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Elecciones generales
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Podemos: las falacias de un catálogo

La naturaleza del proyecto no ofrece dudas: están en cuestión la supervivencia del Estado español y la del régimen constitucional vigente

Antonio Elorza
El líder de Podemos, Pablo Iglesias.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias.ENRIQUE CALVO (REUTERS)

Fascinado por la novedad de la radio, mi abuelo azkoitiarra confiaba en que los anuncios de las entonces llamadas guías comerciales eran verdaderos consejos proporcionados al oyente. Años más tarde, un joven dirigente del comunismo vasco, lobezno de Carrillo, nos explicó, de cara al Congreso del 78, el papel insustituible de Lenin en el PCE; solo que cuando al poco tiempo Santiago decidió de sopetón borrar el leninismo, otra brillante intervención suya vino a probar todo lo contrario. Cuando se lo conté a Marta, esta exclamó: "¡Sería un estupendo vendedor de lavadoras!". Los dos episodios convergen en un punto: la calidad de la propaganda es una cosa; los contenidos, otra.

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Así, el catálogo post-Ikea se abre con una invocación a "los principios", expresión inequívoca del pensamiento reaccionario, sea absolutista o de Stalin, aquí empleada como señuelo para la tercera edad. Luego, entre los cientos de ofertas, esa pretensión de ensanchar el mercado da lugar a frecuentes brindis al sol, algunos de ellos inanes, aunque deseables, como la propuesta de que una mujer ocupe el secretariado general de la ONU; otras ensoñaciones gratuitas, como que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad renuncien al veto o que sea establecido "un sistema de gobernanza económica" mundial basado en la justicia. Eso sí, siempre limitaciones a Europa, flores a Putin. Puertas abiertas a la inmigración, sin previsión de filtro alguno. La cascada de líneas de actuación se presenta siempre en positivo, sin tomar en consideración costes ni obstáculos.

Ejemplo: la falacia lógica de afirmar desde el exterior el patriotismo y convertir de modo insensato la "plurinacionalidad" en "derecho a decidir" generalizado, léase incentivo para la separación. A inaugurar con un referéndum anticonstitucional en Cataluña, incompatible con el artículo 92 de la Constitución que es invocado. Todo sea por ganar votos a costa de un riesgo de fragmentación de España contrario a la democracia, pues nada indica que el independentismo sea mayoritario en Euskadi o Galicia. Pero se abre la subasta. Envuelto en sonrisas, un nuevo país, o lo que quede del mismo, se dibuja en el horizonte.

Por mucho edulcoramiento que se utilice, el núcleo duro del programa va mucho más allá de la recuperación de las bienintencionadas reformas, anunciadas por Nacho Álvarez en el debate de EL PAÍS. Solo por sí misma, la renta universal, arrancando de 600 euros, y el ascenso hasta 950 del salario mínimo, más una pléyade de medidas complementarias en idéntico sentido —habida cuenta de las exigencias fiscales que determinan— implican el riesgo de dinamitar los equilibrios del sistema. Además, para eso están pensados. El reformismo de mierda no es lo propio de nuestro carismático líder, aunque ahora deba jugar a ello. La ventaja política de semejante vuelco resulta evidente y tiene conocidos antecedentes en Latinoamérica: captar una masa social que como en Venezuela solo deserta cuando comprueba la magnitud del desastre. De nada sirve que otros programas electorales, como el socialista, planteen la lucha contra la desigualdad y la reforma fiscal en términos de elección racional. Vista la política económica como una subasta de maravillas, Iglesias gana.

Detrás, convenientemente disimulado, tropezamos con la propuesta de una Nueva Transición, que el mismo Álvarez sumaba, como quien no quiere la cosa, a "profundizar nuestro Estado de bienestar y revertir los recortes". Nueva falacia lógica de importancia, ya que en principio nada une esto y aquello. Sí hay unión, en cambio, entre el objetivo real de Podemos, un nuevo sistema económico, viejo en realidad, fracasado en la práctica, de economía sometida de modo permanente a la intervención estatal. Y este objetivo requiere en el sistema político "empoderamiento de la gente" (esto es, de Podemos) contra "los poderosos". En el catálogo, por todas partes, el Estado recupera funciones en detrimento de lo privado, incluida "una potente banca pública", con la ejemplar Bankia como pívot, más una proliferación de agencias (en derechos humanos, ecología, migraciones, memoria histórica), otros tantos aparatos ideológicos de Estado dirigidos a reforzar la burocratización y el control desde una nueva clase ligada al poder. Las instituciones de la democracia representativa quedan dentro del radio de alcance de la prevista invasión. Así, el Consejo General del Poder Judicial, elegido por voto directo ciudadano entre juristas que tengan el aval de "asociaciones, sindicatos o plataformas ciudadanas". Como en Venezuela, sobra un Poder Judicial autónomo.

Las claves de la nueva democracia son dos, estrechamente vinculadas entre sí: la revocación de los cargos y el referéndum. Ambas responden a una filiación chavista evidente, hasta el punto de que la falacia de su negación entraña un fraude inadmisible. El referéndum es el instrumento que permite al presidente a la venezolana legislar por encima de la asamblea, e incluso suprimiendo las normas constitucionales previas. Es lo que el catálogo de Podemos plantea: un referéndum para cambiar la Constitución de 1978. Y está ligado a la revocación de cargos, de apariencia democrática, pero en la práctica, desde el jacobinismo, instrumento para eliminar la oposición o para anular el resultado de unas elecciones. Son puntualmente los artículos 71 y 72 de la Constitución bolivariana. Solo que, según se está viendo, si gobierna el chavismo, es preciso bloquear su aplicación: sobre esto, silencio elocuente de Podemos. Con un Congreso atomizado por "la igualdad real de voto", la naturaleza del proyecto no ofrece dudas: están en cuestión la supervivencia del Estado español y la del régimen constitucional vigente. Los ciudadanos españoles van así a emprender un paseo al modo de la señora de Riga que cabalgó sobre un tigre, solo que cuando el paseo terminó, la señora estaba dentro de su montura, mientras lucía una sonrisa —sí, una sonrisa— en la cara del tigre.

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