Aritméticas diabólicas
El 20-D han alumbrado una aritmética diabólica en la que ninguna mayoría de gobierno es posible sin violentar hasta extremos electoralmente peligrosos los propios principios
“Es una aritmética diabólica”. Esta expresión, utilizada el domingo por un estupefacto Antonio Baños tras contar seis veces los votos de la asamblea la CUP que dieron un paralizante empate a la cuestión de si debían investir presidente a Artur Mas, puede extenderse hoy a toda la política española. Los resultados electorales del 20-D han alumbrado una aritmética diabólica en la que ninguna mayoría de gobierno es posible sin violentar hasta extremos electoralmente peligrosos los propios principios y posiciones, lo que la hace sumamente difícil. Pero es además una aritmética diabólica porque convierte en perdedores a los dos únicos partidos que están en condiciones de tomar la iniciativa para formar Gobierno.
Por mucho que Rajoy trate de ocultarse tras la máscara de la imperturbabilidad que le caracteriza, lo cierto es que cada día que pase va a comprobar con mayor desgarro la dimensión de su derrota. Tiene el grupo parlamentario más grande, cierto, pero lo que importa, como muy bien cuenta la aclamada serie danesa Borgen, no es cuántos diputados tienes, sino cuántos puedes sumar. Y Rajoy no va a poder sumar suficientes sin contar con un PSOE en horas bajas cuya supervivencia depende, precisamente, de que sepa alejarse del fuego abrasador de un PP en proceso de implosión por el castigo que han recibido sus políticas en las urnas y por el lastre de la corrupción. Nadie olvida que los casos más sangrantes han de pasar aún por el banquillo de los acusados.
La aritmética electoral ha dado una posible mayoría de izquierdas alternativa al PP, pero quien tiene que pilotarla es también un partido perdedor maniatado por dolorosas contradicciones y autodestructivas luchas internas. Pedro Sánchez mantiene su condición de alternativa, que es mucho, pero todos saben que haber perdido tantos votos sobre los resultados de 2011, que ya eran los peores del PSOE, no le da precisamente una posición de fuerza. Máxime cuando en el escenario ha irrumpido una fuerza que le disputa su base electoral social y que no está en absoluto interesada en alcanzar un pacto de gobierno múltiple y sumamente inestable bajo la batuta de Sánchez. Iglesias tiene razones para presumir que a Podemos le irá mejor en unas nuevas elecciones que subiendo a un barco con tantas vías de agua. De Ciudadanos se esperaba mucho, pero se ha quedado corto, y eso sitúa a Rivera en una posición incómoda en la que puede exhibir un talante constructivo, pero que no cuenta, pues sus diputados no son suficientes ni para el PP ni para el PSOE.
Al final, las aritméticas diabólicas del 27-S y del 20-D pueden acabar siendo vasos comunicantes. Lo que ocurra en los próximos días en Cataluña puede determinar un desenlace en el resto de España. Si la CUP aprueba la investidura de Mas y Cataluña se precipita por la hoja de ruta del soberanismo, habrá voces que clamen por una gran coalición PP, PSOE y Ciudadanos. Pero los socialistas se lo han de pensar dos veces antes de tomar según qué caminos.
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