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Veinticinco años de la Expo de Sevilla
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Jacinto Pellón: ¿por qué lo insultaban?

Fue el hombre más insultado de España en 1992 y alrededores

Juan Cruz
Jacinto Pellón, consejero delegado de la Exposición Universal de 1992 de Sevilla, en su casa de la Moraleja (Madrid).
Jacinto Pellón, consejero delegado de la Exposición Universal de 1992 de Sevilla, en su casa de la Moraleja (Madrid).Claudio Álvarez

Ingeniero cántabro, fue el hombre más insultado de España en 1992 y alrededores. Fue consejero de la Exposición Universal de Sevilla de ese año y a él se deben algunas de las iniciativas que cambiaron la relación de este país con el sur, otrora preterido después de Despeñaperros.

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¿Por qué lo insultaban? Era un hombre firme y honesto; pero le inventaron los pellones, como llamaron a las presuntas comisiones que supuestamente exigía para otorgar o no obras en la inmensa superficie de terreno que Sevilla dispuso para esta feria impresionante.

No era verdad; no exigió comisiones, no las obtuvo, no existieron. Lo dijo la justicia, cuando ya él era un hombre al que le había sobrevenido la melancolía del insultado: ¿qué hacer cuando una parte despiadada de la prensa (y de la radio, y de la televisión) ya te ha señalado como el malo de la película?

Él reaccionó yendo a los juzgados, y salvó la cara de su dignidad y la de sus colaboradores. Pero era tarde: decidieron apestarlo y vivió, con humor herido, pero en paz, hasta que el corazón ya dijo basta y se le fue. Aquí se quedó el alma de un hombre de cuya bondad, y de cuya firmeza, quedan muchos testigos.

Jacinto Pellón fue un gran profesional, y un gestor formidable. Un hombre duro capaz de arrancar flores del camino para dárselas a quien acababa de discutir con él con el calor que él le confería a sus convicciones de cántabro irreductible. Cuando se iba a poner en marcha el Ave, que marca la historia de la España del desarrollo democrático, políticos que no querían ver ni en pintura a Pellón (ni a los

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socialistas, que estaban en el poder, con Felipe González) decidieron hacer una campaña estúpida, que tuvo éxito de boquilla: no vamos a subir jamás en ese aparato. Como los padres de los años treinta que sospechaban que dentro de los aparatos de radio estaba el demonio, aquellos rancios estetas de la política que mandaban en el PP decidieron que Pellón era el demonio y el Ave su mensajera, su ave aviesa. Naturalmente, esa campaña no tuvo recorrido; el Ave, sí.

Todo este acoso y derribo de Pellón comenzó cuando el entonces consejero delegado negó exclusivas (entre ellas, la de la publicidad o la comunicación) a periodistas imponentes que las exigían. Ahora parece una anécdota, algo fácilmente superable; la imagen de la Expo fue arteramente deteriorada, en España; mientras que en el extranjero se saludaba como un éxito, cultural, urbano, social, de público y de futuro, a la Expo le cortaron las alas aquí como si el demonio mismo (representado por Pellón) la hubiera dibujado con las artes del infierno.

Luego vinieron las denuncias falsas, las persecuciones. Era un ensayo general con todo el odio posible para derribar a un hombre, como si lo estuvieran quemando. Se frotaron las manos incluso con los incendios; yo estaba junto a Pellón cuando se quemó el Pabellón de los Descubrimientos, poco antes de inaugurarse la Expo. Y yo leí luego cómo se burlaron de él en sus narices. Como si ese incendio fuera lo que le correspondía a un bandido, que es así como lo habían dibujado.

Es un hombre inolvidable; fuerte, como he dicho, pero tierno, una buena persona, un trabajador que no conoció fatiga ni se rindió ante los sucesivos chaparrones que vivió mientras dirigió la Expo. Muchos de esos episodios del insulto que ensayaron con él los que se ensañaron con esta iniciativa de la que ahora se cumple veinticinco años Jacinto los padeció en soledad, también en soledad política. Pero él no era un hombre de grandes amistades ni las ansiaba ni las

exigía. Ahora que ha pasado tanto el tiempo y ya él no está corresponde a la sociedad mirar a su figura, desde Sevilla, desde España, también desde los medios, para pedirle perdón, aunque no se lo pidan jamás los que más daño le hicieron. Los que le negaron la sal, el perdón, la paz y el reconocimiento.

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