Antonio Asunción fue clave para el final del terrorismo de ETA
El exministro puso en marcha la política de dispersión que acabó con el colectivo de presos terroristas
Antonio Asunción, fallecido este sábado, era ministro del Interior a principios de los años 90, cuando se investigaba el espectacular incremento del patrimonio de Luis Roldán, exdirector general de la Guardia Civil. Asunción garantizó en los pasillos del Congreso que Roldán no se fugaría, que estaría a disposición de la Justicia. Un día después se supo que el ex alto cargo de Interior había salido de España.
Asunción no dudó y fue a La Moncloa a ver al entonces presidente del Gobierno, Felipe González. “Dimito”, le dijo. González le respondió que no podía aceptarle la dimisión y el ministro le respondió algo así como: “Puedes hacer lo que quieras, he decidido dimitir y da lo mismo que no lo aceptes, es mi decisión y dejo de ir a mi despacho desde mañana”.
De esa forma abrió una vía de admisión de responsabilidades políticas no muy frecuente en la política española. Su gesto tuvo continuidad en la forma en la que se limpiaron corrupciones vinculadas al Ministerio del Interior de aquella época, como el uso de los fondos reservados, que acabaron con juicios y condenas.
Asunción fue también, como responsable de prisiones y como ministro del Interior, un personaje clave para lo que varias décadas después fue el final de ETA. Algunas de sus decisiones fueron imprescindibles para el fin del terrorismo.
Lo fue poniendo en marcha la dispersión de presos de ETA. Hasta entonces esos presos estaban agrupados en macrocárceles como Herrera de la Mancha donde se mantenía una organización y una jerarquía que era imposible de romper para los reclusos que pretendían acogerse a medidas de reinserción. La organización terrorista prohibía a sus presos acogerse a beneficios penitenciarios con una disciplina muy cerrada y los gobiernos aceptaban ese colectivo a cambio de evitar conflictos en las cárceles.
A las órdenes del entonces ministro de Justicia, Enrique Múgica, ideó un sistema para romper esa disciplina entre los presos de ETA y acabó con la mera gestión administrativa del colectivo de presos. Es lo que se llamó la política de dispersión que consistía en un seguimiento personalizado de cada preso.
Asunción negoció y pactó con el entonces presidente del PNV, Xavier Arzalluz, para gestionar juntos esa política. Un dirigente del PNV, entonces diputado, se encargaba de visitar en secreto cárcel por cárcel a cada preso de ETA para facilitar su reinserción. El propio Asunción visitó numerosas cárceles para tratar directamente y en secreto con muchos de esos presos.
Poco a poco se apuntaron algunos a ese proceso y se rompió el colectivo de presos de ETA. Del otro lado esa política dañó los apoyos familiares de reclusos, obligados a viajar a cárceles lejanas o de fuera de la península y también convirtió a funcionarios de prisiones en objetivo y víctimas de los terroristas
Esa puerta abierta por Asunción fue clave para que los gobiernos de José María Aznar y de José Luis Rodríguez Zapatero pudieran acompañar sus conversaciones con ETA de gestos como acercamientos de presos.
Y lograron que se acogieran progresivamente a medidas de reinserción. Esa vía abierta por Asunción culminó en lo que se conoce como vía Nanclares que ha servido para que presos de ETA se enfrenten cara a cara con víctimas, en busca de la reconciliación. Esta misma semana ha salido de la cárcel José Luis Urrusolo Sistiaga, asesino en serie en los 80 y los 90, acogido luego a esa vía de reinserción.
Esa vía de los 90 abierta por Asunción sirvió para que más de 20 años después ETA pusiera fin a su actividad terrorista. Sin él no se entendería el final del terrorismo.
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