Las Fallas dejan de ser de derechas
Las primeras fiestas de Valencia en 24 años sin Rita Barberá ni el PP rompen un estereotipo cultural que las asociaba al mundo conservador
La debacle del PP de Valencia, con todos sus concejales menos uno imputados en el caso Taula y Rita Barberá bajo sospecha, ha coincidido con la catarsis explosiva de las Fallas. Es una metáfora evidente, el achicharramiento final de una era, pero hay algo más sutil: son las primeras Fallas sin el control de los populares en 24 años, con un Ayuntamiento de izquierda. Fuera de Valencia se escapan los matices, pero supone un vuelco cultural considerable, porque históricamente la izquierda despreció las Fallas como una cosa rancia y franquista. Un regalo para el PP, que se ha apropiado del mundo fallero, un lobby influyente de más de 100.000 personas.
Decir que las Fallas eran de derechas es una simplificación, naturalmente; son un mundo variopinto e incontrolable, pero el PP las ha usado como fructífero campo de consenso electoral. De hecho, los ataques de los últimos meses al nuevo equipo de Joan Ribó —una alianza de Compromís, PSPV y Valéncia en Comú—, se han basado en la clásica catástrofe bolivariana que amenazaba la ciudad: que ni siquiera se llegarían a celebrar, que se suspendería la ofrenda floral a la Virgen. Pere Fuset, de 33 años, concejal de fiestas, tenía 10 minutos el jueves mientras se vestía con el traje tradicional para asistir a la ofrenda. “Para ganar la ciudad, las Fallas son claves y el PP lo sabe. Se puede decir que la izquierda fallera ha salido del armario. Siempre ha estado ahí, entre la gente, pero necesitaba referentes políticos. Ahora los tiene”.
Una de las imágenes más comentadas estos días ha sido la de Mònica Oltra, de Compromís, dando una rueda de prensa con el peinado y el pañuelo fallero. Y hasta se le escaparon las lágrimas en la ofrenda a la Virgen. Ella siempre ha sido fallera, pero en el pasado le trajo problemas en Izquierda Unida. Se presentó en un mitin vestida así y la miraron mal. “Ha sido un mensaje a la propia izquierda: sí se puede ser fallero y ser de izquierdas”, razona Fuset.
La clave es un cambio generacional en una controversia que viene de la Transición. La famosa batalla de Valencia de los ochenta partió la sociedad entre catalanistas, identificados con la izquierda, y blaveros, por la franja azul (blau) que colocaban en la senyera y marcar así su distancia de Cataluña. El Ayuntamiento fue socialista de 1979 a 1991 y en esa pelea, en la que hubo incluso bombas, la derecha se apropió de las Fallas como arma de oposición. Entre el desdén y los palos que les daban en los ninots, la izquierda acabó por abandonar la fiesta y dejarla en manos de la derecha. “Fue un error terrible, que la izquierda ha pagado caro. En Sevilla no pasó con las cofradías. La izquierda se incorporó a ellas perfectamente”, dice Fernando Delgado, escritor y diputado independiente en el PSPV.
El resultado es que también la izquierda perdió la oportunidad de modernizar y actualizar la fiesta. El dibujante de cómics Paco Roca, valenciano y Premio Nacional, diseñó hace tres años la falla de su barrio y admite que es un mundo “bastante endogámico”. “Formalmente beben de sí mismos, y de la estética Disney o cosas así, han cambiado muy poco”, opina. Recuerda que en los ochenta, con un ayuntamiento socialista, la falla municipal la hicieron dibujantes gráficos como Sento Llobel y Ortifus. Ahora para innovar, con jurados muy tradicionalistas, tienes que olvidarte de los premios. En ese sentido, cree que la falla municipal, que no compite, podría marcar ahora un giro de tendencia. “Educar visualmente al ciudadano. En los años del PP el ayuntamiento no cuidó nada la imagen. Yo como ilustrador, diseñador, veía auténticas aberraciones, no era profesional”. Roca no cree que el mundo fallero sea de derechas. “Es una asociación muy democrática, de la gente del barrio. Aunque más hacia arriba, la Junta Central Fallera, la organización, puede que esté más politizado. Pero sí es una tradición conservadora. Nadie se plantea que una falla, si es laica, quizá no quiera ir a la ofrenda floral. O el papel de la mujer, es un mundo bastante machista”.
“Se puede ser fallero y ser de izquierdas”, dice el nuevo concejal de fiestas
El arquitecto Carles Dolç, uno de los líderes del primer movimiento vecinal que se opuso a Barberá en 1995, para salvar el Botánic, un solar donde se quería edificar, apunta otro factor de la distancia entre la izquierda y lo más popular. “En Valencia ha habido siempre un corte muy fuerte entre la intelectualidad y la clase económica dominante. En Cataluña, por ejemplo, siempre ha habido puentes. Aquí no. Hay una burguesía mucho más zafia, aunque eso ha ido cambiando. Una burguesía que hace gala de su ignorancia. Por ejemplo, las relaciones entre la universidad y el ayuntamiento han sido muy tensas. No hay respeto. Eso se ha transmitido a la población, ha funcionado”.
El efecto visual del cambio de ayuntamiento ha sido muy notable. En Fallas hay tres tipos de valencianos: los que se quedan, a quienes les toca trabajar y los que huyen. Rita Barberá era hasta ahora la protagonista absoluta, pero por primera vez es de las que huyen. No se la ha visto. Es un cambio radical. La imagen de la fiesta era ella como estrella del balcón municipal, eclipsando a la propia fallera mayor, en la mascletá de cada día. El balcón es el símbolo del poder en Valencia y el nuevo Ayuntamiento lo ha abierto a los ciudadanos. Van cada día 10 vecinos por sorteo. Con perspectiva, Barberá empezó su caída precisamente en las Fallas de 2015, con el famoso y ridículo discurso del caloret, que sentó muy mal en el mundo fallero.
Para una generación que en 24 años no ha visto otra cosa ha sido una revolución. “En estos años en el balcón solo han estado Rita y los suyos. Los poderes económicos y políticos del PP. Yo he entrado ahora, con 67 años. No había estado en mi vida”, cuenta Carles Dolç. Está en línea con su actitud con los movimientos ciudadanos. “A nuestra plataforma, Salvem el Botànic, con un amplio consenso social y que al final triunfó, en 20 años no nos recibió nunca. Recibía solo a sus amigos”.
En los años de la burbuja se movió mucho dinero; eso se acabó
Es difícil encontrar en Valencia alguien del PP que quiera hablar. “Dar la cara es muy difícil en este momento”, admite un dirigente del partido que prefiere no ser identificado, sentado en su carpa fallera. “¿Tú ves la política aquí?”, dice señalando las familias que cenan. Niega que Barberá las haya colonizado. “Las Fallas no han cambiado, es la izquierda la que ha bajado a ellas. Lo tienen que hacer si quieren ser mayoritarios y han sido hábiles. Pero la izquierda tiende a ocupar la sociedad y este mundo no se va a dejar”. El nuevo Ayuntamiento asegura que quiere desvincular la fiesta de la política, pero en el PP no se lo creen.
Lo cierto es que Fuset es uno de los más parodiados en los ninots; las comisiones falleras lo ven como un enemigo. “Es que ha tomado multitud de decisiones sin consultar”, reprocha Jaime Castillo, miembro de la comisión de honor de la falla Convento Jerusalén, una de las más famosas y siempre identificada con la derecha. “No es verdad. Aquí hay de todo. Es un club de familias, y no hablamos de política. Los falleros no queremos que la política se meta en las Fallas. Ni que nos usen ni que nos favorezcan. Es verdad que en los años de la burbuja se movió mucho dinero y se han podido comprar voluntades, pero eso se acabó”, explica.
El fin del sueño valenciano ha desinflado las Fallas. La de Convento cuesta 240.000, la mitad que en 2011. En Nou Campanar llegaron a gastar 900.000. Lo pagaba un promotor de pisos que quería atraer a la gente. El año pasado se les cayó y este ni la han plantado.
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