Socialistas, Podemos y el poder
Si solo cuenta el poder, cualquier objetivo estará justificado si sirve para alcanzarlo
Dicen los psicólogos que un síntoma de senilidad es la incontinencia verbal: encontrarse de pronto diciendo algo que se había propuesto no decir. El joven Pablo Iglesias ha comentado más de una vez que la imagen de sí mismo en la que menos se reconoce es la de político personalmente agresivo. Pero es reincidente. Estos días ha reconocido que fue un error su referencia a la “cal viva” en el debate de investidura, y otro, su ataque ad hominen contra un periodista, culminado con el sarcasmo de que veía el miedo (a lo que podría decir) “en los ojos” de los informadores presentes.
Pedro Sánchez está arrepentido de haber considerado “indecente” a Rajoy. Pero esa autocrítica no le ha impedido renovar públicamente su compromiso de no pactar nunca con él ni con nadie de su partido. Actitud que recuerda la de Artur Mas acudiendo al notario para certificar un compromiso similar, y que le ata las manos ante escenarios posibles tras el 26-J: si se mantiene un reparto similar al del 20-D y no hay cambios drásticos de posiciones solo quedaría la hipótesis de una fórmula que incluyera al PP.
Urge formar un Gobierno estable, que el PSOE quiere que sea “de cambio”, o sea, sin el PP. Pero ambos objetivos son difícilmente conciliables, especialmente si el partido de Rajoy vuelve a ser el más votado. El problema es que bastantes votantes del PSOE y una parte de sus barones prefieren un pacto con Podemos, despreciando los riesgos de esa opción.
Argumentar que el PSOE y el PP tienen proyectos muy diferentes es una obviedad que no autoriza a ignorar que Podemos también defiende posiciones antagónicas con las de la socialdemocracia y sobre cuestiones más trascendentales. Entre otras, el cambio del sistema; no su reforma, sino su sustitución. Y que hay ocasiones en que partidos muy alejados tienen que pactar para evitar males mucho más graves y difíciles de revertir. Ejemplo: el acuerdo en Francia entre el centro derecha y la izquierda para cerrar el paso en segunda vuelta a la extrema derecha de Le Pen.
Hay una cierta confusión cuando se reprocha a todos los partidos su incapacidad para haber alcanzado acuerdos. Los habría habido con Podemos si el PSOE hubiera aceptado las condiciones de Pablo Iglesias, incluyendo la convocatoria de un referéndum sobre la independencia de Cataluña o la constitución de un Gobierno con él de vicepresidente y un programa económico que, según acaba de decir Jordi Sevilla en Bilbao, “llevaría a este país a la ruina”. Un peligro para la democracia es hoy en bastantes países el de un populismo demagógico que alcanza el gobierno respetando las reglas de juego pero con la intención de cambiarlas desde el poder para mantenerse en él.
Aceptar ofertas como la de Iglesias para presentar candidaturas conjuntas al Senado supondría ignorar lo sustancial de su política de alianzas. En un ensayo reciente (Podemos: ¿vieja o nueva política?), los profesores Andrés de Francisco y Francisco Herreros concluyen que el rasgo más característico de ese partido es “su descarnada concepción de la política” como “poder y contrapoder, puro juego de fuerzas”. El escrito incluye esta cita de Iglesias: “Cuando en política no tienes poder, no tienes nada. No cuentan las razones, cuenta el poder”. Pero si solo el poder cuenta, cualquier objetivo estará justificado si contribuye a alcanzarlo o mantenerlo, incluido el de desactivar cualquier contrapoder que se le oponga.
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