Juan José Laborda: “El Rey va por delante de la clase política”
El director de la Cátedra Monarquía Parlamentaria considera que Felipe VI cumple con la moral republicana de la austeridad
Juan José Laborda (Bilbao, 1947) dejó la política en 2004 tras sufrir un ictus que afectó a su movilidad y lo obligó a aprender de nuevo a hablar. Ha sido senador por el PSOE en la legislativa constituyente, presidente del Senado entre 1989 y 1996 y, ahora, dirige un proyecto pionero en España: la Cátedra Monarquía Parlamentaria de la Universidad Rey Juan Carlos, que dio sus primeros pasos en 2015. Con integrantes heterogéneos, política y profesionalmente, y con financiación de aportaciones de la sociedad (no acepta ayudas del Gobierno ni la Casa del Rey) la Cátedra trata de reflexionar desde la objetividad científica y la independencia política sobre la Corona y las posibles reformas que se podrían abordar en modelo de Estado.
Pregunta. La cátedra surgió en un momento delicado de la Monarquía. ¿Fue casualidad?
Respuesta. No. Coincidían dos hechos en aquel momento. Primero, se había manifestado un desagrado importante en la sociedad respecto al sistema político, con manifestaciones, calificando el pacto del 78 como el del candado. Por otra parte, el antiguo Rey estaba en las horas más bajas. La Universidad Rey Juan Carlos me propuso desarrollar la idea sobre los que, como yo, éramos monárquicos de la Constitución de 1978.
P. Pero su ascendencia es republicana.
R. Tengo una tradición familiar de republicanos moderados. Llegué a las Cortes Constituyentes en el año 77 con unas ideas republicanas, pero cuando salí me acordé siempre de los que dijo Felipe González en la reunión final del grupo: “Aceptamos la Constitución de la primera letra hasta la última”. Yo no era un juancarlista: había asumido la Constitución y, por tanto, era monárquico por la Constitución. He llegado a la conclusión lógica de que en este momento histórico la Monarquía tiene algunas ventajas sobre las repúblicas.
P. ¿Cuáles?
R. La Monarquía tiene el concepto de la neutralidad. Hay una institución que está despolitizada, pero no en el sentido de dejación sino despartidificada. Y en este momento eso es muy importante. Globalmente tenemos un sistema electoral con derechos humanos, que es la democracia moderna, o un sistema electoral sin derechos humanos, que es el modelo chino. En torno a esas dos oposiciones, con todos los matices que se quiera, tenemos el futuro planteado. Apostar por una democracia imperfecta o por una democracia sin derechos humanos. En esa dicotomía, los países que tienen Monarquía, por proceso evolutivo o constituyente, han llegado a la misma situación, disponen de un árbitro que es neutral y no está peleado con nadie desde el punto de vista político. No entra en el juego consustancial a la democracia de la posición entre distintos estamentos. Es la encarnación de todos los pluralismos a haber. En torno a eso estamos enfocando la cátedra.
P. En el momento de fundar la Cátedra la Monarquía estaba en serio riesgo en España.
R. Sí. Me di cuenta de que la Monarquía no era una especie de añadido de un viejo país, un lujo que podía ser prescindible. Si se quiebra el principio democrático, puede entrar en cuestión todo el sistema político. Habíamos estado viviendo muchos años con un rey que estaba por encima del bien y del mal. De pronto, el Rey entró en el debate político. Entonces me di cuenta de que eso teníamos que hacerlo con músculo intelectual. Porque el debate entre Monarquía y República, en el fondo es un debate casi decimonónico. No tiene en cuenta lo que han evolucionado los Estados con la globalización de 1945. Y aquí, la visión intelectual sobre la forma política del Estado el nivel de reflexión teórica ha sido más bien discontinuo. Tampoco ha sido muy rico políticamente, aunque sí jurídicamente. ¿Qué podía aportar yo? Un consenso con gente de distintos pensamientos políticos y, al mismo tiempo, introducir una cierta mirada de hombre de izquierdas.
P. ¿Juan Carlos I dejó un lastre demasiado pesado para Felipe VI?
R. Es verdad que a Juan Carlos I se le está juzgando ahora por los últimos acontecimientos (la cacería, algunas tonterías que hizo durante cierto tiempo…). La imagen del Rey diciendo que lo siente y que no lo volverá a hacer más rompe con algunas de las virtudes típicas de la Monarquía. Hay un sentimiento, que no es simplemente monárquico, en el que se quiere que el Rey tenga una cierta majestad. Y un rey saliendo de un hospital y pidiendo perdón fue un golpe en el estereotipo del Rey. Se veía que era un ser mortal y con muchas debilidades. Hemos tenido la suerte de que Felipe VI es un gran profesional del asunto. Ha conseguido resolver el proceso de transición entre uno y otro. Se hizo muy bien e indica que cuando hay consenso en las fuerzas políticas, las cuestiones delicadas se hacen bien. Ahora nos toca a todos asumir las críticas y acertar en cuanto a las respuestas a esas críticas. Por eso queremos profundizar en este modelo de Estado que requiere una cierta orfebrería para que funcione bien.
P. ¿Ha marcado suficientes distancias Felipe VI respecto al modelo de su predecesor?
La Constitución del 78 es más flexible que la de muchas repúblicas
P. ¿El capítulo de la Corona en la Constitución necesitaría ser reformado?
R. Para empezar, está muy bien escrito y tiene una cierta delicadeza de orfebre. Que haya algunos elementos que corregir, evidentemente. Por ejemplo, la igualdad de los hombres y las mujeres de acceso al trono. Pero no me inclino por hacer grandes cambios. Lo que necesitamos son los precedentes. Las viejas constituciones, que son las que mayor estabilidad dan a los Estados, como la norteamericana, no son normativas. Se hicieron y luego los precedentes, las leyes, las costumbres… han ido llenando de contenido y creando una semántica que ha variado con el paso del tiempo, pero es muy importante que haya continuidad en la semántica.
P. Ha dicho que Monarquía-República es un debate casi decimonónico, pero nunca ha habido en el Congreso tantos diputados antimonárquicos (proactivos, no sentimentales como los del PSOE) en el Congreso. ¿Eso lo convierte en un debate muy actual?
R. Bueno, es un debate muy actual, que hace 15 años era imposible imaginarse. Pero hay un cierto componente de radicalismo idealista en esa actitud, que es similar a los que hoy en día pretenden una fórmula de socialismo que ya no es posible en ninguna parte. Tendremos que convivir con esa nueva realidad de que exista un grupo más o menos importante de diputados y senadores que no aceptan esta fórmula de Estado. Hay una cosa que indica la superior valoración de la Monarquía respecto de algunas repúblicas. En España se puede cambiar la Constitución y hacer una República, y en Francia, no. La Constitución francesa prohíbe expresamente que la República sea modificada. La Constitución del 78 es potencialmente más flexible que la de muchas repúblicas.
R. Era necesario. El Rey Juan Carlos, como en otra dimensión Adolfo Suárez o Felipe González, son personajes de momentos fundacionales y por ello políticos carismáticos, por utilizar la terminología de Max Weber. Felipe VI no podía seguir en ese camino. Por seguir con la misma terminología, el Rey es un Rey racional. Tiene perfectamente claro una cosa importante: los límites. Tiene clarísimo cuáles son los límites. Lo hemos visto durante este proceso de dos investiduras. Es plenamente consciente de cuáles son sus límites: la Constitución. Y en ese sentido, me ha sorprendido favorablemente encontrar que el Rey reflexiona sobre la institución que encarna. No solo conduce el coche: sabe cómo funciona el motor y cómo sacarle mayor rendimiento. Como político (el Rey es un político en ese sentido) va por delante de la clase política. Porque es plenamente consciente de los límites, que no son solo una exigencia negativa sino positiva, en tanto que, solamente con límites, la democracia existe. Y veo a muchos líderes políticos saltarse los límites y prometer cosas que son imposibles de cumplir.
P. Hay voces que reclaman un papel más simbólico aún del Rey, por ejemplo en el artículo 99, alejándolo del procedimiento previo a la investidura y cediendo esa función a la presidencia del Congreso.
R. Hay dos países, Suecia y Japón, con monarquías que no participan en el procedimiento. En uno de ellos, Suecia, empiezan a replantearse la necesidad de que el Rey vuelva a entrar en ese proceso. Al Rey no se le puede exigir lo que no hace el presidente del Congreso. En estos últimos tiempos la estructura acusadamente partidista de la política hace que los presidentes del Congreso, en el caso reciente de Patxi López o Ana Pastor, hemos tenido la sensación de que no han tenido autonomía sino que han obedecido más a sus conveniencias partidarias. No sondearon al Parlamento para ver si había una salida.
P. ¿Quiere decir que ofrece más garantías que lo haga el Rey?
R. Claro. Es uno de los tantos detalles que me llevan a afirmar, con todas las reservas que se quiera, que el Rey está por delante de la clase política, que ha perdido una cosa esencial en la democracia: el pluralismo. La democracia protege a las minorías, y las minorías no son solo los partidos minoritarios sino también cada uno de los individuos representantes de cada territorio de los distintos partidos. El Parlamento tuvo que escuchar a sus representantes y no lo hizo.
P. El sustento de la Monarquía en España ha sido el bipartidismo. ¿La fragmentación parlamentaria pone en riesgo su equilibrio?
R. Efectivamente. Y si los partidos no consiguen llega a algún tipo de acuerdos, el problema no es que estará en cuestión la Monarquía, sino que también una fórmula democrática como la nuestra. Los sectores más rompedores con la Constitución, aquellos que han señalado que es un candado, si realmente son capaces de cambiar la Monarquía como fórmula de Estado, pueden cambiar muchas otras cosas. Vivir en una democracia, o con una Constitución como la nuestra, o en una Europa como la que tenemos, no es un derecho natural. En Inglaterra ahora hay muchos que se están arrepintiendo de lo que votaron en el Brexit, pero la historia no tiene marcha atrás. Puedes cambiar a República en España, evidentemente. Que algunos creen que con eso nos daremos el gusto de elegir al jefe del Estado, que será de partido, pues también existe esa posibilidad. Ahora: volver hacia atrás es muy difícil.
P. Se tiende a asociar a la izquierda con la República y a la derecha con la Monarquía. ¿Sigue siendo así?
R. Afortunadamente eso está cambiando desde hace bastantes años. Los socialistas clásicos como yo apreciamos la Monarquía parlamentaria de la Constitución porque respetamos el Estado. Hay un sector de la derecha económica, llevada por la ideología del neoliberalismo económico, que como no aprecia el Estado tampoco aprecia la Monarquía. Uno de los profesores que ha participado en el seminario de este año, Francisco Fuentes, demostró con su ponencia que de 1977 hacia aquí la Monarquía encontró más oposición en sectores de la derecha española que en sectores socialistas. Y eso es así. No creo que sea una exageración decir que los Gobiernos de Felipe González fueron más respetuosos con el Rey que los de José María Aznar.
P. ¿Ha dado los pasos necesarios Felipe VI para acercar la Corona a su tiempo y conectar con la juventud?
R. Por lo menos lo está intentando. Por ejemplo con la transparencia, que sintoniza bastante con la legítima demanda de las generaciones jóvenes, que no aceptan que existan arcanos del poder inaccesibles para todo el mundo. Es una Monarquía transparente. Un elemento que me parece muy importante, que tiene que ver con lo que Cicerón definió como la moral republicana. Él señalaba que hay una parte de la ‘res publica’ que a veces tenía que imponerse sobre lo privado. Y para tener autoridad los políticos era necesaria la austeridad. Le he dicho al Rey que estaba cumpliendo con el ideal de la moral republicana por su austeridad.
P. El Rey, como símbolo del Estado, ejerce una función arbitral y moderadora del funcionamiento regular de las instituciones. ¿Ha hecho cuanto podía entre el Gobierno central y la Generalitat?
R. En el límite pequeño, estrecho y muy tasado en el que el Rey puede hacer política con mayúscula, sí lo ha hecho. Cuando ha ido a Cataluña, la relación entre la Generalitat y el Rey ha sido respetuosa, a pesar de la presencia de republicanos acérrimos en el Parlament. Si comparamos el proceso británico (con Escocia) con el proceso español (con Cataluña), los nacionalistas escoceses nunca han repudiado a la Reina. Quieren seguir teniendo a la misma reina, aunque sean una Escocia independiente. ¿Qué político español, si incluimos con todas las reservas en concepto político al Rey, puede entrar en Cataluña con la facilidad que tiene el Rey para hacerlo? No puede hacer mítines, pero determinados signos y gestos pueden ayudar. El problema es que en el otro lado, donde empieza la política, tampoco hay política, sino una disputa entre poderes: el del Estado frente al de la Generalitat.
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