Cambio de hora en el PSOE
Susana Díaz convierte en un acto de fuerza y de reconciliación su multitudinaria presentación de candidatura a la secretaría general
El cambio de estación (la primavera) y de hora redundaron en los argumentos premonitorios o supersticiosos que decantaron el éxtasis de Susana Díaz. Fue en junio de 2014 cuando empezó a rumorearse su candidatura al primado socialista. Y ha sido el 26 de marzo de 2017 cuando se ha verificado la ansiada transubstanciación, convertida la presidenta andaluza en timonel de la emergencia del PSOE y en antídoto absoluto a la rebelión que Pedro "Espartaco" Sánchez libra en la guerra de guerrillas.
Por eso acudió a arroparla y a entronizarla la clase senatorial del PSOE. Felipe y José Luis, Alfonso y Alfredo, parecían los cuatro evangelistas. Y accedían a desposeerse de la corbata y de los apellidos para convertirse en compañeros de Susana.
Se trataba de democratizar la kermesse en la retórica de la casa del pueblo. Y de neutralizar el ardid que Sánchez ha construido para establecer a su favor un antagonismo entre la gente y la élite, las bases y el aparato, la militancia y el partido. Estaba el partido en todas sus generaciones, contradicciones, hipocresías, épocas, fisuras, enemistades, lealtades y obligaciones, pero estaban también los militantes en una expresión heterogénea, plebiscitaria y multitudinaria.
"¿O es que yo no soy militante?", se preguntaba Fernando en la tribuna de la "afición" asturiana. "El socialista es mi partido y el socialismo es mi forma de vivir. Me niego a que se me discrimine como un socialista de aparato que ha venido a Madrid en un autobús fletado por Susana. Me adhiero a ella porque tiene un proyecto. Y porque Pedro Sánchez ha subordinado el PSOE a su propia supervivencia".
La imagen de fuerza requería una dramaturgia triunfalista. Había más autocares que en un partido del Madrid. Y fue necesario habilitar un pabellón aledaño para contener la afluencia de militantes. Predominaban los andaluces. Y se reivindicaban ellos mismos batiendo palmas por bulerías. O precipitando el recurso de la inevitable ola, aunque fuera para amenizar las horas y los minutos que precedieron al éxtasis susanista.
Se hizo esperar la lideresa. Y tuvieron que soportarse, amortiguarse, los empeños melifluos de los teloneros. Espontáneos en busca de la gloria. Hasta el extremo de que el día de los días comenzó con el discurso sobreactuado de una militante de Cantabría, Estela Goikoetxea, cuya credibilidad se malogró citando la letra de una canción del grupo Izal. Tuvo mayor envergadura e intensidad el "calentamiento" de Madina. No sólo porque evocó al "verdadero" Pablo Iglesias en su papel de patriarca, sino porque atrajo a la tribuna a Susana Díaz en despecho de sus antiguas rivalidades.
Era la expresión de la reconciliación en un caleidoscopio de imágenes "imposibles". Carme Chacón que "bailaba" con Rubalcaba, Zapatero que se alborozaba con González. Matilde Fernández que condescendía con José Bono. Y Tomás Gómez que se abrazaba a sí mismo, consciente de que la canonización de Susana Díaz, vestida de blanco, en el recinto ferial de Ifema aspira a sepultar a Pedro Sánchez.
No se le nombró en un solo momento, como si fuera un tabú. Ni se mencionó a Mariano Rajoy. Prevaleció la terapia de grupo, la emergencia de organizar, de predisponer, una contrapeso de euforia y de gloria al drama de "Puerto Urraco". Un ejercicio de autoestima al que se adhirieron los alcaldes con bastón y los barones con territorio, incluidos Fernández Vara (Extremadura), García Page (Castilla La Mancha), Javier Lambán (Aragón) y Ximo Puig (Valencia) en la primera fila.
Susana Díaz los citaba y los elogiaba como si pasara lista. Y como si quisiera exhibir el poder de su candidatura. Y como si el duelo en las primarias con Pedro Sánchez midiera la resurrección o la muerte del Partido Socialista Obrero Español.
Es la razón por la que la sugestión y el providencialismo contradijeron el prosaísmo y el oportunismo con que los voluntarios del PSOE distribuyeron entre los militantes unas tarjetas de visita acreditando la cuenta corriente en la que podían aportarse donaciones a la candidatura de Susana. No parecía el día de hacer las cuentas. Ni de intoxicar con la vulgaridad el dinero la proclamación de la nueva santa del socialismo.
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