Primeros planos de un asesinato
El único motivo de orgullo de Rosario Porto y Alfonso Basterra era su hija: la mataron
En junio de 2013 empezó la liquidación de Asunta Basterra, de 12 años. Por sus padres, según el veredicto del jurado. La niña educada de forma tan estricta por Alfonso y Rosario que dedicaba los días al estudio, los idiomas, el piano y el violín, se convirtió en una zombi llena de orfidal que se iba contra las paredes, según sus profesoras, y a la que un desconocido intentó matar tras entrar en su casa para asfixiarla el 5 de julio (a la mañana siguiente comenzó la provisión de orfidal de la familia: la niña fue un sonámbulo todo el mes hasta confesarle a una profesora que sus padres la engañaban y la dormían durante días). Ese infierno sólo remitió en las estancias con su madrina, María Isabel Veliz, en Vilanova de Arousa y Val do Dubra. Al terminar el verano, llegó el final de la niña: la ingestión de orfidal mezclado en la comida hasta sedarla, la muerte por asfixia y el abandono del cadáver en una pista forestal en los alrededores de Santiago.
La capital gallega ha aprendido a convivir con los interrogantes del caso Asunta. En el círculo íntimo de Rosario Porto creen que nunca habrá respuestas a las razones del asesinato. Una de las amigas que la defendió con más ahínco en las primeras horas reconoce haber sentido alivio al escuchar el veredicto. Por ella, porque cree que la asesinó, y por él, porque cree que detrás de la imagen de hombre sumiso y enamorado había una persona que se negaba a rebajar su nivel de vida a causa del divorcio (“vivía con una mano delante y otra detrás en un miniapartamento”, recuerda uno de sus mejores amigos) y que seguía teniendo influencia en Porto, enferma. Las amigas de Rosario recuerdan que eran los suegros de Basterra, un matrimonio con muchos contactos, los que le buscaban trabajos sin que él aprovechase ninguno. Muertos los padres de Rosario, y certificado el divorcio, ni Porto ni Basterra remontaron. Asunta era el mayor motivo de orgullo: la mataron.
El estercolero de las televisiones que criticó Basterra durante el juicio (su padre anciano acudió a entrevistas desoladoras en las que iba comentando su parecer del caso con creencias, sospechas o estímulos) ha tenido impacto en algo: la deducción de culpabilidad según las emociones. Es habitual en estos sucesos: los primeros planos ante declaraciones contundentes, acusaciones o el propio veredicto ayudan a probar algo. En el juicio se especuló con la frialdad de Basterra y la mayor sensibilidad de Porto. Al saber que eran culpables se quedaron de piedra, sin lágrimas ni histerias; en los platós se hizo saber que, de haber gritado, su inocencia hubiera ganado enteros.
Algunos amigos de la pareja recordaban ayer que en las grabaciones declaradas nulas para el juicio, cuando los dos se encuentran en el calabozo, no dicen una palabra de la hija recién muerta: sólo se preocupan por ellos.
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