El fracaso de repoblar Vilariño
“Vienen a que les demos algo, no a dar ellos y no queremos mendigos sino inversores”, asegura el alcalde del municipio ourensano
Paula corretea por la desangelada plaza de Vilariño de Conso (Ourense) con cara de sueño. Tiene dos años y un hermano, José Andrés, de seis. Llegó recién nacida desde Barcelona a este rincón de la montaña ourensana en brazos de sus padres, que buscaban un lugar para sobrevivir.
La familia forma parte del colectivo de repobladores que queda en Vilariño, adonde acudieron en 2012 parejas jóvenes de distintos puntos de España atraídos por la asociación vecinal Xolo para evitar el carpetazo al pueblo que suponía el cierre del colegio anunciado por la Xunta: quedaban 12 niños escolarizados de los 240 que llegó a haber en 1981. La oferta de viviendas casi gratis con tierra para cultivar atrajo a un buen puñado de parejas con niños y el colegio alcanzó el esplendor de 34 alumnos. Cinco años después quedan 14. El alcalde, Ventura Sierra (PP), no los quiere ahí. “Esta gente no genera riqueza”, dice. Xolo prepara, no obstante, nuevas arribadas.
“Vienen a que les demos algo, no a dar ellos y no queremos mendigos sino inversores”, protesta el regidor. Ventura Sierra, alcalde de Vilariño de Conso desde el comienzo de la democracia (ahora procesado por supuestos delitos relacionados con el enchufismo), no mueve un dedo por la repoblación. Es consciente de que el cierre del colegio supondría la defunción del pueblo pero ni así acepta foráneos que no sean emprendedores por más que reconozca que el Ayuntamiento carece de plan de empleo. “Si desaparece el pueblo, qué le vamos a hacer. También voy a desaparecer yo”, zanja el asunto. La directora de la escuela rechaza pronunciarse.
Vilariño de Conso, en el Macizo Central, no solo tiene una aplastante riqueza paisajística sino también económica. Las eléctricas que gestionan los tres embalses que lo circundan aportan un canon que dispara el presupuesto municipal: más de 1,6 millones de euros anuales para los 400 vecinos que viven en el pueblo de los 600 censados.
Marta, la madre de Paula y de José Andrés, ha sido contratada para tareas de desbroce de caminos por el mismo Ayuntamiento que rechaza a los repobladores. Ella ingresa los únicos 600 euros que entran en su casa por la que paga un alquiler de 180. No es el oasis que inicialmente se ofrecía pero les permite vivir y criar a sus hijos en un entorno “estupendo”. “Al niño le ha venido muy bien el cambio”, afirma al lado de su pareja, Juanma.
El Ayuntamiento da trabajo a tres repobladores más en el Servicio de Ayuda a Domicilio y a tres en la brigada de incendios. Otros dos trabajan en las obras del AVE y el resto consigue algunos ingresos recogiendo leña o castañas para la cada vez más envejecida población nativa.
“Este es un pueblo con muchos recursos y trabajamos ya en otro proyecto para captar más repobladores”, dice Manola, miembro de Xolo, tras la barra del bar Foliada, anexo al supermercado Covirán que regenta. La asociación pide un plan de empleo municipal que adecúe los locales vacíos para negocios de peluquería, cíber, albergue y actividades turísticas y deportivas que puedan gestionar los nuevos vecinos.
“Aquí llegó de todo: gente buena y otra no tanto”, expresa sus dudas una vecina que no quiere dar su nombre. Asegura que algunos acabaron “en una marginalidad peligrosa”. En su opinión, lo ideal sería repoblar con gente vinculada a la comarca “para que haya arraigo”.
Marta y Juanma, sin orígenes siquiera remotos, han puesto a la venta su piso de Barcelona. “Queremos invertir aquí ese dinero”, explican. Y destacan que sus hijos hablan gallego, tienen amigos de su edad y están perfectamente integrados: “Nos quedamos”.
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