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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

25-S: Encrucijada en la Euskadi pos-ETA

Una de las claves de las elecciones será ver si la fuerte irrupción de Podemos en las generales se consolida y desplaza a Bildu

Luis R. Aizpeolea

Euskadi fue la comunidad en la que Podemos no solo ganó en las elecciones generales de junio sino que logró su mejor porcentaje a escala española. Una clave que explica esta singularidad es el enorme rechazo que el Gobierno de Mariano Rajoy genera en el País Vasco. Muchos vascos vieron en Podemos, como partido nacional, el vehículo para echar al líder del PP de La Moncloa ante su falta generalizada de respuesta a la corrupción, unida en Euskadi a su política recentralizadora, su inmovilismo en la consolidación del final de ETA y su cerrazón al diálogo con el Gobierno autónomo. El colofón es que el PNV rechazará la investidura de Rajoy por temor a un castigo en las elecciones vascas del 25-S mientras el PSE ruega para que Pedro Sánchez haga lo mismo, pues en Euskadi penaliza más facilitar el Gobierno a Rajoy que desentenderse de la gobernabilidad.

Una de las claves del 25-S consistirá en comprobar si la fuerte irrupción de Podemos en las generales se consolida. No lo tendrá fácil, pues no se juega La Moncloa sino la gestión de los servicios públicos de Euskadi y el electorado vasco distingue históricamente esta dualidad, primando a los partidos nacionalistas por su mayor cercanía. Podemos tendrá enfrente a Bildu que, con Arnaldo Otegi, tratará de recuperar los 100.000 votos que los de Iglesias le arrebataron en las generales. El arma del victimismo facilitada a Otegi por el Gobierno de Rajoy y Ciudadanos puede perjudicar a Podemos, que atraviesa una etapa de desconcierto tras su revés en las generales de junio en España, traducido en una notable ambigüedad política en Euskadi.

Pero aún tiene más calado el test sobre si en la Euskadi pos-ETA se asienta un cambio de ciclo, entendido como prioridad de las demandas socio-económicas en detrimento de los debates identitarios. Pasaría, desde luego, por un desplazamiento del independentismo de Bildu en favor de la ambigüedad territorial de Podemos, que simboliza mejor la indignación social.

Pero ese cambio de ciclo tiene, además, otros protagonistas. Lo ha encarnado esta legislatura el lehendakari Iñigo Urkullu, del PNV, con el apoyo del PSE, al primar la salida social de la crisis sobre los viejos debates identitarios y favorecer el consenso transversal, lo que le ha erigido en el político vasco más valorado y coloca al PNV como previsible claro ganador del 25-S, según las encuestas. Antes, entre 2009 y 2012, el Gobierno socialista de Patxi López abrió camino al romper con once años de confrontación nacionalismo-antinacionalismo por la apuesta unilateral soberanista de Ibarretxe.

El 25-S el problema de Euskadi no estará en la gobernabilidad. Urkullu ha gobernado esta legislatura con 27 escaños sobre 75, con un apoyo del PSE limitado a Presupuestos y políticas socio-económicas. Lo tendría muy fácil si PNV y PSE sumaran más que Bildu y Podemos, pero incluso podría contar con el PP. El exministro Alfonso Alonso, candidato del PP, lo hará valer. Pero el test de la próxima legislatura estará en otro terreno: comprobar si la renovación del Estatuto vasco, comprometida por el PNV, mantiene las políticas transversales de la etapa pos-ETA que han contribuido a desdramatizar la política vasca.

El PNV ha anunciado una reforma legal pactada en Euskadi y con el Estado. Solo Bildu defiende la vía rupturista catalana y tienta al PNV y Podemos con el señuelo del derecho a decidir. La clave es que el PNV eluda la tentación soberanista y plantee una profundización del autogobierno transversal al servicio del bienestar ciudadano y atraiga al PSE y Podemos. Sería, también, la oportunidad para que el PP reconsiderara su inmovilismo en política territorial y participara en un nuevo consenso. Algo ilusorio a un mes del 25-S y en plena crisis de gobernabilidad.

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