Jornada de irreflexión
La gente dedica el día previo a las elecciones a hacer lo que hace todos los sábados de su vida
No sé ustedes, pero yo no conozco a nadie que dedique la llamada jornada de reflexión a reflexionar; antes, por el contrario, la gente que yo conozco dedica esa jornada a descansar, tomar el aperitivo, comer en casa o en un restaurante, dormir la siesta después, ir al cine o al teatro por la tarde y acabar la noche de copas, o sea, haciendo lo que hace todos los sábados de su vida sin necesidad de que sea una jornada de reflexión. Quizá es que la gente que yo conozco tiene ya su voto decidido desde siempre, o no vota, con lo que no tiene que pensar mucho.
Puede que haya otra gente, no lo discuto, que necesite pensar antes de decidir su voto y que deje ese esfuerzo para el final como los malos estudiantes y los articulistas indisciplinados. No niego que pueda haber gente así. Pero, sinceramente, yo no conozco a ninguno y si los conociera sospecharía de ellos ¿Qué se puede esperar de una persona que a sus 30, 50 o 70 años necesita pensar a quién va a votar y, aún peor, precise dedicar un día entero a esa labor? ¿Se fiaría usted de un amigo o un vecino que el día antes de las elecciones aún no supiera si apoyar con su voto a los conservadores o a los antisistema, al liberalismo o a la socialdemocracia? Se me dirá que hay personas que, antes de decidir a quién votan, necesitan leer los programas electorales de los partidos políticos y seguramente sea cierto, pero ese tipo de gente aún me parece menos de fiar. ¿Cómo puede alguien creer que lo que los partidos dicen en sus programas electorales no es propaganda a estas alturas de nuestra juventud? ¿Quién puede comulgar aún con unas promesas que, en cuanto pasan las elecciones, se convierten en papel mojado como las de los enamorados el día de su boda?
No seré yo, pese a todo lo dicho, el que invite a no pensar a mis compatriotas. Para un día que algunos lo van a hacer hay que animarlos a ello en lugar de mofarse de su ingenuidad. Que haya españoles que hoy, a solas con sus conciencias, sin mirar la televisión para no distraerse, sin hablar con sus familiares para no dejarse influir por sus opiniones, sin ojear siquiera un periódico que les pueda condicionar en su reflexión o llevarles a desistir de ella como este artículo, estén pensando durante algunas horas nos garantiza a los demás que entre tanto no estarán dando voces en los bares ni pontificando en los lugares públicos, lo cual, unido a que los candidatos han de guardar obligatoriamente silencio y, como ellos, sus jefes de prensa y los tertulianos, nos permitirá a los demás sumirnos en la irreflexión y disfrutar de un día de paz haciendo lo que hacemos siempre, o sea, poco, pero con la tranquilidad de saber que, si bien sea sólo por unas pocas horas, nadie nos molestará diciéndonos qué es lo que nos conviene.
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