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El País Vasco se enfrenta con las armas en silencio a su pasado reciente

Tres años después del abandono de las armas de ETA, la sociedad vasca respira aliviada, pero los prejuicios y odios se mantiene

ETA anuncia el alto el fuego permanente y verificable en la televisión de un bar de San Sebastián, el 10 de enero de 2011
ETA anuncia el alto el fuego permanente y verificable en la televisión de un bar de San Sebastián, el 10 de enero de 2011Javier hernández

¿Alguien creyó que la retirada de ETA daría paso a la regeneración moral y política en una sociedad castigada por el martilleo constante de la violencia sectaria y sometida a la depuración ideológica durante casi cuatro décadas de democracia? ¿Cabía esperar que el brazo político del terrorismo vasco aceptaría mirarse en el espejo de la historia y abominar de su pasado? “La batalla del relato es el termómetro que medirá lo definitivo de la derrota de ETA”, sostiene Javier Marrodán, doctor en Comunicación Pública, periodista y autor del libro Relatos de Plomo. Historia del Terrorismo en Navarra. Tres años y medio después del anuncio del final de la violencia, vascos y navarros respiran aliviados por la retirada de la amenaza, confortados en esta novedosa situación de seguridad, pero no se han descargado de las convulsiones vividas, no se han liberado de los prejuicios, las aversiones, los odios.

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Hay un rescoldo del miedo y una sombra de incertidumbre que se resiste a desaparecer. “¿Se hablará de terrorismo, de su retórica y del sufrimiento de las víctimas o se vindicará el nombre de los victimarios y se les exculpará del daño causado en aras de la construcción nacional?”, se preguntan los historiadores José Antonio Pérez y José María Ortiz de Orruño en el prólogo de su libro Construyendo memorias, Relatos históricos para Euskadi. El País Vasco no es, ni podrá serlo en mucho tiempo, la plaza pública compartida donde las gentes se encuentren y reconozcan desde el respeto a la pluralidad y a la diferencia amistosa. ETA ha dejado el solar vasco embarrado moralmente, resentido hasta el tuétano social, cuarteado de convivencia y no se regenerará hasta que la memoria colectiva se asiente en un relato honesto y justo.

Alonso Zarza: “Los comicios están sesgados por los miles de exiliados”

Mientras tanto, las compuertas de las divisiones y enfrentamientos forjadas a lo largo de estas décadas continuarán bloqueando corazones y lastrando el vuelo de la normalización política, porque la percepción de lo ocurrido sigue siendo muy dispar y no parece que la propuesta de pasar la página de la historia y hacer un reparto general de las culpas salven el abismo de las diferencias. ¿Puede haber reconciliación si quienes justificaron el asesinato en aras de su proyecto político se niegan a asumir la inmoralidad de su conducta, a aceptar las responsabilidades contraídas con las víctimas, a replantearse los postulados ideológicos con que sustentaron su comportamiento?

Engrasar el proceso de paz

El Gobierno Vasco multiplica los encargos de informes sobre las víctimas, las torturas, el acoso a la Ertzaintza, la reinserción de los presos de ETA, la necesidad de una autocrítica general… destinados a engrasar el “proceso de paz y convivencia”, pero dice Joseba Arregui, antiguo portavoz del PNV, hoy crítico con este partido, que, pese a todos estos trabajos, no se oyen verdaderamente las voces de las víctimas del terrorismo etarra, “esas voces que, desde su silencio impuesto, nos gritan que hablemos en su nombre”. ¡Salvad el buen nombre de la sociedad vasca. Evitad que el nacionalismo salga enfangado de esta historia! ¿Es este el encargo del Gobierno Vasco, ahora que la trascendental batalla por el relato entra en su apogeo? Begoña Elorza, madre de Jorge Díez, el ertzaina asesinado el 22 de febrero de 2000 junto al líder socialista vasco Fernando Buesa, sigue clamando: “¿Quién va a escribir nuestra historia? ¿Dejaremos que la escriban los que mataron a Jorge?” Lo están haciendo. La suya es una historia de ellos y para ellos, pero con el propósito marcado de que les exonere de toda culpa y se convierta en el relato general a transmitir a las futuras generaciones. “Ganada la batalla de la memoria, habremos ganado la batalla del relato”, subrayan en la propia web de Euskal Memoria, una de las fundaciones de la izquierda abertzale. Es una tarea a la que llevan aplicándose desde hace tiempo. Ya el 2 de octubre de 2011, 18 días antes de que ETA anunciara el “cese definitivo” de la violencia, el diario Gara lanzaba este mensaje: “Aviso a los que quieren un relato de vencedores y vencidos: el que convenza, vencerá”. Su posición dominante en la distribución editorial, su penetración en las redes y movimientos sociales, su poderío municipal… les aseguran un grado de difusión de sus tesis superior al de su perímetro de influencia ideológica.

Las divisiones y enfrentamientos

La versión que propagan persigue demostrar la existencia de una continuidad histórica entre la pretendida opresión nacional vasca y el terrorismo de ETA y establecer que en este conflicto entre actores supuestamente equivalentes las víctimas se encuentran a ambos lados. En pos de este objetivo, borran la barrera que separa al franquismo de la democracia, se apropian de la lucha antifranquista de los vascos, incluida la de algunas de las víctimas de ETA, y ponen el contador en la misma Guerra Civil española. Es un tótum revolútum y un falso continuum que les lleva a sumar a los fusilados, represaliados y torturados desde 1936 a nuestros días, a los activistas de ETA muertos en enfrentamientos con la policía o por su propia bomba, a los familiares de presos muertos en accidentes de tráfico cuando acudían a sus visitas periódicas… con la idea de equipararlos con los 845 asesinados de ETA, diluir las responsabilidades y subsumir la culpa.

Su versión se apropia de la lucha antifranquista de los vascos

Todo vale con tal de presentar a ETA como el resultado inevitable del conflicto vasco” y de escamotear su concepción totalitaria, su pobreza argumental, su ceguera criminal. Se trata de hacer que los activistas de ETA pasen a la historia como patriotas, no como asesinos, y que quienes les justificaron y jalearon cómodamente al grito de rigor, “Gora ETA”, no queden expuestos como inductores y palmeros del terror. La recopilación exhaustiva de todo posible represaliado, torturado, damnificado vasco —en el listado de “guerra” contra Euskadi incluye también el caso de una mujer atropellada el 14 de enero de 1960 en Sunbilla (Navarra) por un vehículo del Ejército de EE UU—, es compatible con la reivindicación pública y explícita por parte de Bildu-Sortu de “toda” la historia de la izquierda abertzale; esto es: de su simbiosis estratégica con ETA. “No estamos dispuestos a escuchar el relato de los opresores”, advirtió la organización terrorista en su comunicado del 27 de septiembre de 2013. “Ahora hay más razones objetivas que nunca para la lucha armada, pero menos condiciones objetivas y subjetivas que nunca”, ha apuntado el viejo dirigente Tasio Erkizia para que quede claro que ahí no cabe remordimiento alguno. Dice este antiguo sacerdote que “si ETA ha podido dejar de matar es gracias a que su lucha ha tenido éxito”.

 Poderío electoral

 A la hora de hacer balance, la izquierda abertzale no deja de complacerse en su poderío electoral —la segunda fuerza de Euskadi—, y en el corrimiento-arrastramiento del conjunto de la sociedad vasca hacia sus particulares tesis sobre el “conflicto España-Euskadi” y el derecho a la autodeterminación. “No se puede obviar que las magnitudes del apoyo electoral con el que cuentan están sesgadas por la limpieza étnica provocada por el terror, por los miles de ciudadanos vascos que tuvieron que exiliarse por la presión de ETA y de la que ahora sus seguidores venturosamente convertidos a la política sin pólvora resultan beneficiarios netos”, señala Martín Alonso Zarza, doctor en Ciencias Políticas y autor coordinador del libro El lugar de la memoria. La huella del mal como pedagogía democrática. Afirma que la doctrina de la “socialización del sufrimiento” —la campaña de ataques emprendida por ETA contra los civiles disidentes—, es equiparable a la “estrategia de la tensión” de los neofascistas italianos de principios de los setenta y a la “siembra del terror” del general Mola al comienzo de la Guerra Civil española.

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