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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otegi no es el que fue (ni lo que cree ser)

Ofreció un discurso de la retirada: que la violencia fue necesaria para que hoy no lo sea

Las bases de los partidos integrados en la coalición EH-Bildu han designado candidato a lehendakaripara las autonómicas vascas de otoño a Arnaldo Otegi, secretario general del principal de esos partidos, Sortu. Para que la candidatura sea oficial debería prosperar el recurso contra la inhabilitación para cargo público hasta 2021 que pesa sobre Otegi. Pero también pesa sobre su cabeza el reproche moral a quien se presenta como artífice del cese del terrorismo cuando todavía no ha sido capaz de condenar claramente a ETA ni de haber pedido perdón a las víctimas por tantos años de respaldar los crímenes de la banda.

La negativa a condenar se relaciona con el discurso de que la lucha armada no es necesaria hoy, pero lo fue en el pasado para impedir que se estabilizara el sistema autonómico y dejar abierta la puerta hacia la ruptura que no fue posible en la Transición. Interrogado sobre esas cuestiones, Otegi ha declarado estos días en Barcelona que hizo algo “más eficaz que condenar la violencia de ETA, que es hacer desaparecer esa violencia”. Algo parecido a lo que dijo de él Pablo Iglesias: “Sin gente como Otegi, no habría paz”.

Es una visión desenfocada de la realidad, pero no del todo falsa. La retirada de ETA fue el resultado de varios factores, el primero de los cuales fue la eficacia policial y judicial en la detención y condena de activistas, que convenció a un grupo de dirigentes encabezado por Otegi de que la continuidad de la violencia provocaba más perjuicios que beneficios a su causa. En primer lugar, era un obstáculo insalvable para que Batasuna recuperara su legalidad.

En su libro-entrevista El tiempo de las luces, publicado en 2012, reconoce que un fallo propio fue iniciar el diálogo de la tregua de 2006 “con dos visiones sustancialmente diferentes” en su campo. La suya, que sostenía que el nuevo ciclo “conllevaba necesariamente la desaparición de la actividad armada”; y la de otro sector que creía que “el valor de cambio” de la lucha armada bastaría para arrancar del Gobierno concesiones institucionales de calado (autonomía con integración de Navarra, entre otras).

Según su visión, lo primero era convencer a la dirección de ETA de que se retirase definitivamente. Se comprende que para ello utilizara argumentos que buscaban la línea de menor resistencia: no razones morales, sino de eficacia para su causa. Para ello, Otegi y los suyos ofrecieron a ETA un discurso justificatorio de la retirada: que gracias a la “lucha armada” se habían creado las condiciones para poder alcanzar sus fines sin seguir utilizando métodos violentos. La negativa a condenar el pasado de ETA y reconocer su complicidad con ella tiene que ver con ese discurso exculpatorio que dejaba abierta la fantasía de una negociación de cierre.

Pero no es cierto que nada haya cambiado. El sábado pasado se presentó en Bilbao un colectivo de disidentes escindidos de Sortu que incluye a medio centenar de expresos. Su portavoz dijo “sentir vergüenza” por la actitud de ese partido tras el abandono de la lucha armada, “que no tiene por qué significar tirarnos en brazos de nuestro enemigo”. El principal reproche es haber renunciado a la amnistía y aceptado acatar la legalidad para obtener beneficios carcelarios. Es decir, lo que ese mismo día defendía en Pamplona (con pies de plomo) Arnaldo Otegi (“líder supremo del reformismo”, según los disidentes).

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