El eclipse del PSOE
El partido puede acabar siendo la Convergencia Democrática de Andalucía
El debate del lunes escenificó el eclipse del PSOE. Pedro Sánchez estaba ahí pero, a juzgar por los sondeos, los ciudadanos no le vieron. Es una metáfora del estado de un PSOE que en las próximas elecciones puede cerrar su ciclo glorioso. Todo empezó en el Congreso de Suresnes, en el que Felipe González fue elegido secretario general. El PSOE jugó un papel decisivo en la Transición, consiguió que la izquierda volviera al poder después de la larga noche de la dictadura, culminó la entrada de España en Europa, fue la pieza angular que dio estabilidad a la democracia mientras la derecha heredera del franquismo vivía su travesía del desierto, y ya con José Luis Rodríguez Zapatero, colocó a este país en la vanguardia de los derechos individuales.
Desde mayo 2010, el PSOE está en caída libre. Zapatero, que no supo o no quiso leer los signos de la crisis ni reaccionar a ella, se plegó a las exigencias europeas e hizo un giro total en sus políticas, sin poner su cargo a disposición de la ciudadanía. Empezó el declive. El 20-D, con Pedro Sánchez, un hombre aseado pero plano cuya palabra tiene el efecto del silencio, obtuvo los peores resultados de su historia. Si baja unos peldaños más habrá terminado una época.
El PSOE ha ido perdiendo peso en las ciudades, su voto se ha desplazado hacia arriba en la pirámide de edad, cada día más ajeno a los menores de 50 años, y se ha ido alejando del norte para concentrarse en el sur. Solo Andalucía y Extremadura resisten. A la baja en otros feudos —Cataluña especialmente, dónde ganó todas las elecciones legislativas hasta 2011— puede acabar siendo la Convergencia Democrática de Andalucía, su principal accionista. Un partido regional, poderoso en su territorio y con dificultad para incidir fuera, montado sobre un sistema clientelar sólido, con su fuerza reducida a la capacidad de negociar su apoyo para completar la mayoría de los aspirantes a gobernar.
Copropietario del poder institucional, en asociación con el PP, el PSOE fue perdiendo empatía con la ciudadanía, no anticipó los cambios profundos que acarreaba la revolución tecnológica y no entendió que la sociedad no podía resignarse a la violencia de las políticas de austeridad. Vivió en la fantasía de que cuando el PP se quemara los ciudadanos se refugiarían en los socialistas. Y, cuando el PP se deshinchó, el PSOE ya no estaba ahí. Otros habían ocupado el espacio que abandonó. No les tomó en serio. Y ahora tendrá que escoger entre inmolarse a los intereses del establecimiento, facilitando la elección de un presidente del PP, o apostar por un incierto pacto con Podemos. Melancólico y apagado, solo si recupera el sentido del riesgo podrá salir del eclipse.
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