Soledad Cazorla, una jurista brillante que combatió un infierno criminal
La última vez que quedamos a cenar con nuestras parejas respectivas, Joaquín, “su pared maestra” y mi mujer, Blanca, fue el pasado jueves 30 de abril. No podía ser otro día, su hijo Joaquín venía de Londres el día 1 “y quiero todo el tiempo para el”. Hablamos de los temas de siempre: de nuestras familias y los temas del momento. Pero Soledad volvió a hacer patente (¿la tercera vez en poco tiempo?) su malestar por la acumulación de medidas, normas y leyes represivas que nuestro ordenamiento jurídico venía incorporando desde hacia unos cuantos años. Y comentó que se iba a detener a estudiarlo con tiempo y determinación critica.
Luego, el pasado domingo, Joaquín hijo me llamó y me dio la noticia: “Derrame cerebral masivo. Los médicos dicen que no hay nada que hacer, pero sigue en la UVI”. Tras el puñetazo de dolor, se remueve la certeza permanente: la muerte nos sorprende siempre como una coz de caballo en el pecho.
¿Quién fue Soledad Cazorla? En primer lugar, mi amiga, y luego la mujer que me descubrió que la justicia es posible si de verdad crees en ella y perseveras sin desmayo alguno en encontrarla. Algo así como el afán que tienen los mejores periodistas por buscar la verdad, incluso entre los bombardeos.
Soledad con un brazo removía la vida de su familia: la salud de Tito, su marido, y el vuelo de sus tres hijos varones recién licenciados y tan tiernos para bregar en esa selva que es el mundo laboral; con el otro su alta función como fiscal de sala de violencia contra la mujer. En este desempeño a destajo y después de diez años, no solo había alcanzado los méritos del catedrático para comprender este infierno de crímenes, sino que había comenzado a tener algunas certezas absolutas “por no decir científicas” sobre la deriva que toman estos crímenes tan singulares como espantosos.
En un artículo publicado en este periódico el 21 de febrero de 2006 escribió: “A las víctimas de esta violencia no se las elimina de un golpe y ya está. Eso para los maltratadores no es suficiente; hay que infligir más dolor, un añadido que nos debe hacer meditar. Las matan cuando vuelven de ver la cabalgata de reyes con sus hijos; las someten a tal paliza que pierden la vida golpe a golpe; se introducen en la casa y la incendian a pesar de que dentro estaba la mujer, la hija, la suegra; las apuñalan y, lo más dramático que yo he leído, matan primero a la hija en común para que lo vea antes de morir la madre y pareja que no soportaba más la desigualdad y la humillación a la que se la quería someter”.
Hace solo unos meses comentaba a un grupo de amigos y colaboradores: “Terminaremos por vencer a los maltratadores, porque a pesar de las dudas que nos traen estos tiempos de crisis, la lucha por la igualdad de la mujer no cesa: vamos a más”.
Soledad era una fiscal muy preparada y brillante. Se imponía gracias al estudio exhaustivo de los temas, su fuerza y personalidad arrolladoras y, sobre todo, por sus convicciones: una Soledad segura era una Soledad ganadora. En los momentos de gran desanimo — “Me han matado a tres ayer”— sufría como cualquiera de las familias de las víctimas y era imposible que nadie pudiera sacarla de su duelo.
También era muy austera y familiar, y coleccionista de cachivaches de chamarilearía o anticuarios escondidos. Le entretenía más que nada en el mundo sacarles su brillo genuino y que las bisagras, llamadores o portezuelas dejaran de crujir. Además, llegó a ser una experta en dar agua y luz, o sea, vida, a las plantas de su casa. En cada ventana se encontraba un jardincillo apretado de diferentes plantas y flores, pues mandaba la intensidad y el tiempo de exposición a la luz natural.
Se ha ido una mujer que el tiempo recordada por mucho tiempo. Fue la primera fiscal de sala de violencia contra la mujer; ¡y qué primera! Ha formado, con la ayuda de la Fiscalía del Estado, un equipo de fiscales (la mayoría mujeres) que harán que el rodillo en movimiento contra el maltratador no se detenga. No conocí a nadie que creyera con tanta firmeza en la igualdad entre el hombre y la mujer. Y que la defendiera con voz tan atronadora.
José Nevado es periodista.
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