¿Habrá 400 banderas para Fèlix Millet?
El prohombre nacionalista hizo de intermediario para financiar a la extinta Convergència
“Hay unas 400 personas, no tiene que haber muchas más, que nos encontramos en todas partes”. En esa pequeña almendra de relaciones sociales y familiares concentraba Fèlix Millet el poder económico y político catalán, y así se lo explicaba en 2001 a los periodistas Pere Cullell y Andreu Farràs, que amasaban material para su libro L’oasi català (Planeta, 2001).
No era Millet un personaje de gran carisma ni predicamento social. Muchos catalanes de a pie supieron de su existencia cuando estalló el caso Palau y se conoció el presunto saqueo de las arcas de esta institución cultural. Se juzga a partir de hoy si, además de llenar sus bolsillos, el prohombre nacionalista hizo de intermediario para financiar a la extinta Convergència. Una precuela del caso 3% que se ha convertido en la principal pesadilla de Artur Mas y de los dirigentes del PDECat, que se hicieron la ilusión de que, cambiando de nombre, cuando despertaran, el dinosaurio se habría ido.
Millet aportaba su apellido —su principal capital— en todos los lugares e instituciones donde había que estar para pintar algo en esa bullente sociedad catalana que se miraba al espejo y se veía europea, moderna y emprendedora. Al frente del Palau, que sustituyó al aristocrático Liceu como referente cultural burgués y transversal; en el Barça, cuyo palco era cita obligada. Nacionalismo de Abadía de Montserrat, espíritu práctico y firme convencimiento de que solo en manos de ellos, como ocurrió en los años dorados de Jordi Pujol, Cataluña tendría voz, voto e influencia en los designios del Gobierno central, estuviera quien estuviera al frente.
Hoy ese partido está hecho añicos, y han tenido que camuflar su relevancia en una épica independentista en la que nunca creyeron, para lograr la masa crítica que se dejaron por el camino agrupando a los fieles que les quedan con republicanos, comunes, algunos socialdemócratas bienintencionados y hasta los antisistema de la CUP. Las muestras de apoyo a Artur Mas o a Francesc Homs, cuando caminan hacia el altar del sacrificio en que han idealizado el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña o el Tribunal Supremo, ya no las organiza su otrora todopoderoso partido, sino instituciones independentistas que se escapan a su control, que tienen vida propia, y que acabarán prescindiendo de ellos en aras del fin último. Y para ese objetivo último, Millet se ha convertido en un recuerdo incómodo, ajeno, por el que no se movilizarán ni 400, ni 40 ni cuatro banderas. ¿Millet? ¿Quién es Millet?
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