que, como el de Younes, resultará ser falso. “¡Tíralo!”, se oye gritar a un mosso. El joven no hace caso y le llueven los disparos. Uno, dos, tres, cuatro. Al cuarto cae al suelo, mientras grita “¡Allahu akbar!”. “¡Vale, vale!”, reacciona el mosso. Pero el joven se levanta de improviso y comienza a caminar, esta vez lentamente, de un lado a otro. Intenta cruzar el paso de cebra, donde están los agentes. Recibe siete disparos más y, a sus 17 años, cae muerto en el suelo. La pesadilla acaba. Hay ocho terroristas muertos y cuatro detenidos. Y 15 víctimas inocentes.
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