Un simple empleado de banca
"La soberbia nubla el entendimiento. La soberbia intelectual vuelve más vulnerable a quien la expresa, porque revela el desprecio que siente a quienes no considera que están a su nivel"
La soberbia nubla el entendimiento. La soberbia intelectual vuelve más vulnerable a quien la expresa, porque revela el desprecio que siente a quienes no considera que están a su nivel.
Pablo Iglesias quiso burlarse este miércoles de las citas literarias empleadas por Albert Rivera y puso en duda, con una media sonrisa de superioridad, que el líder de Ciudadanos hubiera leído algo de Albert Camus o de Charles Dickens. Mucho menos que, frente a él, pudiera exhibir algún conocimiento de Derecho Constitucional. Le rebajó a la categoría de empleado de banca. Al parecer, desde su pedestal, una condición que incapacita para hacer política.
Llama la atención que, bajo el pretendido tono de humildad de quien ha madurado y reconoce errores pasados —que en ningún momento detalló—, Iglesias vino a decir: no se confundan, soy el mismo de siempre y son ustedes los que tienen que reajustarse. Al portavoz del PSOE le pasó la mano por el lomo y le felicitó por haber elegido al secretario general correcto y volver a la senda de la izquierda. Con advertencia añadida: no me vuelva a traer de la mano a los “naranjitos” —en referencia a Ciudadanos— para proponer pacto alguno, porque con esa gente no voy ni a por agua. A cambio, vuelvan a plantearse esa coalición imposible que en su día rechazaron, con nosotros y con todos los grupos que buscan la ruptura de España. A la salida del hemiciclo, ya se atrevía a aventurar que, una vez recuperados a los socialistas, sería posible echar al Gobierno del PP antes de Navidades.
No se me ocurriría salir ahora con una cita literaria —no me da la memoria para tanto y echar mano de Google, según Iglesias, es indecoroso—, pero sí recuerdo a un personaje de La Peste, de Albert Camus, cuando leí hace mucho tiempo esa novela. Era ese funcionario que cada día, tras cumplir su trabajo, se entregaba en cuerpo y alma a la redacción de la primera frase de la novela que nunca iba a escribir pero que no dejaba de obsesionarle y apasionarle. Creo recordar que una y otra vez, con más o menos adjetivos, describía la misma escena: una bella amazona a lomos de su alazán cabalgaba a lo largo del parisino Bois de Bolougne. Así una y otra vez, sin ser capaz de dar con la frase redonda. En medio de una ciudad aislada del resto del mundo, el tesón, la fidelidad a su rutina y hasta su obsesión enfermiza por la perfección salvan a este personaje de la locura en la que sucumben todos a su alrededor. Como un simple empleado de banca.
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