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La guadaña de Rajoy

Con la 'ejecución' de Trillo el presidente del Gobierno ha alcanzado dos objetivos

Mariano Rajoy charla con Federico Trillo en 2011.
Mariano Rajoy charla con Federico Trillo en 2011.

Mariano Rajoy pertenece la categoría antropomórfica de los cocodrilos que esperan pacientemente el momento de triturar a la presa. Parecen inmóviles. Se mimetizan entre los juncos y las aguas turbias. Y devoran a la zebra o al cervatillo con el estruendo de una poderosa dentellada. Le ocurrió al ministro Soria. Y acaba de sucederle a Federico Trillo, por mucho que la narrativa temporal de los hechos sobrentienda que Cospedal ya había puesto en rebajas navideñas la cabeza del embajador.

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No se explica la decapitación de Trillo sin la adhesión de la ministra de Defensa al informe del Consejo de Estado, pero tampoco se entiende la iniciativa depredadora de Cospedal sin la autorización de Rajoy. Han bailado ambos un rigodón, por utilizar una disciplina marianista. Y han forzado a Trillo a que su dimisión parezca un ejercicio de contrición voluntario, precisamente el día en que Aznar y Gallardón recreaban en Madrid la versión madrileña del Tea Party, asumiendo ambos el papel de guardianes de la ortodoxia. Quiere decirse que Rajoy ha logrado alcanzar dos objetivos con la 'ejecución' de Trillo. Primero se ha despojado del conflicto embarazoso del Yak-42, una apestosa herida abierta de la herencia aznarista. Y, en segundo lugar, ha escarmentado a la vieja guardia del propio Aznar y a la época que representa el ex presidente del Gobierno, nada menos cuando el juicio de la Gürtel propone este lunes la declaración estelar de Luis Bárcenas.

Necesita Mariano Rajoy distanciarse de la resaca y de los hilitos de alquitrán que intoxican la placidez de su Gobierno, fantasmas del pasado que evocan el insomnio de Macbteh, por citar uno de los personajes de Shakespeare que Trillo ha frecuentado en la orilla del Teatro del Globe. Y no solo como fervoroso admirador del Bardo, sino como epígono contemporáneo en las reflexiones de su trágico desenlace: “El más cercano a nuestra sangre es el más cercano a verterla”, proclama el rey en su ensimismamiento.

Familia eran Rajoy y Trillo, sangre de la sangre azanrista, compañeros de partido y de equipo ministerial, pero la actitud contemplativa que se le atribuye, con razón, al presidente del Gobierno no contradice su dimensión de verdugo despiadado, especialmente cuando el hacha pretende romper las amarras del PP antiguo respecto al PP contemporáneo. Trillo representaba un lastre, no como embajador hedonista en Londres, sino como portador de malas noticias, como espectro pestilente del antiguo régimen. Y Mariano Rajoy lo ha abatido con la guadaña para salvarse a sí mismo y tratar de inculcarnos que nunca tuvo pasado, menos aún a la vera de Aznar.

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