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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Columna emocional

Antes padecíamos una desconfianza casi primaria hacia la política; ahora la vamos a endurecer con el rencor

Fernando Vallespín

Una mezcla de indignación, vergüenza y esperanza nos condujeron a desear una nueva política. La indignación y la vergüenza permanecen porque todos los días nos desayunamos con un nuevo escándalo, con una nueva muestra de lo importante que era salir de algo que nos abrumaba por su omnipresencia y cinismo. Pero la esperanza se ha tornado en melancolía, en nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. Teníamos ilusión, sí. No la ilusión por alcanzar alguna utopía irrealizable; sólo pedíamos una vida pública decente, políticos sintonizados al interés general y un espacio público donde poder debatir las cosas que nos afectan a todos, con humildad y sin divismos, en sintonía con lo que por lo general hacemos con los más cercanos. Después del espectáculo de los pactos frustrados, tan profusamente retransmitidos por una maquinaria mediática insaciable, se nos ha secado ya lo poco que quedaba del modesto oasis utópico que en algún momento imaginamos.

Todos sabemos que la frustración genera resentimiento, que es, junto con el miedo y el odio, la peor de las emociones negativas. Antes padecíamos una desconfianza casi primaria hacia la política; ahora la vamos a endurecer con el rencor. Bajo estas condiciones la próxima campaña electoral se nos va a hacer insoportable.

Las campañas electorales tienen mucho de ritual, el ritual de la democracia en el que se escenifica que el pueblo es el soberano. Ahora ya no será ni eso. Se nos presentará como una sutil forma de tortura, cargada de palabras gastadas, de los mismos gestos repetidos, de las acostumbradas coletillas programáticas y las promesas vacías. Hemos sufrido tal dosis de politiqueo en medio de un país a la deriva, que nos costará volver a sintonizar con la política de verdad, la que está más atenta a conciliar lo deseable con lo realizable en vez de a valerse de estrategias de marketing o el recurso fácil de inculpar al otro.

La experiencia del periodo de los pseudo-pactos ha mostrado que la armonía, la concordia cívica y la discusión argumentada no venden. Vende la crispación y la polarización, y eso es lo que temo que vamos a tener. En las fobocracias europeas ya están en ello. Sobre un terreno bien sembrado de pasiones negativas es la conclusión lógica. Nos podíamos haber reinventado a partir de un consenso en torno a lo que significa una regeneración política de mínimos. Una vez desechado o aplazado sine die por el cálculo partidista —lo equivalente en política a la codicia en el sistema capitalista—, sólo nos queda la solución hobbesiana de evitar el mal mayor. De hacer de tripas corazón y no abandonar la esperanza básica de que todo puede ser diferente. Cuesta, pero el cabreo no es necesariamente incompatible con el mínimo de reflexión exigible para empuñar un voto crítico.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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