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Nuestra mejor historia de éxito

Queríamos ser europeos y contar en el mundo, y lo conseguimos. Europa se tomó en serio nuestra petición de adhesión

Un operario transporta por el Paseo de la Castella en Madrid un cartel electoral de Adolfo Suárez (1979).
Un operario transporta por el Paseo de la Castella en Madrid un cartel electoral de Adolfo Suárez (1979).Pablo Neustadt

Hace hoy 40 años echó a andar la mejor historia de éxito que los españoles hemos puesto en marcha juntos. Las elecciones de aquel 15 de junio de 1977 estrenaron el mayor periodo de prosperidad, progreso y bienestar que ha conocido España. Tras una campaña electoral excepcionalmente vibrante, casi un 80% de los españoles mayores de 21 años acudió a las urnas para elegir libremente a los representantes del pueblo español. España votó masivamente por la reconciliación, la concordia, la modernización, la moderación, el europeísmo y la apertura. La España moderada ya había dicho, en el referéndum de la Ley de Reforma Política celebrado a finales de 1976, que no queríamos ni rupturas ni inmovilismos. Queríamos, desde la reforma, un sistema político democrático que devolviera la convivencia en libertad a todos los españoles.

Los españoles votamos y decidimos que la democracia no es sólo la mejor forma de convivencia, es también el sistema más eficaz para que una sociedad libre y moderna pueda prosperar y progresar, pueda transformarse a diario para ser cada día mejor. Y los representantes del pueblo español —los 350 diputados y 207 senadores elegidos aquel 15 de junio— diseñaron el marco de la nueva convivencia democrática de todos los españoles: la Constitución de 1978, la primera Constitución de todos, hecha desde y para el entendimiento.

Aquellas elecciones las ganó la UCD, entonces el partido del centro-derecha, y llevaron a la presidencia del Gobierno a Adolfo Suárez. Sirva también esta efeméride para rendir sincero homenaje a su figura, por el idealismo realista con el que siempre ejerció un mandato ejemplo de diálogo.

Cuando, un mes después de la cita con las urnas, el rey Juan Carlos inauguró solemnemente aquellas Cortes Constituyentes, pidió a diputados y senadores que trabajaran por “una España armónica en lo político, justa en lo social, dinámica en lo cultural y progresiva en todos los aspectos, basada en la concordia y con capacidad de protagonismo en el mundo”. Es una petición que no ha dejado de cumplirse pese a todas las dificultades, porque es una demanda de presente y de futuro, y es una exigencia que nos sigue comprometiendo a todos.

Supimos superar extremismos y rupturismos entonces y debemos superarlos ahora. Tenemos la democracia de nuestra parte

Hoy, 40 años después, creo que los españoles podemos estar legítimamente orgullosos del proceso de profundo cambio social, económico y político que se puso en marcha en España aquel 15 de junio. Un proceso que fue capaz de arrancar a pesar de la durísima crisis económica que España vivía en aquellos años. Aunque no fue tan dura como la que acabamos de superar, aquella crisis nos familiarizó con problemas económicos como los shocks del petróleo y la inflación desbocada. Y entonces aún no teníamos la red del Estado del bienestar que hemos tejido entre todos en estas cuatro décadas. Junto a la crisis económica, también hubo que lidiar con el extremismo político que amenazaba la convivencia, y con el creciente estremecimiento social que el terrorismo de ETA infligía cada semana con su macabro y creciente goteo de asesinatos y atentados.

Pero la España moderada quería prosperar, quería abrirse al mundo, quería ser moderna, pujante y abierta y volver a su sitio en Europa. Y esta España fue capaz de agrupar a la inmensa mayoría por la vía de forjar los mejores acuerdos para alzar un proyecto de futuro sin caer en revanchismos.

Hoy, cuando unos pocos extremistas pretenden impugnar nuestro mejor periodo de prosperidad y convivencia pacífica en libertad con un contrarrelato que busca la ruptura de nuestra democracia por la vía de revivir el enfrentamiento y azuzar la división entre españoles, podremos recordarles lo mucho que los españoles hemos conseguido juntos en estos 40 años de nuestra democracia.

Hoy somos más, y vivimos más y mejor. Quizá ésta sea la mejor medida del progreso de una sociedad. La población española ha aumentado en 10 millones de personas en estas cuatro décadas y la esperanza de vida en ocho años, hasta convertirnos en el segundo país más longevo del mundo y el que goza de mayor esperanza de vida de toda Europa. El excepcional sistema sanitario español y la garantía de las pensiones no son ajenos a esta mejora.

Hemos multiplicado por seis nuestra renta per capita y la riqueza global de España, tal como la mide el PIB. Las mujeres españolas han logrado duplicar su participación en el mercado de trabajo. Y han conseguido más que duplicar su participación en los centros de decisión, empezando por la política: recordemos que, de los 350 diputados de aquellas Cortes Constituyentes, sólo 21 eran diputadas. Hoy son 140, y una de ellas es la presidenta del Congreso.

Hoy somos una potencia en el mundo. Batimos cada año el récord de personas que nos visitan, nuestros productos y servicios se venden fuera cada día mejor, nuestras empresas invierten en los cinco continentes, los estudiantes europeos nos eligen como destino predilecto en los programas Erasmus y los jóvenes españoles saben que pueden ampliar sus estudios e investigar en las mejores universidades internacionales.

Nada de esto nos debe llevar a la autocomplacencia, porque es sólo un acicate para seguir trabajando. Para acertar, podemos tomar el ejemplo de aquel 1977. En otoño se firmaron los Pactos de la Moncloa. Y fueron muchos, y tremendamente variados, los cambios sociales que se impulsaron y que formaron parte del elenco de medidas sociales, económicas y fiscales que acompañaron a aquellos Pactos firmados un 25 de octubre en el palacio de la Moncloa.

Queríamos ser europeos y contar en el mundo, y lo hemos conseguido. Europa se tomó en serio nuestra petición de adhesión a las Comunidades Europeas cuando lo pedimos, en julio de aquel año, con un Parlamento ya democráticamente elegido. Después nos unimos a la OTAN, y en estos 40 años hemos sido cinco veces miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Y, desde 1978, nada menos que 138.000 militares españoles han participado en operaciones de mantenimiento de la paz en el mundo.

Queríamos ser una España unida en su diversidad, y ya en 1977 pusimos en marcha las preautonomías de Cataluña y del País Vasco. Y en 1978, a la vez que se redactaba y pactaba nuestra Constitución, fueron poniéndose en marcha los distintos organismos preautonómicos de los que, tras la aprobación del texto constitucional, emanarían los Estatutos de todas las comunidades autónomas.

Han sido 40 años excepcionales, 40 años de una historia que dista de haber acabado: la del éxito de la pacífica convivencia en libertad de todos los españoles. Nuestra obligación, la de todos hoy, es proseguir esa tarea de modernización, colaboración, integración, apertura y afán de superación que han caracterizado a nuestra democracia en estas décadas. Supimos superar extremismos y rupturismos entonces y debemos superarlos ahora. Tenemos la democracia de nuestra parte. Una democracia ejemplar que hoy cumple sus primeros 40 años, que ha sabido dotarse de leyes e instituciones democráticas y que sabrá plantar cara, desde el Estado de derecho, a quienes pretendan su voladura.

Este aniversario es más que una efeméride. Es la constatación de la fortaleza de las convicciones democráticas de la muy tolerante sociedad española. Es la constatación de que la democracia española merece la pena. Es, en definitiva, la constatación del mejor éxito de nuestra historia. Cuidémoslo para que, dentro de otros 40 años, los españoles puedan seguir celebrándolo.

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