Prohibido prohibir
La campaña discriminatoria de Hazte oír reabre el debate de la libertad de expresión y pone a prueba la madurez de la sociedad en los debates incómodos
Hay que reconocerle al grupúsculo oscurantista Hazte oír el mérito de haber otorgado a su campaña de discriminación transexual una resonancia extraordinaria y de haber puesto de acuerdo a todos los partidos políticos y a los sindicatos. Unos y otros celebran que Manuela Carmena haya movilizado a la Policía Municipal y paralizado el autobús naranja en cuya carrocería podía leerse una noción espeluznante de la condición humana: "Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si naces mujer, seguirás siéndolo".
¿Es suficientemente intolerable el mensaje para neutralizar la campaña ambulante? ¿Debería prevalecer la custodia de la sagrada libertad de expresión? ¿Es nuestra sociedad lo bastante madura como para convivir con mensajes repugnantes sin verse forzada a abusar de las prohibiciones y de las medidas paternalistas?
Antes de que interviniera la Fiscalía reclamando a mediodía la detención del autobús, el propio Ayuntamiento recurrió preventivamente a los meandros de la normativa municipal para aparcar en un garaje el llamado "convoy del odio". Ya decía Napoleón que prefería los reglamentos a las leyes. Y los reglamentos indican, sostienen, que el autocar de Hazte oír vulnera la normativa madrileña de publicidad y movilidad.
Se ha impuesto, por tanto, el consenso político y filantrópico en la solución de abortar la campaña. Y no se ha esperado a las medidas judiciales, probablemente porque el delito de odio en que pudiera haber incurrido Hazte oír es menos evidente de cuanto sugiere la polémica misma en un asunto muy delicado e incendiario de la sensibilidad social.
De hecho, la libertad de expresión podría resultar dañada en el escarmiento del autobús naranja. Repeler expresiones intolerantes o renegar de ellas con justificada vehemencia o sobreactuación política no debería exagerar las facultades de la prohibición. La libertad de expresión supone un ejercicio de tutela y de responsabilidad que exige transigir con argumentos y causas hirientes.
Los tuits de Zapata sobre los judíos y el terrorismo etarra se nos pueden antojar excecrables. Y execrable puede resultarle a los católicos que el carnaval de Las Palmas lo haya ganado una drag queen en cuyo desfile emula a la virgen María semidesnuda y supercrucificada, pero el verbo prohibir y las medidas penales deben conjugarse con extraordinario cuidado. Y deben aplicarse en presupuestos inequívocos, precisamente para salvaguardar la tolerancia de los espacios emotivos o demasiado subjetivos.
¿Hazte oír incurre en un delito de odio? Explícitamente no, al menos a tenor de la lectura del texto y en sus connotaciones semánticas. E implícitamente es probable, más aún cuando se hace diana con los niños transexuales en un sesgo particularmente miserable, pero la duda misma invita a la prudencia. Y no porque el movimiento retrógrado Hazte oír merezca la menor consideración o condescendencia, sino porque la libertad de expresión merece salir indemne, aunque sea por exceso.
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