Germán Yanke: Cultura, sosiego y periodismo
Yanke era un inquisidor amable sobre las lecturas ajenas, y sobre las opiniones contrarias
Germán Yanke, que murió el domingo 14 a la edad temprana de 61 años en Bilbao, de donde era, creía que el periodismo se podía ejercer hasta el fin con su talante de periodista bueno que además era buena persona. Y le estaban esperando, en el camino que él trazó con cultura y sosiego, las avispas letales de la política ejercida como una de las malas artes. En Euskadi, su pueblo, levantó un monumento, entonces difícil, a Miguel de Unamuno o a Blas de Otero, a la poesía en general; halló, en aquel camino de tormentas que él arrostró con el valor revolucionario de su sosiego, el apoyo de gente como el buen alcalde Azkuna, que también quiso que don Miguel fuera restituido en su patria chica como el prócer que fue.
Pero el mundo aquel de odios expresos, que fue un dardo en el alma del País Vasco quizá ya para siempre, no era país para Yanke, que se vino a Madrid con el deseo de declararle la guerra al tópico izquierda-derecha, a la batalla por la batalla, y desde El Mundo, sobre todo, y luego desde revistas, otras colaboraciones y desde Telemadrid, que era de Esperanza Aguirre, quiso poner sobre la mesa cartas liberales, las viejas cartas liberales. No pudo.
Yanke era hombre de voz mesurada y casi quieta; de una palabra a otra podía haber un largo espacio, un mundo entero, porque de una palabra a otra necesitaba pensar si era afectuoso o desdeñoso el contenido de lo que dijera, y él prefería lo primero. En esa conversación estaban esos dos valores que se destacan aquí de su personalidad, la cultura (es decir, la lectura profunda, cotidiana, de ensayo y poesía, sobre todo) y el sosiego. En restaurantes, en taxis, en la preparación de los programas de televisión o en encuentros más largos, Yanke era un inquisidor amable sobre las lecturas ajenas, y sobre las opiniones contrarias. La síntesis que hacía con ello era la síntesis que conviene al periodismo: su idea no era mejor que la del otro. Quizá, decía, quizá tienes razón.
Ese carácter anglosajón de la conversación que prefería trató de llevarla a la televisión, donde fue una estrella rara, por la tranquilidad y, de nuevo, por ese sosiego. Es injusto que ahora pase a la historia del periodismo español porque mantuvo un enfrentamiento (¿un enfrentamiento? Él jamás rompió su compostura) con Esperanza Aguirre, cuando ella era todopoderosa y también era todopoderosa en Telemadrid. Le hizo Yanke una pregunta que estaba en el aire, y que al aire pasó, y a ella le dio un rebote risueño: no compre usted, vino a decirle, lo que le venden “nuestros adversarios”. Él no compraba nada: era un periodista, no tenía adversarios. Y ella era la dueña de Telemadrid. Lo que había comprado Yanke era la tesis de que no había sido ETA la autora de los atentados de Atocha. Para qué fue aquello. La señora Aguirre se subió a la ironía pesada que da el cargo, se lo dejó claro y unos días después Yanke ya era hombre al agua.
Pero era mucho más Yanke que esa víctima colateral de la política de entonces (de Aznar, de Esperanza Aguirre y de otros cómplices de aquella patraña); era un periodista cabal, que convirtió su cultura en el sustrato de todo lo que escribía como pensador, como poeta y como ciudadano. Ya en la bruma en que lo dejó el infarto cerebral que sufrió en septiembre de 2013 lo buscábamos en Twitter como si un milagro lo hubiera devuelto a este mundo del que nos dejó ayer. Lo buscábamos con la inconsciencia que da el deseo de escuchar una voz suave, convincente y tranquila en un mundo en el que todo es fanfarria para que el de delante se asuste y el otro se entere de lo que vale un peine. Él estaba en medio, partidario del sosiego. De la conversación. Del contraste. Y del periodismo.
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