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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sí, pero no

Rajoy no está dotado para decidir ni para dudar

Juan Cruz
Mariano Rajoy, momentos antes de su entrevista en Antena 3
Mariano Rajoy, momentos antes de su entrevista en Antena 3Gorka (EL PAÍS)

Mariano Rajoy no está dotado para decir sí o no. Así esquivó hasta lo más simple de la entrevista de Gloria Lomana en Antena 3. Tenía que decir sí y no a una serie de cuestiones. Fue incapaz. Dice el maestro Lledó que dentro de todo sí hay un pequeño no, y viceversa, pero Rajoy deja inservible ese dicho. Rajoy no está dotado para dudar. Está tan seguro de sí mismo que se declara don Tancredo y lo contrario en el mismo segundo.

Es el hombre lleno de dudas que no duda de sí mismo, ni de lo que hacen su partido y su Gobierno. La reclamación de la autocrítica brilla en la calle como un argumento que tienen hasta los suyos, pero ante la cámara él se muestra como si hubiera adivinado incluso el desastre de su partido en Cataluña. Está orgulloso incluso de lo que es obvio que hizo mal: lo que se va pudriendo es que él lo pudre, para que florezcan flores en otras grietas, que también tiene previstas.

Es un hombre de certezas, pero de su conversación te vas con la duda de si este hombre no vivirá en otro sitio. El síntoma es esa imposibilidad para decir sí o no, pretextando que a él le conviene la muleta de los matices. La duda no ofende, habría que decirle, sino que genera otro pensamiento, en general respetuoso con lo que dice quien te contradice, y eso es lo que viene a decir el autor de El silencio de la escritura. Rajoy debió estudiar en otra escuela, pues no distingue entre sí y no, y tampoco duda, así que todo lo embarulla.

Fue tan barroco en su huida de la sencillez que hasta le tuvo que preguntar dos veces la periodista para saber si las dichosas elecciones generales eran el 13 o el 20 de diciembre. Resulta sintomático de la democracia al modo Rajoy que algo tan importante como una convocatoria electoral llegue en virtud de un acertijo que una periodista le propone dos veces. La guinda nocturna fue cuando desde un bar le preguntaron por la corrupción. Pasó, igual que en el envite, como si esas bombas fueran de una guerra en la que él no está. Visto ahí, lo que se le adjudica del plasma no resulta tópico, sino dramáticamente real: a él no le gustan las entrevistas, y logra que a nosotros no nos gusten las que le hacen.

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