Que sea para bien
Averiguaremos por fin si el cuerpo electoral es pícnico o atlético
Decimos “la Campaña” como el que dice “la bombona de Butano”, que es una cosa finita y cuyo contenido se acaba en 15 días, cuando la Campaña ha sido infinita y quizá le quede gas todavía para rato (a veces hay que repetir las elecciones). Ni los más viejos del lugar recuerdan sus orígenes.
—Mis padres —aseguran los abuelos—, ya hablaban de “la Campaña” como si se refirieran a una era de la Humanidad. La Edad de la Campaña, como el que dice La Edad de los Metales. Y es que del mismo modo que el invierno empieza cuando quiere, que no coincide necesariamente con el 22 de diciembre, la Campaña comenzó cuando le dio la gana, que tampoco fue 15 días antes de las elecciones.
La cuestión es que, a base de degenerar, como el banderillero de Belmonte, la Campaña mutó de suceso rutinario a acontecimiento mítico. Se hablaba de ella en los paritorios y en las capillas ardientes, en los centros de educación infantil y en la universidad, en las colas del autobús y en las de las salas de embarque. Comentaban la Campaña los adúlteros, los jefes de departamento, las peluqueras, las directoras de cine, los secretarios de Estado, los ujieres y los registradores de la propiedad, además de los oficiales de primera administrativos de Abengoa. Estaba en boca de todos, excepto en la de los sindicatos de clase.
La Campaña era un bucle del tiempo, un rizo del espacio, un tirabuzón existencial del que uno podía desengancharse hoy y engancharse la semana próxima sin sensación alguna de vacío, no ya porque hubiera a disposición del votante, 24 horas al día, un resumen de los capítulos anteriores, sino porque ese resumen era en realidad el nuevo capítulo. Estabas en coma seis meses, regresabas, ponías la tele y como si te hubieras despertado al día siguiente. Todo ello sin perder un ápice de interés. Significa que narrativamente hablando la Campaña era un artefacto prodigioso, basado en la repetición, como la ametralladora.
Sus protagonistas principales —Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias— representaban una batalla entre lo viejo (PP/PSOE) y lo nuevo (Ciudadanos/Podemos). Las fuerzas se configuraron de este modo proporcional por ese ímpetu arcaico de la simetría, que tiene vida propia, aunque quizá fue ayudada por el deseo de un banquero, el presidente del Sabadell, que en algún momento de la aparición de estas tensiones de carácter político, dijo: “Hágase un Podemos de derechas”. Y se hizo, según muchos, a partir una costilla del PP.
En principio se trataba de dilucidar quién pesaba más, si la suma de Rajoy y Sánchez, representantes del viejo bipartidismo, o la de Rivera e Iglesias, que aspiraban a la creación de uno nuevo. En segunda instancia, averiguaríamos hacia qué lado se inclinaría el fiel de la balanza en cuyos platillos se mediría a los componentes del dúo ganador. Se quedaron prácticamente fuera de la Campaña, aunque no sabemos si fuera de la Historia, fuerzas como IU y UPyD.
Pues bien, ha llegado la jornada histórica en la que averiguaremos por fin si el cuerpo electoral es pícnico o atlético, si firme o cargado de espaldas. Los expertos evitan manifestarse por la volatilidad, dicen, como para darle un toque poético, pero auguran que ha dejado de ser bípedo para devenir en cuadrúpedo, lo que, lejos de apuntarse como connotación negativa, señala alguna forma nueva de progreso. Ocurra lo que ocurra, la Humanidad se merecía esta jornada. Lo que hace falta es que sea para bien.
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